Editorial

Presidir un gobierno cuando no hay dinero no resulta fácil, como tampoco lo es contestar no a todo el que acude a pedir algo, que es la inmensa mayoría de los que visitan al presidente o a un consejero. Pero es lo que toca. De ahí a sacar la espada flamígera contra todo el que importuna va un trecho, porque de los funcionarios públicos (y los gobernantes son un escalón más, aunque no tengan plaza fija) lo que se espera es un trato respetuoso. Ya es de lamentar que no se dé en el Parlamento, donde sus señorías intercambian desde el escaño comentarios muy poco educados, incluidos los miembros del Gobierno, que no se quedan a la zaga; pero es mucho menos aceptable en la relación con los ciudadanos.
A medida que se acercan las elecciones se exacerba esa actitud, con lo que se consigue atemorizar a quien se pudiera atrever a pronunciarse en contra de las tesis oficiales, pero poco más. La realidad aflora siempre por algún resquicio. Cuando le preguntan a los empresarios de forma privada cómo se sienten, el resultado es dramático: En Cantabria, por cada uno que ve las cosas más favorables hay tres que las ven más negras, y eso que no es fácil empeorar después de años y años de caídas. La dura realidad es que la mayoría ni siquiera está seguro de haber tocado suelo.

Las estadísticas mes a mes son una mera muestra coyuntural poco fiable, porque están sometidas a todo tipo de factores distorsionadores, desde las fechas en que cae la Semana Santa a la meteorología o a una huelga ocasional. Lo que de verdad importa es la tendencia, esa línea invisible que todos tenemos interiorizada antes de que lleguen el INE o los institutos que miden el consumo con sus estadísticas. Y la flecha de esa percepción general puede que ya no apunte hacia abajo pero tampoco apunta hacia arriba. Es posible que con el verano de eventos que nos espera, desde el Mundial de Fútbol de Brasil hasta el Mundial de Vela, cambie el estado de ánimo, que no es poco. Y que las primeras y únicas obras de la legislatura, las que se están haciendo para tener algo que inaugurar en abril del año que viene, añadan otro poco de aliento para revertir una racha negra de amargura que a estas alturas ya parece infinita. Pero, con ser esperanzador, no es suficiente.
Diego se siente ahora necesitado de insuflar cuanto antes ese estado de ánimo en la población, lo mismo que les ocurrió a los socialistas con los brotes verdes, porque una de las palancas para la recuperación es el optimismo. Pero las trazas negras de Sniace nos devuelven a los días sombríos del encierro de 1991 y la ristra de colectivos aglutinados por el malestar es inacabable: los afectados por los derribos, por las preferentes, por los montes, por el desempleo, por la sanidad… Demasiados toros para lidiar desde el desaire o para redirigirlos a otros toriles. Es verdad que el Gobierno no puede con todo, pero hay otras formas de disimularlo.

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