Nuestro AVE

Como parecemos condenados a vivir en estado de polémica, ahora nos enzarzamos con el tren de alta velocidad. Y ya empezamos por suponer que un tren tan rápido va a llegar tarde. No unos minutos, sino unos años, aunque nadie sabe cuántos porque tampoco sabíamos demasiado bien en qué fecha podríamos ir a esperarlo a la estación.
Tanto si la retirada del anteproyecto supone un retraso, como dice el Partido Popular, o no lo supone, como sostiene el PSOE, lo cierto es que dará la oportunidad de evitar errores mucho más graves.
El futuro tren llegará siempre tarde, se haga cuando se haga, porque el servicio ferroviario a Cantabria ha sido tan deficiente que, a estas alturas, la población ha perdido la costumbre de utilizarlo. Aquellos expresos nocturnos que superaban la longitud de los andenes se han quedado en convoyes de apenas cuatro vagones que viajan semivacíos, y los servicios diurnos tampoco ofrecen una imagen mucho más esperanzadora, a pesar de que ofrecen precios muy atractivos y su competidor, el avión, es especialmente caro en Cantabria.
Habrá que acostumbrar de nuevo a la gente a viajar en tren, algo que no será sencillo para entonces, cuando esté en servicio la Autovía de La Meseta y cualquiera pueda ir a Madrid por carretera en tres horas y media, prácticamente el mismo tiempo que empleará nuestro tren de alta velocidad si le añadimos los desplazamientos a las estaciones y unas mínimas esperas. Mucho más si quien va en su coche tiene absoluta libertad horaria y, en cambio, el tren sólo ofrece tres frecuencias al día porque, probablemente, no habrá pasajeros para más.

La calidad de un ferrocarril no sólo la da la velocidad, sino también la frecuencia. De poco vale tener un tren rapidísimo que sólo haga un servicio al día. Y eso parece que muchos lo han olvidado. Para que cumpla su cometido resulta necesario que haya al menos seis diarios en cada sentido, dado que quien acabe sus gestiones en Madrid a las siete de la tarde y no tenga otro AVE hasta las once de la noche, en realidad lo que se encuentra es un tren lentísimo, porque necesitará más de seis horas para la vuelta.
Pero tampoco se puede olvidar la velocidad. O se mejora el trazado previsto entre Reinosa y Santander para que el tren circule más rápido y sea más competitivo o habremos hecho una inversión desmesurada con pocas probabilidades de éxito. Esto sería, por sí solo, suficiente para replantear el proyecto, pero, además, es la forma de evitar un problema territorial grave. El trazado que se ha defendido hasta ahora es posible que resulte barato, puesto que utiliza en gran parte el ya existente, pero tiene unas consecuencias irremediables para Reinosa, Los Corrales de Buelna, Renedo y el entorno urbano más próximo a Santander, al atravesar los pueblos y dividirlos en dos con una brecha insalvable. No siempre la solución es fácil, pero hay casos, como el de Renedo de Piélagos, donde el trazado más recto es, precisamente, el que deja el cogollo urbano a un lado.

Se pueden sacrificar muchas cosas al progreso, pero a veces tendemos a sacralizarlo y cuando lo situamos en su justo lugar es demasiado tarde. Puede que sacar las vías de las poblaciones resulte más caro, pero a la larga será mucho más barato. Poblaciones como Torrelavega o Maliaño, que necesitarían soterrar el tendido férreo para resolver muchos de los problemas de su casco urbano se enfrentan a costos inasumibles para poder hacerlo y es seguro que si hoy pudieran rehacer los trazados del tren, harían todo lo posible por desviarlos hacia su periferia. El problema será mucho mayor con el AVE, que tiene unas exigencias muy distintas a los convencionales y provoca un impacto sonoro muy superior.
Si se resuelven estas deficiencias del proyecto inicial, podremos tener un tren rápido y eficaz. De lo contrario, tendremos un tren rápido, que circulará muy lento para salvar media docena de cascos urbanos, y varios pueblos divididos por una barrera infranqueable que ni siquiera les dará derecho a una parada. Verán pasar el tren como los vecinos de Villar del Río vieron pasar a Mr. Marshall. Con una profunda decepción.

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