Editorial

Es el típico caso del fuero o el huevo. La intransigencia en defender un derecho del que no obtenemos nada (el fuero) frente a la posibilidad de sacarle un rendimiento inédito, y no por la cuantía que pudiesen llegar a pagar ricos de todo el mundo por esas entradas. Que cinco personas accedan cada semana a las pinturas originales, 250 al año, elegidas por sorteo entre quienes visitan los viernes el Museo de Altamira, no aporta nada al turismo de la región. Nadie va a venir Cantabria por esa expectativa tan incierta. Pero que las contemple un personaje conocido universalmente después de una subasta seguida con interés por medios de comunicación de todo el mundo otorgaría una notoriedad impagable para la región y atraería a muchos miles de visitantes más. Que se lo pregunten a cualquier experto en publicidad.
Ese es el huevo. Pero nosotros, que somos de la estirpe de Don Quijote, seguimos apostando por el fuero, y efectivamente, todos seremos un poco más desiguales si entre los 250 que entren a Altamira cada año hay 245 comunes y 5 notables, a los que seguirían todas las cámaras y reporteros, porque los medios de comunicación tampoco dan el mismo trato a los ricos famosos que a quienes únicamente pueden ser noticia el día de su fallecimiento y si pagan la esquela.

La Iglesia ha vendido indulgencias durante muchos siglos, incluso para promocionar sus rutas jubilares, y no parece que eso resulte tanto motivo de escándalo como sacar al libre comercio cinco entradas de la cueva al año, aunque todos seamos hijos de Dios. Tampoco es aceptable moralmente que se incentive con dinero público a un particular para que compre un coche mientras se han suprimido las ayudas a las madres para que puedan tener hijos. Al parecer, todos los partidos y ciudadanos (porque no hay una sola voz discordante) pensamos que es mejor vender coches que favorecer la natalidad.
Por parecidas razones se puede poner en entredicho que Hacienda acepte reducir muy sensiblemente la fiscalidad a las empresas que incluyan el logo del próximo Año Lebaniego en su publicidad, como ocurrió con el anterior. ¿Y por qué no hacerlo con las que donen comida a los necesitados, que es una necesidad mucho más cierta?

Convivimos sin incomodarnos con docenas de pequeñas injusticias, siempre que estén asentadas en nuestros usos y costumbres, pero nos cuesta asumir todo aquello que resulta rompedor. Y, desgraciadamente, en esta legislatura el Gobierno solo tiene el recurso a la imaginación, porque dinero no hay. En las tres décadas de autonomía hemos visto desfilar muchos consejeros de Turismo, casi siempre con las mismas ideas y parecidas iniciativas, fuesen del partido que fuesen: desestacionalizar el turismo, para que en Cantabria no sea un fenómeno exclusivo de dos meses, aumentar los atractivos de la región y conseguir una imagen de marca que nos diferencie de las otras.
No pasa nada porque alguien aporte una propuesta un poco más original y trate de sacarle más partido a un activo turístico de primer nivel mundial que hasta ahora no hemos sabido rentabilizar suficientemente. Es cuestión, cuando menos, de valorarlo y la idea de Martín tendría unos retornos espectaculares a cambio de cinco entradas al año. Si eso es vender nuestro nuestro alma al diablo, nos quedamos como estamos, que al parecer es en la gloria. Pobres, pero con la honra intacta.

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