I Love You, una cura de humildad

Procurar una cura de humildad a este planeta envalentonado ha costado, al parecer, más de un billón de pesetas. Un enorme despilfarro para muchos que visto con más serenidad, no pasa de ser un tratamiento razonablemente barato. Ahora somos conscientes de que un individuo sin especiales aptitudes que vive en un barrio marginal de una ciudad degradada en mitad del Tercer Mundo, –es decir, lo que no existe– puede poner patas arriba la red internacional de ordenadores con un estúpido mensaje de amor que se cuela a través del correo electrónico. Increíble. Pero más increíble aún es que lo haya conseguido con el lenguaje de programación más simplón, sin protegerlo siquiera, y añadiéndole una orden para que mientras se multiplica reenvíe todas las claves secretas de cada uno de aquellos ordenadores (45 millones en todo el mundo) en los que ha entrado como un auténtico caballo de Troya. Afortunadamente, los técnicos que, como se ve, siempre lo tienen todo controlado, son optimistas: No hay de qué preocuparse porque un particular no es capaz de compilar las ingentes cantidades de información que han llegado a sus manos. A no ser que la venda, claro.
El virus I love you es un fracaso colectivo tan importante como el fiasco del Efecto 2000. Ingentes cantidades de materia gris y de tecnología acumulada no han podido con una gamberrada corriente, lo que indica la extrema debilidad de los cimientos sobre los que se asienta el mundo que construimos. Para infligir un severo castigo a cualquier país ya no es necesaria una armada, ni siquiera unos misiles, basta con un aficionado a la informática y unos medios tan pedestres como los que hay en cualquier vivienda: un PC.
Si en semejantes condiciones es posible torear a la CIA, al FBI, al Pentágono y a la mayor parte de los grandes centros internacionales de seguridad, incluidos los españoles, es que hay mucha gente que no justifica su puesto de trabajo. En el fondo, los ejércitos siguen preparados para una guerra a la antigua, de las que se libraban a tiros, pero nunca sabrán combatir un mensaje de amor. Es posible que haya llegado la hora de que nos reciclemos todos.

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