Editorial

Los médicos en huelga han hecho dejación de muchos de los principios que alienta la profesión y no porque sus reivindicaciones fuesen exclusivamente dinerarias –que todos los trabajadores tienen derecho a mantenerlas– sino porque su intención de dar una patada al Gobierno, se ha materializado en el culo de los enfermos. Cualquiera que haya estado en Valdecilla ha visto como se acumulaban pacientes en los pasillos de Urgencias, sin poder ser ingresados, cuando debieran sobrar camas, por la interrupción de las intervenciones quirúrgicas programadas. El Hospital seguía saturado, por la estrategia de no dar altas, para crear aún más caos, y por la negativa de algunos pacientes, que esperaban una operación suspendida, a abandonar la habitación para no perder el turno.

La huelga ha acabado por consunción, pero ha dejado perfecta constancia del poder que puede tener una fuerza minoritaria, como el Sindicato Médico, que no llega a 200 votantes en un colectivo de más de mil personas. Basta con que unas decenas de anestesistas dejen de trabajar para que los quirófanos se paralicen y que el Servicio Cántabro de Salud haya de seguir pagando a todo el resto de los equipos por permanecer de brazos cruzados.
También han aprendido los médicos que la mejor estrategia es diferenciarse de cualquier otro colectivo. Basta con presentarse a la mesa de negociación cuando todos los demás están ya fuera del terreno de juego, porque eso les evita las presiones del resto del colectivo laboral. Si la aplicación de las mejoras que han negociado enfermeras, auxiliares, administrativos y personal de oficios hubiese dependido de que los médicos también hubiesen firmado, las cosas habrían resultado muy distintas. De esta forma, los huelguistas han podido tomarse todo el tiempo del mundo y el Servicio Cántabro de Salud se ha quedado sin posibles aliados coyunturales.

Todo ello ha producido la sensación de una derrota colectiva. La Administración ha tenido que ceder en casi todo y los médicos, aparentemente, también, aunque sólo han perdido en su pretensión de que la carrera profesional (un nuevo complemento económico, con este equívoco nombre) sea una especie de doble antigüedad, algo que no tiene sentido, aunque lo hayan aceptado algunas comunidades. Si aquello que debe reconocer méritos especiales se concede a todo el mundo, deja de tener significado, igual que la reclamación de que quienes simultanean su actividad con la medicina privada reciban también el plus que se inventó para incentivar a los médicos dedicados exclusivamente a la pública. Reclamaciones como estas han mantenido de rodillas a la Administración y a los pacientes durante meses. Y otras demandas desmedidas para una autonomía como Cantabria, como la pretensión de cobrar más de 100.000 pesetas por cada guardia de 24 horas. Han logrado que se las paguen a casi 84.000, que no es precisamente lo que cobra un fontanero, por mucho que se empeñen en compararlo.
Sin haber conseguido todo lo que pedían, los médicos en huelga han arrancado al sistema público casi 12.000 euros más por persona al año para todo el colectivo y han demostrado su debilidad. ¿Cuál será el siguiente colectivo en intentarlo? Porque las enfermeras, que estaban muy satisfechas con su recién conseguida carrera profesional, ahora se sienten pobremente tratadas, al compararse con los médicos. Los problemas no han hecho más que empezar.

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