Rederas en Laredo: ‘Somos las olvidadas del gremio’

Marián Sáinz Chávez es redera desde hace 26 años, un oficio que da trabajo a algo más de 40 personas en la región, casi todas mujeres. Su labor es tan indispensable que los pescadores no podrían salir a faenar si no existiesen, porque las redes se rompen con frecuencia. Aguja en mano, repasan y reparan las redes de cerco que ellos emplean en la mar, tal como lo hicieron las generaciones anteriores. De hecho, su hija, Alicia San Martín, ha tomado hace un año el mismo camino que su madre.


No hay mayor satisfacción para el patrón de un barco pesquero que llegar a puerto con la bodega llena. Sin embargo, en muchas ocasiones, las redes vuelven deterioradas por el peso del pescado, por la tracción de corrientes marinas intensas o por haberse enredado en la hélice durante el lanzamiento o la recogida. De repararlas se encargan rederas como Marián Sáinz Chávez, que comenzó hace ya 26 años en el Puerto de Laredo. “porque mi marido es patrón de barco. Su madre cosía las redes y ella me enseñó el oficio”.

Trabaja de lunes a viernes ­–aunque también ha de estar disponible los sábados e incluso los domingos, en situaciones de emergencia– pero no lo hace sola. Tras finalizar sus estudios universitarios de Publicidad y Relaciones Públicas hace un año, su hija Alicia San Martín, decidió acompañar a su madre. “Estoy bien aquí. Me gusta lo que hago”, asegura. Desde pequeña enhebraba agujas y creció viéndola coser. “Es algo con lo que he convivido siempre”, reconoce.

Ambas son autónomas, por lo que sus ingresos dependen directamente del volumen de trabajo, inestable a lo largo del año. Los pescadores suelen detener su actividad durante dos meses en invierno por las malas condiciones meteorológicas y, durante ese tiempo, las rederas aprovechan para hacer las reparaciones de importancia, sobre todo los cambios de paños en muy malas condiciones.

Madre e hija reparan una red de un kilómetro de longitud.

La carga de trabajo se reduce notablemente en verano, cuando la flota de bajura pesca bonito y no necesita las redes. “Es un oficio que está en decadencia porque no te asegura el empleo durante todo el año”, explica Sáinz.

Pese a ello, siempre se producen averías. “A veces se solucionan en un día y otras en una semana. En ese caso, tienen que llevarse otra red a la mar, porque no pueden esperar”.

Marián evaluará a las futuras rederas que quieran tener una acreditación profesional

Madre e hija están especializadas en redes de cerco, las que se emplean para capturar bocartes, sardinas, chicharros y verdel, que tienen entre 600 y 1.000 metros de longitud. Parte del trabajo consiste en localizar el daño en una superficie tan enorme, una tarea que hacen los propios pescadores. “Ellos pegan un plástico en la zona y de esa manera ya sabemos dónde se encuentra el fallo”, expone la redera.

Alicia San Martín se ha dado cuenta, en su corta experiencia como redera, que la operación más complicada de su profesión no es coser, sino el proceso previo. “La red tiene dos caras. Si no haces una buena preparación, puedes provocar todavía más daños”, apunta.

Una aprendiz puede necesitar ayuda para saber qué hilo de náilon conviene utilizar en cada caso, de qué grosor y qué parte de la red cortar antes de colocar el parche, mientras que a Marián, la madre, le basta con examinar la tela superficialmente.

Un oficio copado de mujeres

Ambas pertenecen a la Asociación de Rederas de Bajura de Cantabria (Arebaca), en la que están representadas más de 40 profesionales, alrededor del 70% de las que hay en la región. Son de Laredo, Santoña, Santander, San Vicente de la Barquera e incluso hay alguna asturiana. Todas, o casi todas, mujeres. Marián tiene que hacer un gran esfuerzo para recordar el nombre de algún redero y solo le viene uno a la cabeza. “En Laredo solo he conocido a un señor de un barco que cosía y se llamaba Braulio, pero normalmente no hay hombres cosiendo”, matiza.

