Editorial

En política casi todo depende de la coyuntura y al Gobierno de Miguel Angel Revilla le ha acompañado una época de gran bonanza económica, pero no es la única vez en la trayectoria autonómica que ha ocurrido esto y otros ejecutivos anteriores pudieron disponer de mucho más dinero comunitario. Por eso, hay que reconocer que ha sido ambicioso, ha sabido conectar con todas las capas sociales y sólo hay que reprocharle la incapacidad que ha demostrado para decir no en muchas ocasiones.
Quizá sea el balance más favorable de todas las legislaturas que ha vivido la autonomía, si bien es cierto que la mitad de ellas fueron desastrosas. Esta vez ha habido normalidad institucional, buenas maneras, crecimiento económico y una catarata de proyectos. Y, pese a los reproches de la oposición, se ha visto acompañado con un volumen de inversión estatal muy superior al de cualquier otra época, algo que, desgraciadamente, no se va a mantener.
En cambio, el Gobierno ha sido incapaz de crear una administración pública moderna. Ha renunciado a parte de esa soberbia con que la Administración española ha tratado siempre al contribuyente –probablemente porque fue creada a imagen y semejanza de la francesa– evitando que el ciudadano tenga que recurrir a los tribunales para reclamaciones de puro sentido común, pero cabía esperar que quien llega de fuera, sin los condicionantes anteriores tendría más empuje para acabar con los comportamientos atávicos de un sector público que no puede compararse en productividad con el privado. No ha sido así y el aparato administrativo ha pasado a consumir más recursos para las mismas prestaciones. Es cierto que los contribuyentes españoles no suelen pedir explicaciones por la gestión de sus impuestos, pero si las pidieran, los ratios nos harían enrojecer.

Este Gobierno ha tenido suerte, incluso en la desdichada ocurrencia de comprar el Racing, ese tipo de cosas que cuando salen bien parecen perfectamente pensadas, pero que tenía todas las papeletas para salir rematadamente mal. Bastaba con que el equipo hubiese bajado a Segunda, lo que estuvo a punto de ocurrir.
Y algún componente de suerte ha tenido que darse, también, para que en sólo cuatro años se junten la apertura de dos grandes fábricas; la puesta en servicio de vuelos internacionales con las principales capitales europeas; el descenso del paro a un histórico 7%; el POL; la garantía de abastecimiento de agua en verano –que en el siglo XXI seguíamos sin tener–; la casi erradicación de la brucelosis –que en los últimos treinta años nos ha costado más de lo que va a costar el Hospital Valdecilla– y la inminente apertura del último tramo cántabro de la Autovía de la Meseta. Pero sería injusto achacar tantas circunstancias exclusivamente a la suerte. La gestión ha sido razonablemente buena y hubiese sido excelente si le quitamos algunos rictus de nuevos ricos, entre los que se encuentra una tentación absurda a subvencionarlo todo y a desmesurar el tamaño del sector público y sus alrededores, con más personal y con una administración paralela incontrolable. Poco donde morder para el PP.

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