Industria: En el filo de la navaja, Cantabria siempre se salva

Cantabria se ha ‘salvado’ en los últimos años de varios zarpazos industriales que hubiesen resultado mortales, o casi, porque han afectado a fábricas con enorme peso económico y social. Varias de ellas podían haber aparecido con el cartel de cierre de la noche a la mañana por las reestructuraciones de sus repectivos grupos. Es casi inverosímil la suerte que ha tenido la región, aunque estos hechos han pasado casi inadvertidos para la población, porque las buenas noticias no suelen ser ocupar mucho espacio.

Altadis cerró en 2016 la última fábrica de cigarrillos en la Península (le queda una en Canarias). Solo dejó la dejó la de puros y puritos de fabricación mecanizada de Cantabria. Para comprobar el auténtico campo de minas superado hay que recordar que 17 años antes, en 1999, Tabacalera tenía 12 fábricas, que fue cerrando casi a una por año, salvo la de Entrambasaguas.

La misma lotería, pero en este caso con más papeletas, le tocó a Cantabria con Nestlé, cuando la multinacional suiza decidió cerrar su planta de bombones británica y concentrar la producción europea en La Penilla, donde ahora hace más de 500 millones de unidades al año, además de un amplio surtido de cereales de desayuno, tabletas de chocolates, Nesquik y otros productos.

Poco más tarde, cuando la siderúrgica brasileña Gerdau vendió Sidenor, de las 17 ofertas que recibió todas menos una pretendían cerrar la fábrica de Reinosa. Cómo no pensar de nuevo en la suerte, que en este caso vino de la mano del interés del Gobierno vasco para que se lo quedasen los directivos, los únicos que pretendían mantener todas las planas, al menos en un primer momento. Eso permitió su continuidad, tras una posterior operación puente del Gobierno de Cantabria, que insufló 15 millones y los recuperó al revenderse la fábrica cuando ya habían aparecido interesados. El cierre hubiese supuesto el hundimiento de todo Campoo y, probablemente, del sur de la región.

Pero ha habido dos operaciones en los últimos meses que podían haber resultado igual de dramáticas: la reestructuración de SEG Automotive en Europa y la de Nissan en España. Mientras la alemana Bosch fue propietaria de la planta de Treto, cerró su gemela de Cardiff (Gales, Gran Bretaña) y ya con los actuales propietarios chinos, Treto se ha vuelto a salvar de la reconversión industrial del nuevo grupo, que deja su actividad fabril en Europa en solo dos plantas, la de Hungría y la de Cantabria, algo de lo que apenas ha habido conciencia en la región, aunque ahora planea la sombra de un fuerte ajuste de plantilla.

Más visibilidad ha tenido el cierre de la planta de Nissan en Barcelona, ya que sus trabajadores vinieron a Los Corrales para pedir el apoyo de sus compañeros de grupo. La multinacional lo anunciaba por sorpresa el pasado 26 de mayo, como producto de una reestructuración mundial, y dejaba sin empleo a 2.800 trabajadores y unos 3.600 de sus proveedores. Los Corrales se ha salvado de la quema porque sirve sus piezas de fundición a más marcas. Ahora acaba de anunciar un plan de inversiones y nuevos pedidos.

No se ha salvado Sniace y con Solvay –una multinacional que amenazó con poner las llaves sobre la mesa del Gobierno si no recibía ayudas públicas para cambiar las calderas– ya está en tramitación el dinero europeo.

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