Teresa Díaz (Grupo Minersa): ‘Deberían dar más facilidades a quienes estamos fuera para abrir negocios en la región’

Cuando Teresa Díaz se mudó a Sudáfrica con su familia en 2014 no imaginaba que ocho años después seguiría allí. La auditora de cuentas santanderina se declara enamorada de esta experiencia internacional y analiza desde ella la realidad económica, laboral y social de Cantabria, a donde sigue volviendo con frecuencia y a cuyo desarrollo busca contribuir a través de iniciativas como la Red del Talento Cántabro C2030.


Teresa Díaz Domínguez me recibe en Santander, desde donde lleva teletrabajando parte del invierno. Su empleo como auditora interna para Vergenoeg Mining, del grupo vasco Minersa, le permite volver con frecuencia, lo que suele aprovechar para volar desde Sudáfrica con sus dos hijos y su marido y pasar algunas semanas en la capital cántabra. Licenciada en Dirección y Administración de Empresas por la Universidad de Cantabria en 2007 y con un Máster en Contabilidad General y Auditoría, Teresa inició su trayectoria profesional durante su último año de carrera trabajando como contable en varias asesorías santanderinas. Ahora, con una sólida trayectoria como auditora de cuentas en Johannesburgo, coordina también en el continente africano la Red del Talento Cántabro en el Exterior C2030, una iniciativa que tiene como objetivo promover el desarrollo económico y social de la región a través de la cooperación de cántabros residentes en el extranjero.

Su aventura en Sudáfrica se inició de forma casi casual: “Mi marido, que es ingeniero de minas, llevaba varios años trabajando en Asturias para una multinacional minera del País Vasco. En 2014 le ofrecieron ir a Sudáfrica como instructor de los empleados que la compañía tenía allí, y consideramos que era la oportunidad perfecta para hacer un cambio en nuestras vidas. Yo acababa de dar a luz a nuestro hijo pequeño, así que solicité extender mi excedencia para ocuparme de los niños mientras mejoraba mi inglés y me adaptaba al país”, explica Teresa.

“Éramos jóvenes, esta era nuestra primera experiencia fuera de España, y acabamos encantados. Cuando, a los dos años, le ofrecieron a mi marido quedarse en el país, supimos que eso era lo que queríamos. Poco después, otra empresa del mismo grupo abrió una vacante de auditora interna a distancia para una mina en Senegal, así que aproveché para postularme y comenzar a trabajar desde Sudáfrica, el centro de operaciones de Minersa en el continente. Me encargo de auditar las cuentas para detectar dónde pueden ahorrarse costes y cómo pueden optimizarse los procesos internos de la empresa o las relaciones con proveedores.”

Pregunta.- ¿Cómo fue el salto a otro continente?

Teresa Díaz.- Cuando llegué a Sudáfrica en 2014, el contraste fue enorme, especialmente en la forma en que se desarrolla la vida diaria. No tiene nada que ver con Santander, donde yo había vivido hasta entonces, y me llevó algún tiempo acostumbrarme al país.

‘Existe una cierta empatía entre quienes vivimos lejos de nuestros países de origen’

Algo que cuesta ignorar es el nivel de desigualdad. No hay clase media: en la misma calle puedes encontrarte con enormes mansiones y chabolas de uralita donde una familia de diez miembros vive en unos pocos metros cuadrados. Puedes conocer a personas que llevan a sus hijos al colegio en helicóptero o les regalan caballos por sus cumpleaños, y al mismo tiempo ver cómo muchos niños reciben en los colegios públicos su principal ración de comida diaria, ya que sus padres apenas tienen dinero y se alimentan casi siempre de papilla de maíz con un poco de pollo. No es fácil asumir estas circunstancias.

También me llamó la atención que una mujer no pudiera abrir una cuenta bancaria a su nombre, algo que solo ha cambiado en el último lustro, así como que la poligamia aún sea legal para los hombres. Hay que entender, claro, que se trata de una sociedad con unas normas y unos valores distintos, pero es fácil sentir que se está retrocediendo cuatro o cinco décadas en el tiempo.

Pese a esto, la experiencia general ha sido positiva. Hay muchas cosas en Sudáfrica que me gustan y admiro. Por ejemplo, se promueve mucho el respeto entre religiones y grupos étnicos como una forma de resolver los conflictos que existen entre tribus. Además, se cuida muchísimo de los niños, se les adora y se les deja crecer en contacto con la naturaleza; los míos casi siempre van descalzos en el colegio o cuando están con sus amigos. Y han aprendido inglés, afrikáans, zulú… ¡Y ahora están estudiando también alemán!