La redera asegura que los varones se dedican principalmente a armar el plomo –que se coloca para que un lateral de la red para que cale en el agua– y el corcho –la parte que queda en superficie–. En algunos lugares, como Santoña, ellas arman. Unas labores que antaño sí realizaban las pejinas, pero ya no. “De eso se hace cargo el bodeguero mayor, que es una persona que ayuda en tierra en las tareas de preparación del barco. Normalmente todos tienen uno”.

Alicia y Marián no cuentan con un centro de operaciones fijo. Por lo general trabajan en la última planta de la Cofradía de Pescadores de San Martín, a pocos metros de la machina donde amarran los barcos. Allí cosen bajo techo, pero no siempre hay hueco para ellas, porque es una estancia que comparten con otras rederas, entre ellas las de Colindres, cinco mujeres que se dedican exclusivamente a la reparación de redes.

No siempre hay trabajo para todas y algunas asociaciones lo resuelven distribuyendo por lista de espera. De esta manera, la que arregla una red sabe que la siguiente le tocará a otra.

Cuando no pueden hacer su labor en un espacio cerrado, montan su pequeño taller en el muelle sirviéndose de un toldo verde que les protege mínimamente de la intemperie y un par de sillas, frente a la bodega número dos, la de su barco.

La técnica no ha cambiado en un siglo. Si se comparasen una foto de cada época se comprobaría que la única diferencia son las sillas. Antes, las rederas, que eran mucho más numerosas, se sentaban en el suelo sobre un cojín, con las piernas bien estiradas.

Arriba, la Cofradía de Pescadores ‘San Martín,’ y dos integrantes de un barco gallego inspeccionando una red. Abajo, un grupo de rederas de Colindres y a la derecha, varias embarcaciones en el puerto.

Esta mejora, aparentemente insignificante, no evita que siga habiendo dolencias vinculadas a la profesión, como lumbalgias, cervicalgias o el síndrome del túnel carpiano, una afección provocada por una presión excesiva en el nervio de la muñeca que reduce la sensibilidad y el movimiento. “El dedo deja de responder al coger objetos. Si se agrava, tienen que operarte”, advierte Sáinz.

La importancia de las rederas

Si no existiese la figura de las rederas, las tripulaciones de los pesqueros no tendrían otra opción que comprar redes nuevas a menudo, un coste inasumible teniendo en cuenta la frecuencia con que se rompen y su precio, que oscila entre los 35.000 y 50.000 euros.

Aunque Cantabria cuenta con empresas que suministran redes nuevas, el producto procede en realidad de países como Filipinas. La redera cántabra subraya que buena parte de las redes que utilizan para reparaciones suelen ser nuevas. No obstante, “si se puede conservar un paño para otra vez, lo guardamos y lo empleamos”.

Formación

El grado de preparación para ejercer este oficio no viene determinado exclusivamente por la experiencia (muchas de las rederas acumulan décadas a sus espaldas). A partir de ahora, podrán obtener un certificado con el que ejercer de manera profesional en la región. Se trata de una acreditación que se consigue tras capacitarse en cursos relacionados con el montaje y la reparación de las redes de pesca. Para acceder a él, es necesario que la postulante tenga al menos tres años de experiencia.

En ese camino se encuentra Alicia, que no titubea en su intención de formarse en ese campo, después de que el Gobierno regional haya iniciado de la mano de las Consejerías de Pesca y de Educación un proceso de acreditación profesional para las rederas que trabajan en Cantabria.   

Marián será uno de los miembros del grupo examinador que evalúe y acredite a las rederas para ejercer. Un equipo en el que también estarán otras compañeras con una amplia trayectoria, como Manuela Milagros, Elvira Larrañaga, Soledad Alonso y Eva Bustillo, la actual presidenta de la Asociación de Rederas de Cantabria. “Aún así, veo problemas de relevo generacional porque es un trabajo en el que puedes estar parada cuatro meses al año. Somos las olvidadas del gremio”, sentencia Sáinz poco optimista.                  

David Pérez 

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