El nuevo turismo

Una encuesta reciente indica que España es el tercer destino más deseado del mundo por el turismo de lujo, una noticia tranquilizadora, porque nuestro país se ha especializado tanto en el veraneo popular de sol y playa que corre el riesgo de malvender unos recursos muy valiosos. Por lo que se ve, interesamos tanto a los unos como a los otros, aunque tendremos que evitar repetir las saturaciones del pasado para no alejar al turismo que deja más dinero. El responsable de una de las mayores compañías de cruceros del planeta confesó hace algún tiempo en Santander que se habían visto obligados a dejar fuera de su oferta de excursiones en tierra la Sagrada Familia porque la saturación impedía garantizar un recorrido cómodo a sus cruceristas.

La encuesta nos sitúa inmediatamente después de Francia e Italia en las aspiraciones de los turistas con más poder adquisitivo y ofrece dos pistas vitales sobre los factores más valorados por este tipo de visitantes: quieren seguridad (¿por qué no hacemos suficiente hincapié en que tenemos una de las menores tasas de criminalidad del mundo?) y el compromiso ambiental de los hoteles donde se alojan, algo que nunca hemos tenido en cuenta, porque no sospechábamos que los ricos fuesen ecologistas.

Algunos hosteleros tendrán en cuenta estas conclusiones para enganchar a un turista con más capacidad de gasto. Otros pensarán que, después de un año tan dramático, bastante tendremos con que vuelvan a España todos los extranjeros que venían. Esa comprensible ansiedad hará difícil ajustar un modelo que ha tenido un éxito indudable pero que necesita reorientarse desde el turismo de masas hacia una clientela de más poder adquisitivo.

Es cierto que es el peor momento para seleccionar pero debemos ser conscientes de que la fórmula que estamos explotando tiene muchas limitaciones. Cuando desaparezcan las restricciones, aún cabrá más gente en las playas, pero no por mucho tiempo, como ha ocurrido en la lucense de Las Catedrales, donde solo se puede entrar previa reserva por internet y con un cupo de 5.000 personas al día. Con más de un centenar de arenales, Cantabria no tiene ese problema por el momento pero no cabrán más turistas, por mucho que nos empeñemos, en las callejas de Santillana, Comillas, Potes, Liérganes, Bárcena Mayor, Fuente De o en Cabárceno, ni podemos llenar de mesas todas las aceras de Santander. Parece extemporáneo hablar de esto ahora, pero sabemos de sobra que todo tiene un límite, y lo estamos alcanzando. Es significativo que haya aparecido un movimiento contra el turismo masivo bajo el lema ‘Cantabria es finita’, aunque en el momento más inoportuno.

Como ya se intuyó el verano de 2020, la recuperación del sector turístico cántabro es muy rápida, porque hay una auténtica necesidad social de reconquistar los bares, de salir a comer a los restaurantes y de hacer viajes, aunque sean interiores. Lo tienen más incierto en aquellas comunidades que dependen del turismo extranjero, ese que a Cantabria sigue llegando a cuentagotas y que, por tanto, ofrece más posibilidades de crecimiento. Habría que plantearse qué necesitamos hacer para captar esos grupos de japoneses y americanos con alta capacidad de gasto que deambulan por las calles de Bilbao o San Sebastián. Y aunque este año hemos recuperado la colonia mejicana –vital para la hostelería y el comercio– es un mercado que aún puede dar mucho de sí, igual que el derivado del teletrabajo, para el que la región ofrece condiciones inigualables y que contribuiría a mantener la ocupación fuera de temporada.

Buscar estos colectivos no es una cuestión de clasismo, sino de aprovechar lo mejor posible unos recursos que son limitados. Por muy infinita que nos parezca Cantabria, en los últimos agostos ha estado muy cerca de la saturación y solo es posible mejorar los resultados desplazando parte de la demanda a la temporada baja.

La hostelería tiene una extraordinaria flexibilidad y renace de una forma espectacular, por muchas quejas que haya planteado en los últimos meses. Es una industria que funciona como un reloj en España, con una relación calidad-precio sin competencia. Otras producen coches y esta produce servicios, que no es menos digno y puede incluso que tenga más futuro, a la vista de que muchas plantas no tendrán hueco en los vehículos eléctricos, pero el parón del coronavirus debe servir para ajustar el modelo y para acudir a caladeros más rentables.

Alberto Ibáñez

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