Inventario

A casa con 48 años

En estos tiempos de crisis, vuelven las recetas de siempre, las de apretarse el cinturón salarial, abaratar el despido y poner fin al lujo de las prejubilaciones que, aunque puedan ser costeadas por las empresas, no pueden ser pagadas por el sistema público, que bastante tiene con cargar con el aumento del desempleo y los expedientes de regulación temporal. No había acabado el ministro de turno de hablar de reducir a la mínima expresión las prejubilaciones cuando Telefónica se descolgaba con una oferta para invitar a dejar la plantilla a los mayores de 48 años. Una decisión que no es inédita entre las empresas españolas pero que, de generalizarse –lo que es imposible, porque nadie tiene tanto dinero como Telefónica– dejaría fuera del mercado laboral a casi la mitad de los trabajadores españoles.
La compañía de telecomunicaciones no es la primera vez que sorprende con algo parecido. Ya lo hizo con los 84.700 millones de las antiguas pesetas que pagó a sus directivos en ‘stock options’ cuando Aznar puso al frente de la compañía a su compañero de pupitre y amigo –luego repudiado– Juan Villalonga. Más tarde, el propio Villalonga llegó a proponer una prejubilación a los 42 años que nunca pudo llevar a cabo pero que marcaba un punto de inflexión en la locura de los ajustes a golpe de calendario y de talonario, donde el único objetivo es hacer más esplendorosa la cuenta de resultados (las prejubilaciones se pagaban entonces contra reservas y no contra beneficios) y el desprecio de la capacidad laboral de los enviados a casa. Pero ya se sabe que, aunque sea un despilfarro temerario de recursos humanos, esos recursos no figuran en ningún balance contable y, por tanto, ningún accionista va a pedir explicaciones si desaparecen, a excepción de algún sindicato y Villalonga tenía la precaución de confinar a los accionistas-sindicalistas en una sala insonorizada aparte, desde la que los abucheos no llegaban a sus invitados preferentes.
Telefónica ha prometido que la nueva oleada de prejubilaciones no va a suponer ninguna carga para el Estado, porque se compromete a financiar por completo los muchos cientos de miles de euros que costará seguir pagando el sueldo y la cotización de cada uno de los que pretende jubilar con 48 años hasta que cumplan los 60, pero lo habitual es que cada vez que una empresa aligera plantilla por esta vía, el INEM y la Seguridad Social paguen una parte significativa de los ingentes gastos que genera.
Las autoridades de Trabajo han sido muy condescendientes ante estas situaciones, aceptándolas como una especie de subvención indirecta para aumentar la competitividad de estas empresas que, por el mero hecho de amortizar empleos ya disparan su productividad teórica, pero resulta un flaco servicio para sus competidores y, sobre todo, para el resto de la economía, porque en las pequeñas empresas nunca habrá prejubilaciones. Aunque tuviesen interés en hacerlas, no dispondrán del dinero suficiente para afrontarlas, por lo que vamos hacia una economía cada vez más dual.
En estas páginas ya queda constancia de que las diferencias de salarios que pagan las grandes empresas de la región con respecto las pequeñas –incluso en los mismos sectores– son de alrededor de 8.000 euros por trabajador y año, una cantidad muy elevada que no se justifica por un trabajo más duro o más cualificado, sino por el simple hecho de que la compañía más grande está en condiciones de ofrecer más. Como la cotización es más elevada, su operario también tendrá más pensión cuando se jubile y, por si fuera poco, puede que le ofrezca prejubilarse cuando lleve menos de treinta años de actividad laboral, mientras que quien trabaja en un taller sabe que va a estar soldando irremisiblemente hasta los 65. Es evidente que estamos dibujando un mundo laboral dual y que las autoridades públicas, en lugar de tratar de limar las diferencias, están contribuyendo a agrandarlas.