P.- En lo laboral, ¿cómo describiría el cambio?

T.D.- Pasar de una pyme santanderina a una multinacional minera fue un verdadero reto para mí, pero he disfrutado –y disfruto— muchísimo. Haber trabajado en empresas pequeñas me dotó de una perspectiva muy útil y salir de Cantabria me ha ayudado a darme cuenta de que realmente me gusta este trabajo. Hay que tener en cuenta muchísimos factores al auditar las cuentas de una gran empresa; no se trata solo de mecanizar facturas.

Por lo demás, las circunstancias y características de la sociedad sudafricana también pesan en el ámbito profesional, y es importante saber a qué tribu pertenece cada trabajador para saber si se les debe poner o no en el mismo equipo, por ejemplo.

Tampoco es demasiado habitual que haya mujeres en puestos de responsabilidad. Estas son cosas con las que he tenido que aprender a lidiar en estos años y que me han ayudado a crecer y a aprender mucho.

La consultora santanderina en la sede sudafricana de la compañía minera Vergenoeg Mining, en la que presta sus servicios.

P.- ¿Se siente integrada en la sociedad sudafricana? ¿Qué es lo más positivo de esta experiencia, personal y profesionalmente?

T.D.- Sí, creo que todos nos adaptamos bien y ahora nos encontramos muy a gusto. Hemos tenido mucha suerte con la gente que hemos conocido, algo que resulta fundamental cuando cambias de país. Sin ir más lejos, en la urbanización tenemos un grupo de unas 250 personas a las que recurrimos para informarnos sobre cómo hacer una cierta gestión, dónde encontrar un médico, etc. Casi todos somos extranjeros, sobre todo de Europa, China y los Estados Unidos. Desde el comienzo, me sorprendió que las personas fuesen tan abiertas y estuvieran tan dispuestas a entenderme y ayudarme.

En términos generales, poder hacer amigos de distintos países y conocer a personas con historias y trasfondos muy variados es muy positivo. Fue al venir aquí cuando me di cuenta de que es cierto aquello de que la gente que viaja es más abierta que quienes no lo hacen; y aprendí que se produce una cierta empatía entre quienes vivimos lejos de nuestros países de origen.

En el plano profesional, usar el inglés a diario y estar en equipos con personas de procedencias diversas también me está resultado enormemente útil. Esto es algo que nunca me hubiera sucedido en Santander y es muy estimulante, ya que ayuda mucho a entender y respetar otras culturas y otras formas de hacer las cosas. Además, trabajar en una empresa grande te plantea retos mayores.

P.- ¿Vivir en el extranjero es algo que usted recomendaría a cualquiera?

T.D.- Quizá no a cualquiera, pero sí a cualquier persona que se lo esté planteando o que tenga interés en conocer otras maneras de vivir. Creo que, en cuanto sales de tu zona de confort, valoras y extrañas ciertas cosas, y aprendes a relativizar otras, e incluso a valorar aspectos de tu propio país en los que no habías reparado nunca. Tener lejos a tus seres queridos es quizá el mayor inconveniente, pero con los medios actuales puedes sentirte muy cerca si quieres; una videollamada ayuda muchísimo cuando estás a miles de kilómetros de casa.

Eso sí, me gustaría aprovechar para recalcar que los idiomas son esenciales. Aunque dominar el inglés te lleve un año entero antes, durante o después de la universidad, hay que verlo como una inversión, ya que vas a necesitarlo con total seguridad. Por lo demás, basta con ser flexible, tener la mente abierta y estar dispuesto a dar la bienvenida a muchos cambios. Salir de España puede ser una experiencia muy disfrutable, y para volver siempre se está a tiempo.

‘Los idiomas son esenciales. Aunque dominar el inglés te lleve un año entero, hay que verlo como una inversión’

P.- ¿Cómo se siente ahora con respecto a Cantabria? ¿Volvería?

T.D.- Amo Cantabria, pero no creo que vuelva de forma permanente en los próximos años; fuera puedes crecer, tanto personal como profesionalmente, de un modo que no es posible en la región. Sin embargo, solemos venir de visita dos o tres veces al año para ver a la familia. Mi marido y yo tenemos la suerte de que nuestra empresa matriz tiene su sede central en Bilbao, lo que nos permite trabajar desde aquí en ocasiones y alargar así nuestras estancias.

