Sogarca y la soberanía cántabra

Cómo se mide la soberanía de un país o de una región? ¿Por su fuerza militar? ¿Por su capacidad  para defender las fronteras? Es difícil encontrar una respuesta, pero seguro que, como tantas cosas, tiene mucho que ver con el dinero. Es muy difícil sentirse soberano sin un euro, mientras que tener un fajo abultado en el bolsillo suele proporcionar una sensación íntima de poder.

Cantabria tenía las mismas competencias con Díaz de Entresotos (el segundo presidente de la autonomía) que con Hormaechea (el tercero), pero mientras uno lamentaba reiteradamente en el Parlamento no tener dinero para hacer nada (durante su mandato solo se contrataron dos obras medianamente significativas, la variante del Tramalón y el Puente de la Barca, en Barreda), Hormaechea puso patas arriba todas las carreteras de la región. Ni siquiera se paró a pensar en cómo pagarlo, porque como le contestó a un diputado socialista, “mientras haya dinero en los bancos…”. Hasta que los bancos se negaron a prestarle, claro, y su sistema colapsó. Tuvo que pasarse otra legislatura entera sin hacer otra cosa que pagar. En cualquier caso, todos pudimos comprobar que, con las mismas atribuciones estatutarias, se puede tener poca o mucha soberanía autonómica en función del dinero que se gasta. 

En la vorágine de crisis financieras que empezó en 2008, nuestra comunidad autónoma pudo preservar su caja de ahorros, cuando las de otras caían como fichas de dominó. Cuando el baile estaba a punto de acabarse, porque la presión de los impagados crecía de forma insostenible y casi no quedaban sillas, una alianza de última hora con la Caja de Asturias y la de Badajoz se convirtió en un más que aceptable salvavidas si se compara con el destino que tuvieron las castellanas o las valencianas, pero aún así, Cantabria perdió su caja. Ni Liberbank, ni mucho menos Unicaja, supieron preservar el mercado de Caja Cantabria, con más cuentas que ciudadanos y un arraigo social extraordinario, que la llevaba a estar presente en todo tipo de escenarios. Hoy, su sucesor ni está ni se le espera. De la Caja queda su Fundación, cada vez menos visible, incluso ahora que la fuerte subida de la cotización de Unicaja hace que su patrimonio, formado por acciones de este banco, haya crecido muy considerablemente.

La desaparición de la Caja nos hizo perder mucha más soberanía económica de lo que solemos suponer, en los créditos, en las hipotecas, en el impulso de los negocios locales por otras vías, en el apoyo al deporte y a la cultura… Las competencias de la autonomía no mermaron pero sí desapareció uno de sus pocos brazos armados y así puede entenderse que Cataluña no quiera perder el Banco Sabadell, que la Comunidad Valenciana trate de evitar que se le escape su sede o que para el País Vasco resulte inasumible la posibilidad de que un día el BBVA pueda marcharse a Madrid o, para nosotros, que el Santander haga otro tanto.

De eso hablaremos cuando se vote la desaparición de Sogarca. La amenaza de una absorción de la SGR cántabra por la castellanoleonesa Iberaval no es nueva, aunque nunca estuvo tan cerca, pero esta vez sin las circunstancias que pudieron justificarla en otros momentos. Ahora no se encuentra en un estado económico precario, no está forzada por la ley a una gran ampliación de capital ni se desgarrra en medio de una crisis institucional. Su situación es francamente saneada y ninguna patronal ha mostrado, al menos, públicamente, queja alguna de su funcionamiento. Sogarca sigue dando sus avales a pequeñas empresas que no podrían acceder a créditos de otras maneras, lo hace a unos precios razonables y su operativa es profesional, como demuestra su baja proporción de cobros dudosos. 

Es evidente que un organismo en el que tiene tanta mano el Gobierno de Castilla y León como Iberaval no hace una maniobra de absorción sobre otro que está en el perímetro del Gobierno de Cantabria, ambos del PP, sin un acuerdo previo, por lo que cabe suponer que todo está ya decidido, aunque necesitan sumar los votos de CEOE, la Cámara de Comercio y otros organismos protectores de Sogarca, entre ellos los bancos. A buen seguro oiremos argumentos de que es mejor estar en un grupo grande que en uno pequeño, y que resulta más eficiente, pero con argumentos parecidos podría defenderse que Cantabria fuese asumida por Castilla y León. Por pequeña que sea Sogarca, forma parte de esa soberanía que no podemos perder.

Alberto Ibáñez

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