Tanques de alquiler

El Ministerio de Defensa quiere secundar a otros ejércitos del mundo y alquilar material militar en lugar de adquirirlo, como el que disfruta de un coche o de una máquina a través de un ‘leasing’. De siempre hubo soldados de conveniencia y mercenarios que, en las guerras, se ponían al servicio del mejor postor, entre ellos los antiguos cántabros o figuras tan notorias de la historia nacional como El Cid, pero no habíamos caído en la utilidad de alquilar unos tanques o un puñado de aviones para una guerra que se presume corta, para un desfile o para enseñar los dientes a un vecino incómodo.
Y como no hay negocio que el mercado moderno desprecie, ya han empezado a reciclarse los señores de la guerra, esos que venden armas legales para conflictos ilegales con la complicidad de quien las compra y la del país del fabricante, que no está dispuesto a perder los ingresos.
A partir de ahora, los domingos por la mañana, los jefes de los ejércitos podrán darse un paseo por los parques de material bélico nuevo y usado, como quien va a un compraventa de coches, para echar una ojeada y alquilar, con derecho a compra, un lanzamisiles, un tanque nuevo, un avión espía o un par de cazas. El que tenga un conflicto en ciernes ya sabe que no necesita pedir un crédito extraordinario al Parlamento para hacer acopio de material; le bastará con ir a estos supermercados de la guerra y alquilar lo que necesite, aunque para eso será necesario hacer una pequeña reforma legal ya que, hoy por hoy, el Ejército español no puede hacer contratos de leasing, aunque sí de alquiler corriente.
Entre los muchos hitos del ex ministro Trillo a su paso por Defensa hay que reconocerle su capacidad de anticipación en esta materia al exhibir un modernísimo tanque Leopard en su último desfile del Día de las Fuerzas Armadas. Una vez acabado el acto fue enviado al puerto de Santander donde las lonas que lo envolvían como un paquete no pudieron impedir que se desvelara que había sido alquilado al Ejército alemán para presumir un rato y ya estaba preparado para ser embarcado y devuelto.
Ahora podremos hacerlo sin escondernos y pensar, incluso, en servicios complementarios. Es evidente que el siguiente paso en este nuevo mercado del alquiler será el ‘renting’ del tanque con tanquista, el del avión con piloto o el del fusil de asalto con fusilero. En estas condiciones, los países se plantearán si les merece la pena mantener determinadas unidades y hasta Luxemburgo o Andorra podrán sacar pecho militar. Si alguna vez tienen un conflicto, sólo tendrán que alquilar un cuerpo de ejército como el que se agencia un chaqué para una boda Ventajas del mundo moderno.

Adiós a una marca centenaria

E.On se ha propuesto que en Viesgo nada recuerde a la italiana Enel ni a la española Endesa, anteriores propietarias, pero indirectamente va a provocar que casi nada recuerde, tampoco, a Viesgo. La marca eléctrica cántabra desaparece después de más de cien años en el mercado, sustituida por el curioso nombre de la multinacional alemana. El nuevo dueño tiene todo el derecho del mundo, ya que la empresa es suya, pero eso no impide que nos provoque una cierta decepción.
Electra de Viesgo o simplemente Viesgo, como se ha denominado desde hace algún tiempo, ha sido una de las marcas tradicionales en el sector eléctrico español y especialmente en Cantabria, donde nació y creció a través de la integración de una miriada de compañías locales que habían surgido en los molinos o en los saltos de agua de cada pueblo para acercarles la modernidad de una nueva energía que proporcionaba luz con sólo cambiar la posición de un interruptor. Compra a compra, Viesgo hizo todo el proceso de integración y racionalización de un sector muy disperso en una comunidad donde llevar la electricidad a cada pueblo, a cada casa y a cada cabaña ha sido un objetivo titánico.
Con esta concentración, Viesgo, vinculada durante muchos años al Banco de Vizcaya, alcanzó la mayoría de edad. Luego fue comprada por el Santander, que no se atrevió a desafiar al sector en unos años en que el reparto del mapa eléctrico nacional estaba tan pactado como el propio negocio bancario. Quizá veinte años después hubiese actuado de otra forma y hubiese convertido Viesgo en una de las grandes marcas eléctricas del país, pero entonces acabó por marcharse de un negocio cansino, aunque previsible, como era el de las eléctricas, y dejó la compañía en manos de Endesa, es decir, del Estado. Y con Endesa, como es obvio, sólo podía tener un papel local. Pero el nuevo propietario conservó la marca, lo mismo que hizo la italiana Enel, cuando, más tarde, la Endesa privatizada decidió que prescindir del negocio cántabro era una cesión asumible dentro de sus planes de expansión.
La marca Viesgo desaparece ahora y, en realidad, también desaparece la sede regional, sustituida por una oficina del centro financiero de Madrid, aunque la compañía conservará el domicilio legal y fiscal en Santander, como una concesión al Gobierno de Cantabria, que ha peleado por ello.
Sin ninguna duda, es lo más operativo para una multinacional que no se conforma con el pequeño mercado de Cantabria y parte de Asturias, sino que ha llegado a España dispuesta a ser una de las principales productoras y comercializadoras de energía del país.
Es posible que esa desvinculación de la región de origen sea inevitable en la estrategia de una multinacional que ni se siente vinculada con Cantabria ni probablemente hubiese sabido colocarla en el mapa antes de tener que conformarse con Viesgo como compensación por haber perdido su gran presa, Endesa, tras la compleja OPA frenada por el Gobierno. Viesgo era caza menor y la compañía alemana, que quizá no se hubiese atrevido a cambiar el nombre de Endesa, no ha tenido ningún reparo en hacerlo con Viesgo. Orange también lo hizo con Amena y Vodafone con Airtel, pero los resultados, sobre todo en el primer caso, son discutibles. Tirar por la ventana el valor de una marca asentada siempre es un despilfarro y, a veces, un riesgo. E.On, al parecer, ya lo tiene asumido.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora