Rocío Pérez: ‘Salir al extranjero te hace valorar mucho más el sistema público español de salud y educación’

La astillerense Rocío Pérez Gañán trabaja como profesora de sociología en la Universidad de Oviedo tras haber desarrollado su carrera profesional entre Sudamérica y California. Firme defensora de lo público y de un modelo de desarrollo económico y social más sostenible para Cantabria, aboga por la necesidad de aprovechar el talento cántabro en el exterior a través de programas específicos y de la mejora de los mecanismos para emprender.


Hace ya tres años que Rocío Pérez regresó a España, después de casi una década por Ecuador, Argentina y los Estados Unidos, donde trabajó en distintas universidades. Esta astillerense, licenciada en Geografía por la Universidad de Cantabria (UC) y doctora en Antropología Social y Cultural por la Complutense de Madrid, ejerce como Profesora Ayudante en el Departamento de Sociología de la Universidad de Oviedo.

Su vida profesional comenzó como delineante y controladora de calidad cartográfica en una empresa de Oviedo, donde estuvo dos años antes de trasladarse a Madrid para desempeñar un puesto similar mientras seguía estudiando. “Cuando la crisis financiera empezó a notarse en mi empresa (era el año 2010), regresé a Santander. Había recibido una beca para cursar el máster en Cooperación al Desarrollo en la UC, y aproveché para estudiar al mismo tiempo un curso de experta universitaria en Sistemas de Información Geográfica”, explica Pérez.

Tras completar el máster, consiguió una beca de cooperación técnica con la universidad de Cuenca, en Ecuador. Fue allí donde comenzó a dar clases en la universidad. En 2017, se trasladó a Argentina, donde impartió clases de Geografía en la Universidad Nacional de Quilmes, y entre 2018 y 2020 realizó varias estancias como profesora en Los Ángeles (EEUU).

Pregunta.- ¿Cuándo decidió vivir fuera?

Rocío Pérez.- Siempre había querido viajar y conocer “otros mundos” desde muy pequeña, y al principio solo podía hacerlo a través de los libros, porque mi familia no tenía recursos económicos. Por eso empecé a trabajar muy pronto, para poder ser autosuficiente, viajar y conocer nuevos lugares. Al final, no sé si consciente o inconscientemente, dirigí mi formación y mi trabajo a la geografía y antropología, dos disciplinas que se prestan mucho a viajar y conocer otras culturas.

Esta curiosidad me llevó a salir fuera, pero también las circunstancias económicas y la imposibilidad de desarrollarme como profesional en España. Yo salí en 2012, en un contexto muy marcado por la crisis de 2008, que nos había golpeado profundamente. Veíamos cómo cientos de personas eran despedidas a diario, y yo simplemente tuve la suerte de irme fuera y desarrollar mi carrera en los campos para los que me había formado.

P.- ¿Qué destacaría como lo más y lo menos positivo de su vida al otro lado del Atlántico?

R.P.- Ecuador, Argentina y  los EE UU son tres contextos muy distintos del español. Necesitaríamos una tesis doctoral para comparar, analizar y entender en profundidad las semejanzas y diferencias, aunque puedo destacar, en cualquier caso, que emprender es más sencillo allí que aquí. La gente emprende, y si sale mal, cierra y prueba otra cosa. Aquí, eso no es fácil; hay gente con muy buenas ideas a quienes les resulta muy difícil afianzarse, ya que no hay demasiadas facilidades. Esto genera miedo y preocupación y, al final, es más seguro apostar por la Administración o por trabajar como asalariado.

‘Si enfermas de cáncer en EE UU tienes una deuda de por vida’

Particularmente en Los Ángeles, donde viví y trabajé como profesora de español y traductora para el Banco Interamericano de Desarrollo, hay mucho trabajo, especialmente ahora, tras la pandemia. Mi entorno cambiaba con relativa frecuencia de trabajo para mejorar su sueldo o sus condiciones.

