EDITORIAL

Tampoco le beneficia a Unidos Podemos la biología, como supone. Aunque es cierto que el grueso de los votantes del PP está en la tercera edad y el de los socialistas por encima de los 50 años, sus jóvenes electores irán templando sus opciones con la misma seguridad que el sol va atravesando husos horarios a lo largo del día. Por eso, para llegar a ser mayoritario, necesita posicionarse en un espectro intermedio, el socialdemócrata, desplazando a los socialistas. Lo podría conseguir con el tiempo si sus votantes fuesen realmente de izquierdas, pero en realidad no se sabe muy bien de qué ideología son y así lo indican los intentos de presentar como candidato al Senado por Cantabria al excabeza de lista del PP Jesús López-Medel, que él mismo no descartó hasta muy última hora, y los de apoyarse en el PRC. El propio Iglesias ha tratado en todo momento de jugar a la confusión.

A pesar de lo que teme la derecha, se trata de un votante más cabreado que ideologizado y en ese sentido no es tan distinto al que hace eclosionar nuevas formaciones políticas en otros países europeo o los que han apoyado el Brexit. En realidad, lo que reclama es un trabajo, un mejor salario, una seguridad económica que ha visto desaparecer y le trae bastante al fresco la ideología líquida de Iglesias que va del comunismo a la socialdemocracia como quien va de una parada de autobús a otra y puede ser al mismo tiempo del 15M y de Zapatero, que ya es eclecticismo. Todo eso resulta secundario en su escala de prioridades, exactamente igual que para el votante del PP los escándalos, con ser importantes, no son suficientes como para hacerle cambiar de opción.
La burbuja de Podemos creció con la falta de espectativas y la política espectáculo de las televisiones y se desinflará con la recuperación, el día que llegue, y con el choque con la realidad parlamentaria, cuando su partido franquicia tenga que definirse sobre cuestiones en las que sus confluencias tienen posturas muy poco confluentes. No tiene poco mérito crear una formación política de la nada, como ha hecho Iglesias, sobre la mesa camilla de su casa con tres amigos y su exnovia pero mucho más difícil será gestionarla a partir de ahora, cuando sus franquiciados, cada uno de su madre y de su padre, empiecen a querer demostrar su singularidad regional y exijan votaciones a diestro y siniestro sobre derechos históricos incompatibles entre sí.

Iglesias quiere representar la nueva política pero muchos de quienes han dado cuerpo a su formación provienen de otros partidos de izquierda, donde han dado muestras sobradas de un carácter poco dado a las jerarquías y a la disciplina. Todos ellos se sienten mucho más cómodos en el no que en el sí, y de haber apoyado la investidura de Sánchez no le hubiese hecho falta oposición. Tampoco le faltará al propio Iglesias en el interior de su formación. Ese es el signo de todos los partidos de izquierda –y especialmente los de la izquierda decorativa– que necesitan mucho más tiempo para debatir lo que ocurre en su interior que lo de fuera, frente al sentido práctico de la derecha. Si a eso se añade que sus votantes son dados a un cierto spleen melancólico, una actitud a medias entre el fastidio y la hipercrítica hacia lo propio, que les lleva a quedarse en casa con más facilidad que cualquiera otros, el futuro de Unidos Podemos es incierto.
Ahora que vivían en el éxtasis les han fallado un millón y medio, cuando baje la espuma veremos con cuántos pueden contar. Y el más consciente de ello es el propio Iglesias, que sabe perfectamente de qué materiales está hecho su partido.

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