El suflé se viene abajo

Desde el 15 de mayo de 2011 y durante seis años las redes sociales han hervido en contra de los partidos ‘del Régimen’ y, en el caso concreto de Cataluña, en favor de la soberanía. Si alguien se toma la molestia en el futuro de evaluar los miles de tuits, post y comentarios a noticias publicados en este tiempo llegará a la conclusión de que ganan por inmensa goleada. De hecho, crearon un estado de opinión más potente que los periódicos, las radios y las televisiones juntos. Y anularon por completo el mensaje de los partidos tradicionales, asociados a ‘la casta’, en grandes capas de población, sobre todo entre los jóvenes.

Tanta efervescencia crítica se acabó plasmando en los resultados electorales, con la llegada de nuevos partidos, y en un fraccionamiento de los parlamentos. Pero en 2016 –ese año que pasamos sin gobierno– la brigada mediática de Podemos comenzó a flojear, mientras que las opiniones contrarias empezaron a aflorar, si no para defender a los viejos partidos, sí para atacar a los nuevos líderes de las redes.

Desde hace algún tiempo, las redes sociales ya no son un monopolio de los antisistema o los soberanistas

Embarcados en sus propias cuitas internas y en los problemas que surgen cuando ya se detenta una cuota de poder y es inevitable tomar decisiones, los partidarios de Podemos dejaron de ser invencibles en las redes y su hegemonía empezó a flaquear con cierta rapidez. Se rompía, por fin, el esquematismo de la opinión única y esa pérdida de control hacía a Podemos igual de vulnerable que al resto. Una mayor debilidad que se ha dejado notar en las encuestas.

En las últimas semanas hemos vivido la misma basculación de la opinión pública en Cataluña. Hasta dos días después del 1-O en los periódicos catalanes apenas aparecían otros comentarios que no fuesen del más exacerbado nacionalismo, y pocos de los que pensaban distinto se atrevían a meterse en un avispero semejante, amparado por la propia línea editorial de los medios y de sus colaboradores habituales. Todo cambió de repente con la convocatoria de la manifestación antinacionalista y con la marcha de la sede de La Caixa, que abrió la espita al Sabadell y a centenares de empresas de todo tipo. A partir de ese momento, se volvió la tortilla y los antes desaparecidos españolistas se han desatado, invadiendo el espacio virtual.

Nos equivocaríamos si no le damos a estos cambios un valor sociológico. Para bien o para mal, en los últimos años las redes se han convertido en una segunda realidad para mucha gente y delataban un enorme malestar en la sociedad española, reflejado en una actitud hipercrítica, incómoda e iconoclasta. Parecíamos embarcados en un glorioso retorno del anarquismo.

Bien sea por cansancio, porque estos estados de opinión tan exacerbados tienen que ser permanentemente alimentados con nuevos agravios para que el suflé no baje o porque la economía repunta, la veleta de la política empieza a cambiar de orientación y todo hace suponer que ese mayor sosiego va a ir en favor de las instituciones –­que falta les hace– y de los partidos tradicionales, y en contra de los más radicales, en Cataluña y en todo el país. Es cuestión de tiempo, pero las redes ya lo anticipan. Lo podremos comprobar el 21 de diciembre en las elecciones catalanas, donde el electorado tendrá que decidir si quiere una segunda parte de lo mismo o ya está cansado de aventuras.

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