Editorial

En los países que no tienen nada de nada, lo que vaya a pasar mañana no suscita la más mínima preocupación. Su único problema es saber qué van a comer hoy. Mañana está demasiado lejos. Las autoridades españolas en estos momentos están haciendo lo mismo y la demostración más palpable es lo que ocurre con el céntimo sanitario en Cantabria, que en lugar de aportar más recaudación fiscal ha provocado que los camioneros en ruta reposten en otras regiones con lo que nuestros ingresos tributarios por combustible no solo no crecen sino que caen hasta medio millón de euros al mes. ¿Por qué se mantiene, entonces, una medida que encarece cada litro en 4,8 céntimos y no beneficia a nadie? Simplemente porque lo que recauda llega inmediatamente a las arcas regionales, mientras que las pérdidas en la liquidación del IVA no se percibirán hasta dentro de un año o más.
El Gobierno de la nación también vive al día y para ello se ve tentado a matar algunas gallinas de huevos de oro, pero como sabe que con eso no se sale de la crisis, utiliza el Boletín Oficial para tratar de sembrar algo a largo plazo, reforma tras reforma, como si todo lo que hemos hecho hasta ahora estuviese equivocado. Es muy probable que con algunas acierte, pero es evidente que no todo lo hacíamos mal. Si alguien le asesora –y da la sensación que no– debiera recordarle que en tiempos de angustia se toman muchas decisiones equivocadas y que en España siempre ha habido demasiada confianza en que cualquier problema de índole pública y bastantes de los de índole privada se pueden resolver con leyes y decretos. Así hemos acumulado más que nadie, pero eso crea más inconvenientes de los que soluciona. Hacer uso del Boletín Oficial es sencillo y aparentemente barato, pero a estas alturas, después de las más de 400 medidas adoptadas por el Gobierno del PSOE relacionadas con la crisis y las muchísimas que lleva el PP en este año, el resultado es absolutamente decepcionante.

Si por la vía de la literatura jurídica no encontramos la solución, habría que pensar en algo más práctico, pero ni los partidos políticos, ni los sindicatos, ni los teóricos de la economía que hablan con tanta suficiencia –ni siquiera los indignados– proponen medidas concretas que puedan servir como alternativa, más allá de vagas referencias al fomento del emprendimiento o a la formación. Unas recetas que quizá valgan para la próxima crisis, dentro de quince o veinte años, pero no para la que estamos sufriendo ahora. Los casi seis millones de parados y los miles de compañías que están al borde del cierre no pueden esperar a los jóvenes que ahora se están formando o a que tengan éxito las empresas que aún están por crear, porque, como en los países del Tercer Mundo, nuestro objetivo vital en estos momentos es sobrevivir al día de hoy.

Seguimos pensando con una lógica demasiado convencional para una situación de emergencia que exige imaginación y no basta con quedarnos ensimismados en los recortes. Esa fase ya pasó y ahora cada ministro, cada consejero y cada jefe de empresa tiene que salir al extranjero a vender lo que tenemos y, hoy por hoy, lo único que nos sobra y que podríamos convertir en liquidez inmediata son viviendas, millones de viviendas. El banco malo tardará en comercializar las que reciba de las entidades financieras y si intenta colocarlas en el mercado nacional, a bajo precio, va a actuar como un secante sobre la escasísima demanda interna, con lo cual paralizará aún más la construcción y volverá a deprimir los precios, lo que producirá otra gigantesca pérdida de patrimonio de las familias españolas. Sólo la colocación de estas ingentes bolsas de pisos en el exterior, aunque sea a un precio devaluado, permitiría traer dinero fresco, evitaría la extinción absoluta de la construcción como actividad económica y nos libraría de un nuevo quebranto de los valores inmobiliarios en el mercado interno. Además, liberaría un montón de reservas en los bancos y, traería a más rusos, chinos, polacos, o lo que fuese, que algo consumirían aquí si dispusiesen de una vivienda en territorio español.
Una vez que hemos llegado al hueso en los recortes, al menos en el sector privado, la única idea viable es generar más ingresos. Pero ¿alguien con responsabilidades públicas se ha puesto seriamente a ello?

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