Comercios… sin comerciantes

No hace mucho tiempo, un hombre entró en una zapatería del centro de Santander. Nada le distinguía de cualquier otro cliente con ganas de renovar su calzado. Así que el encargado, solícito, le fue mostrando los diferentes modelos de zapatos que tenía en la tienda, pero el comprador no parecía decidirse por ninguno. Después de que el dependiente le enseñara, amablemente, decenas de pares de zapatos, se marchó sin adquirir ninguno. Al día siguiente, repitió la misma operación y el dependiente, a pesar de estar a un paso de la desesperación, volvió a atenderle solícito. Semanas después, se había convertido en el nuevo encargado de la sección de zapatería de un gran centro comercial, porque aquel cliente latoso y un punto impertinente era un ojeador enviado para fichar al profesional mejor preparado en atención al público. Una asignatura pendiente para algunos establecimientos de la ciudad que, además, se enfrentan con un escenario mucho más competitivo, provocado por la llegada de las grandes superficies y un precio de los locales comerciales que sólo puede ser rentabilizado por las franquicias más potentes.
No sólo los dependientes tradicionales, aquellos que esperaban al cliente detrás del mostrador, han tenido que abandonar el pequeño comercio. También los propios comerciantes. Y las consecuencias de esta progresiva desaparición de autónomos son más notables en una ciudad como Santander, donde el gremio de comerciantes constituía un grupo significado de lo que se conocía como las fuerzas vivas de la ciudad. Muchos de los propietarios de los céntricos comercios santanderinos han pasado a ver los toros desde la barrera y han preferido convertirse en rentistas de sus locales, porque les resulta más rentable y cómodo dejar el local en alquiler a una franquicia que continuar con su actividad. Es así como los comerciantes de toda la vida son reemplazados por asalariados que, en bastantes casos, sólo conciben el comercio como una ocupación transitoria hasta encontrar otra mejor.

Un 15% menos de autónomos

Esta realidad socioeconómica, verificable a simple vista, acaba de ser confirmada por un estudio de la Federación de Comercio, Hostelería, Turismo y Juego de UGT, donde el sindicato alerta de la desaparición de un 15% de los empleos autónomos en el comercio cántabro. De hecho, más del 10% de los 118.000 autónomos que han abandonado la distribución comercial en España, lo han hecho en nuestra región, un porcentaje varias veces superior al que le correspondería por su peso económico (el 1,3%). Miguel Angel Cuerno, presidente de Coercan –Federación de Comercio de Cantabria–, sostiene que los datos del estudio ugetista se quedan muy cortos en lo que se refiere a la capital, porque basta con pasearse por el centro de Santander para comprobar el dominio de las franquicias y la desaparición de negocios familiares.
En cambio, el volumen de empleo en el comercio ha crecido, debido al incremento en un 11% de los trabajadores por cuenta ajena. Para UGT, este aumento de asalariados en detrimento de los autónomos ha convertido “los negocios familiares, sólidos y, para toda la vida, en empleos mudadizos, con nuevos requerimientos profesionales y basados en la continua variación de contratos y tareas a realizar”. El sindicato deja clara su preocupación ante la abundancia de “empleos de baja calidad, con contratos temporales y a tiempo parcial, donde los protagonistas son, por lo general, mujeres y jóvenes con baja cualificación profesional”. Un tipo de empleo que el presidente de Coercan no considera “ni bueno ni malo, sino, simplemente, distinto”, como resultado de la llegada de inmigrantes o el aumento de la calidad de vida, que ha motivado que muchos autónomos prefieran trabajar como asalariados ocho horas diarias, con vacaciones y pagas extras, que luchar para sacar adelante un pequeño comercio.

Construcción antes que comercio

Amediados de los setenta y principios de los ochenta, la distribución comercial se convertía en una de las salidas habituales para quienes perdían su empleo dentro de la industria o para empleados del sector con aspiraciones. Con el paso de los años, esta circunstancia ha cambiado sustancialmente y ya no es habitual cruzarse con autónomos que decidan jugársela, de no ser con el respaldo de una franquicia.
Los autónomos no son menos –más bien todo lo contrario– pero ya no optan por el comercio y el transporte o las reparaciones domésticas y de vehículos, los sectores a los que en otros tiempos se vinculaban la mayoría. Ahora buscan otros con mejores perspectivas, como la construcción –donde los trabajadores por cuenta propia crecieron casi un 12%–, la hostelería (6,3%), las actividades inmobiliarias, las prestaciones sociales, la educación o las actividades financieras.
Alejandro Piris es uno de los muchos empresarios cántabros que vivió esta experiencia en primera persona. En los años ochenta y noventa, su ánimo emprendedor le llevó a abrir dos tiendas de ropa sport masculina en las céntricas calles santanderinas del Medio y Hernán Cortés (Se-Sexy y Tuker&Company) pero, víctima de la revolución del comercio tradicional, traspasó sus negocios para dedicarse a la promoción, rehabilitación y decoración de viviendas a través de la sociedad Alepiris.
Por el camino, fundó negocios de hostelería como el bar ‘Habana Club’ o la sandwichería ‘Los Frescos’, pero hace once años que se dedica a la promoción y a la intermediación en la gestión de terrenos. Sobre su etapa como comerciante, Piris recuerda que se hacía demasiado complicado “dar el salto de una tienda de 20 metros cuadrados a otra de 100 en un momento tan malo, por la llegada de las franquicias, un precio de los locales disparado y unos créditos que, por entonces, estaban al 16%”.

El comercio plantea estrategias

Los comerciantes tradicionales se han visto obligados a hacer examen de conciencia porque ahora los clientes pueden compararles con otros. Así mirado, la llegada de los modernos sistemas de gestión empresarial que acompañan a las franquicias también tiene su parte positiva para los pequeños comercios ya que, como reconoce el presidente de Coercan, “nos ayudan a mejorar la calidad del servicio y a no bajar el listón en la atención al público”.
Este deseo de mejorar es el que ha impusado a los comerciantes a poner en marcha cursos para mejorar la formación de empresarios y empleados, certificados de calidad para los comercios y planes de dinamización para conseguir más zonas peatonales, locales de hostelería o aparcamientos que faciliten el acceso de los clientes a los establecimientos del centro.
Para evitar que esta guerra entre pequeños comerciantes y franquiciados se salde con la huída de más autónomos del comercio, Cuerno plantea algunas alternativas: “Conseguir mayor competitividad frente a los grandes formatos, recibir apoyo de los proveedores que nos discriminan por nuestro tamaño, pelear contra la tentación de deshacernos del local por una buena suma de dinero y continuar con los negocios familiares”. Sus consejos están lejos de ser recetas mágicas pero sí pueden mitigar la desaparición progresiva de una clase social, históricamente tan significativa como la de los comerciantes.

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