Algo que echo de menos de Cantabria es la gran calidad de vida que se respira y la seguridad que sientes en la calle. En Sudáfrica hay mucho crimen, lo que te obliga a vivir en una zona segura (es decir, una zona cara) e ir a todos lados en coche, guardando siempre precauciones. Vives con un nivel de vida muy alto pero pierdes otras cosas, como la capacidad de desplazarte por la ciudad con tranquilidad. En Santander, en cambio, mis hijos pueden bajar a Puertochico caminando solos o salir a jugar a la calle con otros niños en cualquier momento.

P.- ¿Participar en iniciativas para cántabros en el extranjero ha contribuido a que se sienta más cerca de la región?

T.D.- Sí, tanto de la región como de otros cántabros. Cuando un conocido me habló del proyecto C2030 me pareció un muy buen plan para poner en contacto a personas que, como yo, se encuentran fuera y comparten ciertas experiencias vitales. Yo no he tenido aún la ocasión de establecer conexión con más gente de Cantabria en Sudáfrica pero sí en otros países, y lo considero muy positivo.

P.- ¿Este tipo de redes pueden aportar valor a los profesionales y a las empresas cántabras?

T.D.- A los que vivimos en otros países, nos ayuda a ampliar nuestras redes, tanto sociales como profesionales. Y a los que quieren salir de Cantabria, les muestra que es posible, además de ofrecerles la posibilidad de entablar contacto con profesionales están asentados en diversas partes del mundo. Dependiendo del perfil de cada uno, podremos contribuir más o menos, pero todos tenemos la capacidad de echar un cable a quien lo necesite en un momento dado.

Al margen de esto, a todos nos gusta dar a conocer nuestra querida región en la medida de nuestras posibilidades. Eso puede acabar fructificando en inversiones o en un mayor número de visitantes. Cantabria no es una región grande y no es tan conocida fuera de nuestras fronteras como Andalucía, Canarias, Valencia o Cataluña. Por ello, contribuir a crear marca en el exterior es muy loable.

‘La ausencia de empresas conocidas en el exterior es una de las mayores carencias de Cantabria’

Cantabria tiene muchos autónomos y empresas pequeñas, y las más grandes a menudo no salen de la comunidad, o tan solo a provincias vecinas, con la excepción de unas pocas, punteras en sus sectores. Yo siempre hablo de Lupa frente a Mercadona para explicar la que, para mí, es quizá una de las mayores carencias de Cantabria: la falta de empresas conocidas en el exterior. Opino que quienes estamos fuera podemos contribuir a que den ese salto a nivel nacional o internacional. Puede ser muy valioso si las empresas se dejan aconsejar. Hay países poco conocidos, como Zambia, que están creciendo muchísimo en los últimos años y donde hay muchas oportunidades de negocio. Es fundamental conectar a las empresas de la región con profesionales que llevan muchos años en el extranjero y disponen de contactos y conocimientos prácticos de primera mano.

P.- En su opinión, ¿qué otras cosas podrían mejorarse en Cantabria, tanto por parte de las empresas como de las instituciones?

T.D.- Tras años viviendo fuera de España y siguiendo de cerca la actualidad cántabra, veo demasiada inversión en turismo y actividades relacionadas con el sector terciario mientras se invierte poco en formar emprendedores, en escucharles, y en ayudas y subvenciones a las empresas que están haciendo las cosas bien.

Fuera de la comarca de Santander, quedan pocos jóvenes y hay pocas oportunidades. Muchos universitarios se están yendo a Bilbao, a Madrid o a Barcelona, y es una pena. Disponiendo de una buena universidad pública como la Universidad de Cantabria, habría que promover que la gente se quede y exista una mejor conexión con las empresas, ya sea a través de programas de prácticas o de modificaciones de los planes de estudios.

Además, hay muchas trabas burocráticas para que la gente monte cosas desde el extranjero, algo que pude comprobar por mí misma cuando quise abrir con mi familia una plantación de cerezos en una finca que compramos en Ruiloba. Al final, desistimos debido a las limitaciones que nos presentaban desde la Administración; es una pena que no se fomente más la puesta en marcha de negocios en pueblos que están la mayor parte del año casi deshabitados. Sería ideal que los gobiernos locales diesen más facilidades para que los cántabros que estamos fuera podamos poner en marcha negocios y generar actividad económica y puestos de trabajo en poblaciones alejadas de Santander.

En definitiva, es necesario que todos los actores políticos y económicos de Cantabria vayan de la mano y aúnen esfuerzos para que la región crezca y la gente joven se quede y pueda prosperar. Necesitamos emprendedores, pensadores y creadores que puedan construir una Cantabria mejor para las próximas décadas.

José María Sainz-Maza del Olmo

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