‘Colegios del Mundo hubiese cambiado la economía de la zona occidental’

Salvador Blanco, consejero delegado de Sodercan

El consejero delegado de Sodercan está convencido de que el proyecto Colegios del Mundo, que dejó firmado a su salida del cargo en 2011 y clausuró el anterior Gobierno, ha sido una de las grandes oportunidades perdidas por la región. “Era nuestra gran fábrica para la zona occidental de Cantabria, porque 500 alumnos, sus profesores, sus padres… Hubiesen cambiado la economía de la zona. Sin contar con las repercusiones que tendría el haber formado en Comillas a los futuros líderes de países de todo el mundo”, explicó Salvador Blanco en el encuentro del Club Empresarial Cantabria Económica de junio, donde aseguró que el auténtico problema de Cantabria es “no creernos nuestras posibilidades”.


En un momento convulso, porque se habían presentado varias iniciativas parlamentarias referidas a una auditoría de 2012 sobre sus primeros años de gestión, Salvador Blanco no eludió este encuentro con empresarios, en el que expuso las directrices de Sodercan, una empresa que, a su vuelta a la dirección, el pasado año, “prácticamente había dejado de existir”, según dijo, “con una dirección duplicada, en la que los dos directores no tenían ninguna comunicación e incluso rotulaban los proyectos con nombres en clave para que uno no supiese lo que hacía el otro, y con una absoluta descapitalización financiera”.

El cambio de Gobierno ha supuesto una revitalización de la empresa pública de desarrollo regional, que ha lanzado una profusa campaña de subvenciones, además de participar de una forma muy activa en la resolución de las encrucijadas simultáneas en que se encontraban la planta cántabra de Gerdau, Greyco y Forjas de Reinosa.

En el encuentro, los empresarios le abordaron sobre algunas cuestiones que les preocupan.

¿Cantabria tiene tamaño suficiente para competir, en una economía de grandes centros de población?

Salvador Blanco.– El nuestro no es un problema de tamaño. Más pequeño es Luxemburgo y tiene la renta más alta del mundo. Pero esos pequeños países de éxito han sabido lo que querían. Han sabido cuáles eran sus fortalezas, han sabido apostar por ellas y todos se han puesto a trabajar en esa línea. Lo que no puede ser es lo que nos ocurre a nosotros, que cada vez que alguien tiene una iniciativa nos la carguemos. Si nos proponemos hacer una explotación de la energía [los aerogeneradores] llega otro con la consigna “hay que cargárselo”. Tenemos otro recurso, el mar, y cuando decidimos ponerlo en valor, también a cargárselo. Eso da lugar a un pesimismo existencial que está metido en nuestra idiosincrasia. No somos capaces de identificar qué puede ser bueno.

Tenemos una Universidad excelente, sobre todo en el ámbito más tecnológico. El Instituto de Hidráulica es un instituto de investigación, pero también es una empresa que da trabajo a 150 señores, 150 científicos que trabajan en Catar, en Omán, están haciendo el Plan de Inundabilidad de todas las ciudades importantes de Sudamérica, trabajan en EE UU, en Japón, en Venecia…

Estamos fabricando científicos, estamos fabricando ingenieros, ¿por qué no lo aprovechamos y creamos una gran industria de la investigación, como el Instituto de Hidráulica? Por qué no vamos a pedirle el Estado una mínima parte del dinero que costaría el AVE y nos dedicamos a hacer institutos de este tipo, que son grandes industrias. El Instituto de Hidráulica no recibe ni un euro de los presupuestos públicos; todo lo que ingresa es por contratos, en concurrencia competitiva, nadie les regala nada.

Y también tenemos la marca Cantabria, que todo el mundo sabe que vende. El producto de Cantabria se reconoce como un buen producto.

Es posible que sea así en el ámbito de los productos naturales o en el ámbito turístico, pero ¿tiene Cantabria hueco en el mercado tecnológico, por ejemplo?

SB.– Imgram, una de las grandes compañías mundiales del sector, está en el Parque Tecnológico como consecuencia de una startup que promovimos en 2008 alrededor de Softec. Ahora tiene trabajando a 105 ingenieros. ¿Por qué está aquí? Primero, por la calidad de vida, que es un factor competitivo. Segundo, porque aquí hay una buena formación. Y, tercero y muy importante, porque hay muy baja rotación: la gente no se quiere ir a otro sitio, porque vive bien aquí y tiene una retribución aceptable. Hemos ganado a Barcelona, que también tiene un entorno competitivo, porque allí el índice de rotaciones es muy alto.

Tendríamos que poner en valor este tipo de fortalezas. Yo no soy pesimista. Cantabria tiene muchas más cosas de las que creemos pero, eso sí, hay que creérselo.

