LOS PRINCIPALES EPISODIOS ECONOMICOS DEL SIGLO XX

El 11 de agosto de 1941, el presidente norteamericano F. Roosevelt y el premier británico ya planeaban como sería el mundo después de “la destrucción final de la tiranía nazi”, y se ponían de acuerdo en consensuar un sistema de seguridad internacional colectiva, un régimen de colaboración económica y restaurar los derechos soberanos de los pueblos.
En la conferencia de Yalta de 1945, mientras los ejércitos estaban todavía en el campo de batalla, los mismos personajes y Stalin llegaban a un acuerdo amistoso para repartirse Europa.
Dado el temor que suscitaba Alemania, después de provocar dos guerras, no hubo mayores problemas para dividir el país en zonas de ocupación. Los reproches a las decisiones de Roosevelt, o más bien a las cesiones de Yalta –donde el presidente americano estaba preocupado sobre todo por sacar adelante su proyecto de Naciones Unidas–, no llegaron hasta tres años después de su muerte, a la vista de los acontecimientos posteriores.

El destino de Europa

La guerra había sido mala para todos, pero en Europa había dejado las peores consecuencias: 25 millones de muertos. Pero, además, la producción de hulla había disminuido en un 20%, la de acero un 30% y, a diferencia de lo ocurrido en la anterior guerra, todas las grandes regiones industriales de Alemania y Gran Bretaña habían quedado asoladas por los bombardeos aéreos. La producción industrial en los estados de Europa central y occidental se había reducido en, al menos, un 40% y la agrícola más todavía.

Recuperación

Había que ponerse a trabajar en la recuperación y ésta dependía de las posibilidades de hacer importaciones, la única forma de hacer frente a la falta de alimentos y reconstruir el utillaje y los stocks de materias primas.
Pero el recurso al comercio exterior tropezó con obstáculos ya conocidos anteriormente. No había suficientes mercancías exportables, y se mantenía el desorden monetario causado por las emisiones masivas de papel moneda y de la requisa parcial de las reservas de oro, a lo que además se unía la reducción de la flota de transporte por mar y la consunción durante la guerra de gran parte de las inversiones de capitales hechas fuera de Europa.
En resumen, no había divisas extranjeras en Europa y, fundamentalmente, no había dólares. Eso planteaba problemas acuciantes, en un estado de desabastecimiento general.
De una forma sucinta, la situación puede ser descrita de la siguiente manera: los países industriales no tenían industria, es decir nada que les sobrara para exportar; los países agrícolas no tenían agricultura y si antes de la guerra podían conseguir divisas en los mercados de materias primas de Londres, ahora ya no era posible, porque había pocos recursos y las operaciones se habían desviado hacia otros mercados extraeuropeos. En conclusión, había que echar mano de los créditos y quien los podía dar era, únicamente, Estados Unidos.
Cuando en 1946 W. Churchill llamó la atención sobre la creciente división de Europa y acuñó la famosa expresión del Telón de Acero, hablaba tanto para su paisanos como para los americanos y aunque el posterior gobierno laborista concibió la esperanza de que “la izquierda le podría hablar a la izquierda” rápidamente comprobó lo contrario. A partir de ese momento, ingleses y americanos empezaron a converger en sus políticas.

