Editorial

Aparentemente, el conflicto se solucionó en diciembre, cuando Mirones propició la salida fulminante del secretario general, muñidor de su candidatura, lo que, en teoría, debía haber calmado los ánimos de la rival. Pero, para entonces, el problema no era externo sino interno, como consecuencia de la mínima cohesión del propio equipo ganador, algunos de cuyos miembros más conspicuos no tenían empacho en proponerse públicamente como recambio para Mirones, su líder de candidatura, aventurando que este podía verse inhabilitado como consecuencia del proceso por la quiebra de Socueva, una constructora en la que tuvo un papel muy activo.

Con semejantes aliados, Mirones ni siquiera necesitaba rivales, pero el presidente de la CEOE tiene más recorrido de lo que algunos de su Ejecutiva piensan y ha toreado en otras plazas difíciles, como la de Hostelería. A eso se unen las torpezas del nuevo sector crítico, que ha sido capaz de anunciar su intención de crear otra patronal si su intento de forzarle a dimitir fracasaba, y dejar entrever, además, que tal escisión estaría sutilmente apoyada desde el Gobierno, lo que en el castellano de la calle equivale a decir que entraría en el reparto de las jugosas subvenciones de la Concertación.
La inmensa mayoría de las empresas que están en la CEOE no esperan gran cosa de la patronal, en realidad no esperan nada y, por eso, no están dispuestas a que una presencia tan desinteresada les dé quebraderos de cabeza como los que ya vivieron en las últimas elecciones, cuando tuvieron que decantarse por una u otra candidatura, en un océano de dudas, presiones y temores a traicionar amistades. Diez meses y varias crisis después, parece una ingenuidad que alguien piense que estarían dispuestas a levantar otra patronal alternativa, a no ser que tuviesen intereses muy concretos en repartirse los nuevos cargos, y esa circunstancia sólo se da en los promotores de la iniciativa escisionista.

Como no podía ser de otra manera, eso ha servido para reforzar a Miguel Mirones, que ha conseguido sacar adelante un secretario general elegido por curriculum y no por sus vinculaciones con grupos de poder en la patronal, que es a lo que aspiraban algunos.
Es posible que Mirones nunca llegue a conseguir poder ejecutivo real, como pretende, porque en los estatutos de la patronal, el único ejecutivo es, curiosamente, el secretario general, un contratado que, como ya se vio anteriormente, puede tener un margen de maniobra desmedido. Es probable, también, que se reproduzcan los vendavales, pero los temporales van a ir amainando, a medida que quedan fuera del terreno de juego los asuntos más sustanciosos para la polémica, como la elección del secretario general. El propio Gobierno, que desde el sector PRC tuvo la tentación inicial de meter la mano en el conflicto de los empresarios, ya no quiere saber nada de lo que pase en la patronal, temeroso de salir escaldado, y en estas condiciones ambientales, sólo cabe esperar un apaciguamiento progresivo.
Quienes han afrontado la batalla no parecen conscientes de que las grandes empresas tienen un sentido institucional y que las restantes no quieren líos, que además no entienden. Si no lo llegan a interiorizar, la CEOE será aún más prescindible que ahora.

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