En todas las legislaturas se ha buscado el asentamiento de al menos una gran industria, a veces con muy males experiencias, pero eso no debería impedir seguir buscándolas. ¿Habrá algún gran proyecto en esta?

SB.– Quizá lo haya, pero no nos va a salvar un gran proyecto que caiga aquí, sino el saber las fortalezas que tenemos, la muy buena formación, la calidad de vida y la proximidad al País Vasco. Ahí es donde tenemos que buscar sinergias para hacernos más grandes y para entrar en los circuitos internacionales y en las cadenas de valor. En sectores como el del automóvil es vital entrar en las cadenas de valor, y cuanta más calidad podamos ofrecer, más grandes seamos y más capacidad tengamos para decidir, mejor aseguraremos nuestro espacio. Desgraciadamente, no somos nosotros los fabricantes, como mucho podemos tener Tier1 o Tier2 [los siguientes rangos fabriles en la cadena industrial de la automoción], pero podemos tener capacidad de decisión, haciéndonos un poco más grandes.

Ese es el gran proyecto. Ver en qué somos buenos y dedicarnos a ello.

Blanco participó en el encuentro mensual del Círculo Empresarial Cantabria Económica. FOTO: ROBERTO RUIZ

Se ha convertido usted en el centro de todas las polémicas y no por nada reciente sino por la gestión de hace años. ¿A qué lo atribuye?

SB.– El tema político es clave. La sociedad civil tiene que trasladar al ámbito político que ya no vale todo, que tenemos que ponernos a trabajar, que no podemos perder el tiempo de manera miserable, que es lo que nos está pasando en el ámbito nacional y en el regional. Y los costes de oportunidad cada vez son más grandes. Lo que no haces un año ya no lo haces al año siguiente o lo haces con un coste brutal, tanto que no te merece la pena.

Cuando en 2011 éramos pioneros en el ámbito de la energía marina, todos venían a ver lo que hacíamos y nos felicitó la Unión Europea. Pero en cuatro años no se hizo nada y ahora no somos nadie. Gracias a aquello, hay una empresa en Asturias que se dedica a fabricar tornillos de ensamblaje para los molinos eólicos del Mar del Norte, pero hemos perdido el tren. La gente no se da cuenta cuando toma estas decisiones.

Perdimos el tren de Colegios del Mundo. Era el gran proyecto industrial para la zona Occidental de Cantabria. No hay otro proyecto como ese: 500 niños de distintos países, de los que que van a ser los futuros líderes. Yo estuve en el de Gales y coincidió con el final de curso. Por allí pasaban las mejores universidades del mundo para reclutar a esos chavales. Imaginemos lo que eso hubiese supuesto en Comillas: que cada año llegasen 500 chavales y sus padres, y que en el futuro, ellos hubiesen sido los mejores prescriptores para vender la región que podamos imaginar. No hay campaña mejor que esa, ni siquiera el que viniese Obama a Altamira.

¿Por que se pierden estas oportunidades?

SB.– Porque no sabemos defenderlas. Alguien dice que eso es un colegio elitista y nadie responde nada. La sociedad calla. Estamos adormecidos. Yo lo dejé firmado y dejé firmada la adjudicación. De hecho, hubo que pagar indemnizaciones a las empresas adjudicatarias al cancelar el proyecto. Y lo dejé financiado por el Banco Europeo de Inversiones, con una financiación puente del Banco Santander… Estaba todo preparado. La Fundación Botín se había implicado profundamente con becas…

Cuando me presentaron ese proyecto, que trasladé al Gobierno, tuve la sensación de que los jesuitas hubiesen construido aquella universidad exactamente para eso, era el sitio ideal. Ahora tenemos un edificio semiderruido, que se va a caer (hasta la rehabilitación que hicimos se volverá a deteriorar) y qué hacemos allí: Tres alumnos en un master y alguna boda.

En este país somos muy falleros, y no me meto con la fiesta de las fallas, que está muy bien, pero no podemos llevar eso a todos los terrenos. Nos encanta construir para destruirlo luego

La sociedad civil tiene que movilizarse mucho más. En 2011 había otro gran proyecto, la famosa planta de bioetanol que le daba viabilidad a Sniace. Los directivos y accionistas de Sniace habían conseguido desviar la actividad hacia la energía y tenían un proyecto para una planta de bioetanol. El ICAF había conseguido una financiación de 60 millones de euros y ya estaba todo firmado, solo faltaba el visto bueno del Gobierno. Tenían aprobado un proyecto CDTI importantísimo, que complementaba Sodercan, para hacer un centro de investigación en biocombustibles que se montaría en el Parque Científico… Cambió el Gobierno, el nuevo no firmó y, a los seis meses, Sniace cerrado.

