Editorial

La segunda razón es la menos realista: responder a las expectativas de los electores. Y no es realista porque sin dinero no hay capacidad de decidir, como sabe bien cualquier familia. Tras un proceso que hoy nos parece muy breve, empezó a dar igual por qué vía constitucional llegaron las distintas comunidades autónomas al autogobierno y resultó que quienes más hacían no era por tener más competencias, sino más dinero. El día que la deuda les llegó a las cejas, las autonomías se desinflaron por sí solas.
Condicionados por la deuda, que consume un millón de euros cada día, y por unos ingresos que no acaban de remontar, al Gobierno del PRC- PSOE no le queda otra solución que buscar una solución propia, para lo que ha vuelto a echar mano del viejo cajón de las ideas, reencontrándose con el cambio de modelo económico, la investigación y las nuevas energías, algo que podría contribuir a resolver nuestra próxima crisis, pero no la actual, que es la única que nos preocupa, para qué vamos a engañarnos. La investigación es imprescindible pero su rentabilidad solo se obtiene a largo plazo y las energías que podemos aplicar en la región son las que ya están investigadas, la eólica y la hidráulica. En ambos casos su rentabilidad es inmediata; antes incluso de que empiecen a producir kilovatios ya generarán riqueza porque su construcción requiere una enorme cantidad de mano de obra y de equipamientos que pueden ser suministrados por la industria local.
Es cierto que los molinos no son una instalación exenta de conflictos en una tierra con tantas afecciones por kilómetro cuadrado como Cantabria, donde lo que no está al lado de unas casas, se convierte en un pegote extemporáneo en el paisaje, obstaculiza el desarrollo de alguna especie protegida o se encuentra sobre un yacimiento arqueológico. Con tantos impedimentos es muy probable que nunca lleguen a instalarse los 700 Mw previstos, a pesar de ser la mitad de los autorizados cuatro años antes.
En lo que no hay conflicto es en la central de bombeo de Aguayo. Con un presupuesto de 600 millones de euros, es la única obra que por sí sola podría arrancar la maquinaria económica de Cantabria, y el Gobierno debería poner toda la carne en el asador para convencer a los nuevos propietarios de Viesgo de que el proyecto será rentable a medio y largo plazo, a pesar de que este país se haya significado por su informalidad con los inversores energéticos.
Aguayo es nuestra central nuclear, sin peligros, residuos ni afecciones al paisaje, porque su única materia prima es el agua y además circulará por el interior de una montaña. Es innegable que subirla de noche al pantano superior para dejarla caer de nuevo de día y recuperar con ello dos tercios de la energía no es muy eficiente, pero esa operación tan aparentemente absurda tiene una lógica aplastante para el sistema eléctrico español, incapaz de dar salida a todos los kilovatios generados durante la noche en las centrales nucleares, que no pueden parar, y en los aerogeneradores, que no debieran desconectarse.
Esa obra ingente produciría un resurgimiento de la construcción y la industria local, unas tasas descomunales y una mayor racionalidad energética en el país. Por mucho que nos cueste creerlo en estos momentos, el mundo está lleno de capitales en busca de inversiones rentables y parece evidente que no hay muchas más posibilidades de almacenamiento para la energía nocturna de la que brindan las centrales de bombeo, por lo que cualquier gobierno debería ofrecer un horizonte estable para un proyecto que beneficia a todos.
En Cantabria necesitamos algo tangible de lo que echar mano de inmediato, sobre todo ahora que Rajoy nos ha limitado las inversiones estatales a concluir las obras en marcha (en algunos casos a pagarlas, porque ya están acabadas y en uso), sin iniciar ninguna nueva, lo que quiere decir que para 2017 el escenario de la obra pública será aún mucho peor.

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