No obstante, no se puede olvidar el contexto: el mercado laboral estadounidense es más flexible, ágil y bien pagado, pero el coste de la vida es muy alto. Por ejemplo, mi piso de una habitación en un barrio medio de Los Ángeles costaba 1.800 dólares al mes más gastos. Y si hablamos de salud y educación, vemos la inmensa desigualdad existente. Sin ir más lejos, mi seguro médico costaba 900 dólares al mes y no cubría todo. En mi caso, lo pagaba el departamento local de Justicia porque mi pareja era ayudante de juez y este era uno de los beneficios que ofrecía su trabajo. Aún así, había un copago de 10 dólares por cualquier consulta y las enfermedades más graves no estaban cubiertas.

Para personas con ingresos bajos es aún peor, pues si pagas unos 300 dólares mensuales de seguro médico, el copago por cualquier consulta varía entre 50 y 100 dólares. En los EE UU, si enfermas de un cáncer generas una deuda de por vida, al punto de que muchos jubilados enfermos con pensiones bajas emigran a países como Ecuador o México para poder tener atención médica y sobrevivir con su pensión de 2.000 dólares mensuales, que en USA y Canadá no es mucho dinero y no cubre nada.

Rocío Pérez (derecha) participando en un acto de la plataforma por los derechos de las mujeres Femmes for Freedom.

Lo mismo sucede con la educación: cada curso cuesta entre 10.000 y 40.000 dólares en las universidades públicas, según lo prestigiosas que sean, y cifras mucho más altas en las privadas más reconocidas. Por este motivo, las deudas que contraen los alumnos estadounidenses en pocos años son inmensas.

En definitiva, vivir fuera te lleva a valorar mucho más el sistema público español de salud y educación. A veces nos olvidamos de esto, cuando lo que deberíamos hacer es cuidarlo y reforzarlo.

P.- ¿Qué ha supuesto para usted ese período en América?

R.P.- Yo espero que me haya hecho más consciente, más empática y más humana con las distintas realidades existentes en el mundo, especialmente con la desigualdad. Ahora soy muy consciente de mis privilegios por haber nacido donde nací y haber tenido las oportunidades que tuve. Espero, además, que me haya hecho más agradecida con la generosidad de las personas con las que me he cruzado, que me han brindado su tiempo, su experiencia, su profesionalidad, su cariño y su ternura. He aprendido muchísimo como profesional, pero me quedo con el aprendizaje humano.

‘Para el que regresa, no solo importa lo profesional y económico; está lo social’

Debo admitir también que, ahora que estoy de vuelta, echo de menos a las personas que he conocido y la belleza de los entornos que he tenido el privilegio de ver.

P.- ¿Cómo fue su conexión con Cantabria mientras vivió fuera, y cómo la siente ahora?

R.P.- Cantabria siempre ha estado presente en mi vida. Creo que nunca pierdes la idea de regresar, ya sea a corto, medio o largo plazo, si bien empiezas a plantearte las condiciones en las que volverías.

Por supuesto, tiene un coste importante. Salir al mundo es una experiencia recomendable, porque te hace ver otras realidades y ser más consciente de las de tu lugar de origen. Pero también pierdes mucho: la vida de tu gente pasa por llamadas telefónicas, redes sociales y reencuentros esporádicos, especialmente cuando vives al otro lado del charco; tu entorno cambia, tus lugares cambian y tú te van quedando al margen de esas experiencias. Ahora que he regresado, noto esa ‘maldición del migrante’, que te hace ser un poco de todas partes y un poco de ninguna.

P.- Pese a todo, ¿diría que la experiencia le ha traído cosas positivas?

R.P.- Sin duda; tras diez años fuera, tenía muchas ganas de volver. Aunque debo admitir que, tras tres años aquí, vuelvo a tener el gusanillo de salir. Pero mi trabajo en la universidad es por lo que he trabajado todos estos años fuera, y me permite tener intercambios con otras universidades unos meses al año, aunando así el estar aquí y el aprendizaje en el exterior. Tengo un equipo de investigación maravilloso, una profesión que me reta constantemente, mi familia y mis amistades cerca… En definitiva, estoy a gusto. La verdad es que fuera de Cantabria se echa mucho de menos este tejido social que todos disfrutamos ¡y las rabas, claro!

P.- ¿Cómo ve Cantabria a día de hoy?