La doctrina Truman

En 1947 el presidente Truman tomó una decisión trascendental en política exterior. Para entonces la economía de la Gran Bretaña seguía sin recuperarse de los esfuerzos de la guerra, tenía una enorme necesidad de inversiones y, para completar su larga lista de problemas económicos, las primeras fases de la descolonización le estaban resultando muy caras.
Los ingleses tomaron la decisión drástica de hacer retornar a casa las tropas que tenían establecidas en Grecia para mejorar su maltrecha balanza de pagos. Truman reaccionó de inmediato y decidió que EE UU pagaría la factura y ayudaría a Grecia y a Turquía a liberarse de la presión de los rusos. Una toma de postura que marcaría el inicio de una política que se mantendría luego como una constante de todas las administraciones norteamericanas durante décadas.
Otra medida, por entonces más jaleada, fue extender una oferta de ayuda económica a las naciones europeas que se avinieran a planear conjuntamente su recuperación económica, lo que se denominó Plan Marshall, ya que así se llamaba el Secretario de Estado de los EE UU que lo anunció.
Su objetivo era una contención sin agresividad y sin recurrir a medios militares; el ministro británico de exteriores Ernest Bevin fue el primero en vislumbrar el alcance de sus implicaciones y recomendó su adopción al resto de Europa occidental, y aunque es cierto que la oferta era para todos, ni los rusos ni sus países satélites, como se los llamaba entonces, iban a participar; por el contrario, atacarían duramente el Plan.
Las ayudas norteamericanas se convirtieron en la donación más rentable de la historia, dado que contribuyeron a despertar el mercado europeo y afianzar su vinculación con la economía norteamericana, lo que demuestra que en ocasiones la generosidad es un magnífico negocio y no sólo una virtud.

La Guerra Fría

Los bolcheviques, que habían hecho su aparición en escena en 1917, entraron en la historia internacional de una forma nueva y problemática, ya que su política exterior era una forma de avance de su ideología y, explícitamente, querían derrocar las instituciones no comunistas del resto del mundo.
La situación internacional quedó esbozada de una manera muy simple: un terreno de juego con dos campos, el EE UU y el de la URSS, cada uno de los cuales se proclamaba a sí mismo como anti-imperialista y trataba de sumar para su causa, de mejor o peor manera, al mayor número de jugadores.
Esta segunda fase de la posguerra europea que se conoció como la Guerra Fría, duró más de 30 años oscuros años, y mantuvo en vilo los corazones de los europeos y del mundo en tan generoso espacio de tiempo.

El puente aéreo

Uno de los primeros episodios de esta situación de tensión entre bloques fue el Puente Aéreo de Berlín.
En 1948, sin previo consentimiento de la otra parte las potencias occidentales decidieron introducir una reforma monetaria en la parte de Alemania que controlaban a través de un sistema de protectorados. Las medidas galvanizaron un proceso de recuperación económica en Alemania occidental que, por supuesto, no afectó a la parte que luego sería conocida como Alemania del Este. Esto marcó más las divisiones entre las dos zonas de Alemania y en el propio Berlín y dejo a los rusos con una notoria desventaja desde el punto de vista de la popularidad.
Los rusos, a falta de mejores ideas, optaron por una solución bastante pedestre: cerrar las comunicaciones con los otros sectores. A partir de ahí, las cosas fueron cada vez peor, sobre todo en Berlín, ya que su sector occidental permanecía totalmente envuelto por la zona rusa. Como es fácil comprender, inevitablemente se vio inmerso en una situación fáctica de bloqueo y todo lo que hicieron los rusos a partir de entonces se interpretó en un sentido hostil.
Moscú no discutía el derecho de los aliados a pasar a sus respectivas zonas con sus tropas pero, en cambio, interfería el tráfico que aseguraba el suministro a esos sectores y, como consecuencia, para llevar los víveres a sus zonas, los americanos y los ingleses sólo tenían una solución: organizar un puente aéreo.
Los occidentales, pese al enorme coste que iba a suponerles mantener el flujo de alimentos, combustible y medicinas, aceptaron el envite de los rusos y se lanzaron a este gigantesco plan de abastecimiento de una ciudad exclusivamente por vía aérea. Si alguien quería impedirlo, debería hacerlo por la fuerza.
El puente duró nada menos que un año, por surrealista que pueda parecer, y realmente fue un desafío logístico hasta ahora inigualado en la historia de la aviación por varias razones: En Berlín solo había un aeropuerto y la densidad de vuelos alcanzó la sorprendente cifra de mil al día, o sea casi uno cada minuto. Baste señalar que sólo de carbón llegaban a la ciudad por vía aérea 5.000 toneladas diarias. La aviación moderna de transporte se hizo mayor de edad en el curso superacelerado que tomó en la capital alemana.

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