Cuatro días DE MARZO que pasarán a la historia

Desde el trágico enero de 1977 o el golpe del 23-F de 1981, España no había vivido una semana de tan intensas emociones. El 11 de marzo de 2004, el día que se cumplían dos años y medio del atentado de Nueva York, un grupo terrorista islámico colocaba trece bombas en cuatro trenes madrileños que debían confluir en la estación de Atocha a primera hora de la mañana. Diez de las bombas estallaron y provocaron la muerte de más de 200 personas y alrededor de 1.500 heridos. La conmoción del país, que requirió un mensaje del Rey a la nación, se convirtió pronto en mundial. El atentado más sangriento de la historia de España parecía en unos primeros momentos un problema doméstico, pero pronto quedó clara su dimensión internacional.
Ni siquiera el empeño del Ejecutivo español en dirigir la atención hacia ETA consiguió que a las pocas horas los gobiernos y la opinión pública de muchos países occidentales empezaran a evaluar las posibilidades de sufrir un golpe semejante, indiscriminado y brutal.
El jueves más dramático que ha conocido la historia reciente del país, dio paso a un viernes de dolor, con manifestaciones en contra del terrorismo en las que participaron 11 millones de personas a lo largo de todo el país. Cada una de ellas alcanzó el mayor número de participantes que se recuerda. En Santander salieron a la calle nada menos que 85.000, a pesar de que una lluvia intensa y persistente acompañó toda la marcha.
Los participantes no podían identificar aún con claridad la responsabilidad de los atentados pero cada vez parecía más evidente que en esta ocasión no eran imputables a ETA. Ni el tipo de explosivo, ni la forma de actuar ni los detonadores conducían a la banda terrorista vasca. Una de las tres bombas que no llegaron a estallar (otras dos fueron explosionadas de forma controlada por la policía) aportaba los primeros indicios. El aviso de un ciudadano una hora después de producirse los atentados ya permitía localizar la furgoneta utilizada por los terroristas y, en ella, una casette con versos coránicos. En la misma tarde del atentado, se producía, además, una primera reivindicación a un periódico británico por parte de un grupo islamista ligado a Al Qaeda.
El Gobierno no negó la aparición de estos indicios pero mantuvo aún durante 48 horas que las investigaciones se centraban preferentemente hacia ETA. En esta actitud, una parte de la opinión pública, quiso ver una maniobra de dilación de las investigaciones, habida cuenta de que un atentado islámico podía ser fácilmente relacionado con la participación de España en la guerra de Irak, al lado de EE UU.
A lo largo de la tarde del sábado la presión de los datos que comenzaban a filtrarse a la prensa a través de la cadena de radio SER empezó a resultar insoportable para el Gobierno. A pesar de que el Ministerio de Asuntos Exteriores había dado orden a todos los embajadores de sostener indubitablemente que era ETA la autora de los atentados, las emisoras de televisión de Europa y EE UU interrumpían sus programaciones para ofrecer nuevas informaciones sobre los avances de la investigación en sentido contrario. Una situación paradójica, dado que las televisiones en España mantenían su programación habitual, con apariciones puntuales del ministro de Interior y el portavoz del Gobierno, que trataban de detener no sólo la cascada de informaciones internacionales, sino también la concentración de manifestantes ante la sede madrileña del PP convocados por primera vez en la historia a través de mensajes telefónicos SMS.
A última hora de la noche, y cuando todas las ediciones de los periódicos nacionales estaban cerradas, el ministro del Interior reconocía tener en su poder una cinta de video con una reivindicación del atentado por Al Qaeda, recogida algunas horas antes en Madrid.
El Gobierno, con muchos apuros, parecía haber controlado la situación, sin el desgaste político que hubiese supuesto una atribución de los hechos, sin ningún tipo de duda al terrorismo islamista. Aparentemente, salvo una parte de la izquierda más politizada y los oyentes de la Cadena Ser, que modificó su programación deportiva del sábado para seguir los acontecimientos políticos al minuto, los atentados habían conmocionado a la opinión pública, pero no habían cambiado la orientación política de los españoles.
Lo que había cambiado era el valor de las urnas. Quizá por la insistencia de todos los partidos, los españoles tomaron conciencia de que, tras su demostración de solidaridad y dolor en la calle, debían demostrar la fuerza de la democracia en las urnas, y acudieron a votar mayoritariamente. Dos millones de jóvenes que, en otras circunstancias quizá se hubiesen quedado en casa, se acercaron con su papeleta a las urnas y eso deparó un resultado imprevisible para todos o, al menos, para casi todos. La noche de las elecciones, cuando ya estaba claro que el Partido Socialista había adquirido una ventaja insalvable sobre el PP, el presidente regional, Miguel Angel Revilla, declaraba que el día anterior, en una llamada telefónica al secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, éste le confió que los tracking (encuestas diarias) de su partido le daban una diferencia de cinco puntos con respecto al PP, exactamente los mismos que depararían las urnas.
La victoria inesperada del PSOE, con casi 11 millones de votos, se convirtió en otro acontecimiento mundial, tanto por la implicación que tuvo el Gobierno de Aznar con la administración Bush como por la decisión de Zapatero de retirar las tropas españolas de Irak si el 30 de junio la ONU no ha tomado el control del país, en sustitución del gobierno provisional norteamericano. Los efectos que hayan podido causar los atentados y la política de alineamiento de Aznar en las elecciones españolas han sido portada durante muchos días de la prensa de todo el mundo, al suponer que puede afectar a las relaciones de EE UU con otros aliados e, incluso, a las propias elecciones norteamericanas que se celebrarán en noviembre.
Todo ello ha deparado los cuatro días más intensos y dramáticos que haya vivido el país en muchos años.

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