R.P.- La verdad es que profesionalmente no se ve demasiado bien, pero se ve con esperanza, especialmente por el desarrollo de sectores como las TIC y la reestructuración de otros más tradicionales.

Muchas personas estamos volviendo con buenas condiciones laborales, ya sea con empresas de aquí o trabajando en remoto, y claro, no solo importa lo profesional y económico, sino también lo social. Voy a tirar del tópico de que “en España se vive muy bien”, y añadir “y en el norte más”. Y es que cuando tienes una buena formación y experiencia profesional aquí y fuera, cuando te lo curras y cuando se dan las condiciones adecuadas en el territorio, acabas consiguiendo acercarte a un desarrollo personal, profesional y social de calidad, algo que ahora parece más posible que nunca en Cantabria.

P.- ¿Qué valor encuentra en ese talento retornado del que habla y del que usted misma forma parte?

R.P.- Creo que puede aportar mucho. Conocer otras formas de hacer las cosas te aleja de retóricas como “esto no se puede hacer” o “así no es”. También proporciona un conocimiento del mundo que puede aplicarse a lo local para encontrar formas creativas y novedosas a la hora de desarrollar procesos, fomentando la innovación. Y aporta ideas, curiosidad y una visión crítica, que es la mejor base para abordar retos en cualquier área.

Aprovechar el talento exterior debería ser prioritario, pero eso pasa por generar un tejido donde esas personas puedan insertarse y emprender. Por mucho que te formes y que tengas experiencia, si no hay un contexto favorable, es difícil que puedas desarrollar tu potencial en el retorno.

‘Aprovechar el talento formado fuera debería ser prioritario para Cantabria’

Esto no debe ser una cuestión individual, meritocrática, sino una estrategia estructural, de desarrollo de los territorios, de apostar desde lo público y lo privado por generar un espacio de posibilidades para un desarrollo sostenible y con justicia social en nuestra región.

P.- Existen diversos grupos que buscan generar oportunidades poniendo en contacto a los cántabros que están o han estado en el exterior. ¿Qué opinión le merecen?

R.P.- La verdad es que son un lazo con el territorio muy necesario, pues te permiten estar al día con el mercado laboral de Cantabria, conocer a otros profesionales de la región, etc.

Yo me apoyé más en Cantabria Overseas, un spin-off no institucional de la Red C2030 de CEOE-Cepyme, quizás menos profesional, pero más tierno, humano y cercano. Se trata de una iniciativa que surgió durante la pandemia, con mucha ilusión y muchas ganas. Recuerdo con cariño estar en Buenos Aires y conectarme a través de internet para colaborar de cualquier forma posible en la mejora de la vida de la gente de Cantabria.

Después de aquellos primeros meses, ya solo conectarnos y charlar entre nosotros, ayudarnos con información y compartir “tips (sugerencias) para sobrevivir por ahí” se convirtió en algo muy bonito, un apoyo fundamental para todos. Cosas así te sostienen cuando vives fuera y te mantienen un poco más cerca de la Tierruca si lo necesitas.

P.- Desde luego, vivir en el extranjero puede ser duro en ocasiones. ¿Qué consejo le daría a alguien que se esté planteando salir del país durante un tiempo?

R.P.- Que lo valore bien. Hay muchas cosas buenas en una experiencia así, pero también tiene costes. Yo lo recomiendo, ya que, con sinceridad, creo que creces en lo profesional y en lo personal de un modo en que nunca podrías hacerlo quedándote en Cantabria. Pero tiene que ser una decisión meditada con tu entorno. Ahora es fácil regresar de forma más o menos periódica a la región, en especial si te vas a otro país de Europa, pero no es como mudarte a Bilbao o a Madrid. En mi caso, viviendo en América, regresar más de una vez al año era muy complicado.

También le diría a quien quiera irse al extranjero que se apoye en redes como la Red C2030, Cantabria Overseas y otras que se forman en los lugares de destino. Ayudan mucho con los procesos burocráticos y las necesidades del día a día, y son un nexo con la propia cultura, algo que siempre se necesita cuando se está lejos de casa.

José M. Sainz-Maza del Olmo

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