Inventario

Demandas absurdas

A peligros inminentes, decisiones rotundas. Y qué más rotundo que reducir el tamaño de los quesitos en porciones. Kraft Foods, la multinacional norteamericana de alimentación ha visto las orejas del lobo, con las denuncias presentadas por los consumidores solicitando indemnizaciones por haber incurrido en obesidad y ha tomado medidas inmediatas: No ha quitado grasas, ni hidratos, ni nada. Directamente ha reducido el tamaño de las porciones, una muestra incontestable de que quien se las coma probablemente engordará, pero menos. Excepto claro, aquellos que engullían una y ahora se coman dos.
Son medidas a la americana, basadas en una lógica imbatible, pero incomprensible para los europeos. Y es la lógica de los abogados. En un país donde todo se reclama, a instancias de bufetes que con las victorias ganan enormes cantidades de dinero y popularidad, más que por el interés de los propios afectados, es imprescindible defenderse de la ley. Y así se incurre en decisiones aparentemente estúpidas, como el de colocar carteles en las calles anunciando que acaban de ser baldeadas y por tanto, el peatón corre el riesgo de resbalar. El viandante, que las ve totalmente secas no puede por menos que preguntarse a qué se debe semejante advertencia. Y es que en ocasiones, los jueces han atendido reclamaciones de ciudadanos que han resbalado en la calle tras ser regadas, y han impuesto a los ayuntamientos importantes indemnizaciones, por no haber advertido el peligro que suponía este hecho. Así que ahora, los ayuntamientos se defienden de los jueces colocando carteles que advierten permanentemente que están mojadas, lo estén o no lo estén, con lo cual se curan en salud. Los carteles obviamente no sirven para nada, pero se evitan pagar indemnizaciones.
A nadie le importa que por este camino se vaya hacia el absurdo. Lo importante es que las demandas por indemnizaciones mueven el 1% del PIB norteamericano, y eso supone un negocio de colosales dimensiones para la abogacía del país. Las reclamaciones son ya, de por sí, un sector más de la economía y eso ha sido asumido con toda naturalidad, con el convencimiento de que esa rebelión del ciudadano contra los fabricantes es un signo de madurez en el consumo y progresismo democrático.
En la vieja Europa las cosas son muy distintas. Está bien que el fabricante tenga ciertos compromisos morales, pero imaginar que los gordos locales puedan demandar a McDonals y exigirle cantidades milmillonarias por ser culpable de su obesidad, además de delirante nos parece infantil. Y es que en nuestra lógica perversa nos empeñamos en cambiar los términos y sospechar que alguna responsabilidad tendrá quien se comió las hamburguesas.