¿Por qué Sodercan nunca ha tenido buena fama, independientemente de quien gobierne?

SB.– Más que mala fama, mala prensa. En algo que conozco, el caso GFB, sé que la realidad no siempre es lo que te cuentan. Yo he vivido ese caso, lo he sufrido, puse pie en pared para que no se gastase un euro más… Bueno, pues en la prensa sale que los jueces hablan de despilfarro… y me lo atribuyen a mí. ¿Por qué? Porque muchas veces está orientada por intereses contrapuestos.

No es normal que ocurra lo que ocurre en un momento en que hemos recuperado Greyco, para la que hemos encontrado un empresario que lo va a hacer muy bien. Y son 53 puestos de trabajo muy importantes en San Felices de Buelna, una zona deprimida, y cuando todos sabemos que fundición que se cierra, fundición que no se vuelve a abrir.

Y en Forjas de Reinosa, tres cuartos de lo mismo. No son muchos trabajadores pero la huella económica es importante y el proyecto que se avecina también lo es. Y se asegura la continuidad de Gerdau. Bueno, pues la noticia es la petición de reprobación del consejero delegado de Sodercan o de la vicepresidenta regional. Lo único que importa es si van a pedir mi cese o si van a pedir la reprobación de ella.

Lo positivo da igual. El tanque del Instituto de Hidráulica es la única infraestructura científica singular de referencia mundial construida de las 17 previstas. Tenemos en ella a Íñigo Losada, el único científico español que está en el Panel de Cambio Climático de la ONU y la instalación está al 88% de ocupación. Bueno, pues yo me he cansado de oir que allí se dedican a hacer surf.

El gran problema es que no hay ganas de valorar lo que tenemos, pero los empresarios que se dirigen a nosotros saben que siempre intentamos darles soluciones. Es evidente que no es posible en todos los casos pero les intentamos orientar.

¿Hacia dónde se dirigirá su política de innovación?

SB.– En el I+D lo que queremos es fortalecer los institutos y asentar la idea de que la investigación no es un gasto, es una inversión y debe ser una industria. Los países anglosajones lo entendieron hace muchísimo tiempo. Es espectacular el dinero que pueden ingresar las universidades americanas por investigación.

Hemos pensado que la universidad solo era el sitio donde nuestros niños iban a estudiar, pero también generamos conocimiento y ese conocimiento lo tenemos que poner a funcionar, lo mismo que la sanidad. Tenemos un magnífico hospital, ¿porqué no generamos una industria sanitaria alrededor de ese conocimiento? La educación, la universidad, o la sanidad las hemos considerado un gasto cuando en otro sitio son una industria. Una industria que no contamina, que tiene un enorme futuro y que no se deslocaliza fácilmente como una fábrica de tornillos.

Los empresarios se quejan reiteradamente de la Administración. El mundo de los negocios se ha acelerado tanto que prácticamente vive en tiempo virtual y, en cambio, las administraciones públicas parecen trabajar con tiempos geológicos. ¿No es posible acercar la gestión pública a sus necesidades?

SB.– Yo soy funcionario de tres cuerpos, de Correos, de la Universidad y de la Seguridad Social, por tanto entono el mea culpa, y reconozco la burocracia que generamos. Tenemos una Administración del siglo XIX, que no quiere decir que tengamos funcionarios del siglo XIX o gente que no esté preparada. La gente que va a la Administración pasa unas oposiciones durísimas, pero la estructura y la burocracia es la misma del siglo XIX. Reclutamos a los mejores abogados del Estado o inspectores pero, como la estructura es inamovible, ¿dónde terminan todos? En la privada, y pleiteando contra la Administración. En lugar de ser una estructura ágil y de gestión, la burocracia ha ido creando en el funcionariado pequeñas estructuras de poder: los abogados del Estado, los registradores, los notarios, los cuerpos superiores de la Administración… ¿Quién hace todas las normas al respecto? Los propios funcionarios. Es como si a los conejos les dices que tienen que hacer la ley de caza. ¿Qué van a decidir? Escopetas sí, pero sin agujero.

Las restricciones presupuestarias tampoco ayudan.

SB.– ¿Es normal que al Instituto de Hidráulica le tenga que decir la Intervención que no puede contratar personal? (ahora ya se ha resuelto, afortunadamente). Pero vamos a ver, ¿cómo no voy a poder contratar personal porque soy una fundación pública cuando estoy generando recursos al ganar concursos para los que tengo que contratar a gente? Es que dice la norma…

Estamos desincentivando y eso es otra de las cosas que la sociedad civil debe exigir, de una vez por todas, pero cuando se dirige a la Administración lo que pide es más control. Y aparecen más estructuras burocráticas que no resuelven nada, porque la corrupción se persigue de otra manera.

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