La verdad de algunos éxitos

La economía española ha vivido ocho años muy rápidos en los que apenas había tiempo de reflexionar. Un buen ejemplo ha sido el las grandes empresas públicas que han sido privatizadas. Telefónica, Endesa y Repsol se convirtieron en el modelo del éxito empresarial y en el ejemplo del resultado que podía dar la gestión del ministro Rato. Las tres empresas fueron entregadas a sendos amigos del presidente Aznar, Juan Villalonga, Martín Villa y Alfonso Cortina, y las tres comenzaron una carrera espectacular hacia las estrellas, con una política de inversiones tan desaforada que el dinero parecía fluir de una tinaja inagotable, como en el cuento infantil.
Hace tres años las cosas empezaron a torcerse. Cuando Villalonga repartió entre sus ejecutivos (él incluido) algo más de 86.000 millones de pesetas en sobresueldos por stocks options, la sociedad española empezó a poner mala cara a una política absolutamente descontrolada. Luego, las inversiones en Lycos y Endemol, pagadas a precios disparatados, acabaron por hundir la nave y el valor de las acciones de Telefónica se redujo a la tercera parte del que había llegado a tener.
Villalonga tuvo que salir de mala manera y otro amigo, César Alierta, se hizo cargo de la empresa, con la obligación de tragarse unos sapos gigantescos: declarar unas pérdidas superiores al billón de pesetas en el ejercicio de 2002 y una nueva regulación de plantilla, que afectará a nada menos que 15.000 trabajadores.
La evolución de la compañía que fue sinónimo del éxito ha sido tan poco brillante en los tres últimos años que la segunda y tercera oleada de sus stocks options no se podrán ejecutar, porque el precio estipulado para ello no sólo no supondrá un favor para el beneficiario, sino que resultaría un serio perjuicio, dado que es muy superior a la cotización actual del valor. Solo los trabajadores de Endemol –una vez más– podrán obtener un buen pellizco, porque a ellos se les estipuló el precio más bajo de ejecución de las opciones.
En Endesa, las políticas no fueron tan desmesuradas, porque Martín Villa no es Villalonga, pero también se adoptaron medidas muy agresivas. La eléctrica española no sólo compraba todo lo que se vendía en Iberoamérica, sino que quería entrar en todos los países europeos donde hubiese oportunidades. Endesa crecía como la espuma y se convertía en otra razón más para justificar el enorme impulso económico que las privatizaciones le daban al país.
Todo fue un espejismo. El año pasado, Endesa tenía, según sus balances, fondos propios por valor de 8.043 millones de euros, mil menos que en 1997 cuando empezó su eufórica carrera y su endeudamiento, que entonces era de 8.510 millones de euros, había pasado a ser de 22.747, casi tres veces superior.
Exactamente lo mismo ocurrió en Repsol, que optó por devorar la argentina YPF y estuvo a punto de morir en la digestión. La empresa petrolera ha tenido que vender muchos activos, entre ellos una parte estratégica de Gas Natural y aún no se ha recuperado del altísimo endeudamiento, por lo que puede ser víctima propiciatoria de cualquier operación hostil.
A lo que se ve en las tres empresas, alguien encontró la caja llena, y mientras duró lo que había dentro o los bancos seguían prestando, nos convenció a todos de que estábamos ante unos nuevos magos de los negocios y que las privatizaciones habían supuesto un cambio histórico para la economía española. Ahora sabemos la auténtica dimensión de esas gestiones. Ni fueron tan brillantes, ni descubrieron un nuevo modelo económico para el país. Simplemente, jugaron al monopoly mientras fluía el dinero, y afortunadamente las tres empresas se han sometido en estos últimos tiempos a una severísima dieta, porque de lo contrario cualquiera de ellas estaba en condiciones de ser devoradas por una de las grandes multinacionales extranjeras y eso hubiese sido un golpe moral insuperable para los españoles que no podrían comprender cómo se puede morir de tanto éxito como se nos ha vendido.

Una familia derrochadora

Ala familia Bush eso del déficit cero les suena a chino. Es curioso, porque está inspirada precisamente por los teóricos de su política liberal, pero ya se sabe que cuando la realidad choca con los principios, es mejor olvidarse de los principios. Bush padre tiene el récord de déficit público en EE UU, cuando cerró el ejercicio de 1992 con un desequilibrio de 290.000 millones de dólares, aunque en términos porcentuales, nadie llegó más lejos en este terreno que Reagan, con el 6% del PIB. Curiosamente, dos presidentes republicanos, es decir, defensores a ultranza de la minimización del estado. Fueron luego Carter y Clinton, demócratas, los que, invirtiendo los papeles, se vieron obligados a absorber el enorme déficit.
Siempre puede justificarse este mundo al revés por problemas ocasionales, pero con George Bush hijo, ha vuelto a repetirse por tercera vez la misma situación, y ahora agravada, lo cual indica que ya no es una circunstancia inesperada, sino que los republicanos se comportan como aquel predicador cínico que recomendaba a sus feligreses fijarse en sus palabras y no en sus hechos. El nuevo Bush acaba de anunciar que el presupuesto público de su país en 2003 se va a cerrar con el estratosférico déficit de 475.000 millones de dólares (unos 75 billones de pesetas), de los cuales a la Guerra contra Irak sólo serán achacables unos 26.
Todo depende del buen ánimo con que se contemplen las cosas. El Gobierno americano, que no se siente intimidado por estas cifras (es más, ha decidido agravarlas bajando los impuestos) anuncia que no tomará medidas especiales, porque confía en que la recuperación económica que llegará antes o después, acabe por poner las cosas de nuevo en su sitio y así el déficit bajaría la mitad en el 2008.
Claro que, con la misma lógica, podría actuar cualquier hijo de vecino endeudándose hasta las cejas, confiado en que algún golpe de suerte le resuelva la situación si no es ahora, dentro de diez años.
Resultan sospechosas las críticas de los economistas más ortodoxos contra el déficit alemán de los últimos años y la benevolencia general contra el déficit norteamericano. Uno y otro han provocado un serio quebranto en el sistema económico occidental pero, al parecer, de lo que hace Schroeder, al menos podemos quejarnos. Con la familia Bush nos toca pagar y callar.

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