¿Hemos llegado a la saturación turística en verano?

Los hoteles no alcanzan el 100% de ocupación pero la avalancha de pisos turísticos y el caravaning llenan las calles

Un vídeo colgado en internet acabó por provocar un flujo incontrolable de personas al hasta entonces poco conocido bosque de las secuoyas de Cabezón de la Sal. En Lugo ya hay que reservar y pagar para acceder a la Playa de las Catedrales, y Venecia se plantea limitar el acceso a la ciudad. En Cantabria, Revilla ya dejó claro hace un par de años que su Gobierno no seguiría impulsando el turismo estival, para no contribuir a que muchas localidades de la región pierdan su atractivo. ¿Hemos llegado realmente a la saturación en verano? ¿Quién puede saber los visitantes que hay realmente en Cantabria, con miles de pisos turísticos sin registrar y de autocaravanas que pernoctan fuera de los lugares regulados?


Hace una década, algunas pintadas surgidas en Barcelona contra los turistas crearon desconcierto y se consideraban un síntoma de xenofobia nacionalista. Este mes de julio, una encuesta entre los lectores de El Mundo indicaba que el malestar empieza a extenderse a otros ámbitos. Dos de cada tres consideraban que España está cerca de la saturación turística o la ha alcanzado ya, y que empieza a ser molesto.

La población de Santander siempre ha mostrado un cierto fastidio por la congestión que tradicionalmente sufre la ciudad en los meses de julio y agosto, pero ningún político se había atrevido a manifestarse en este sentido por temor a la respuesta de los hosteleros. El primero fue Revilla, al indicar que las estrategias turísticas de su Gobierno dejarían de promocionar la temporada alta para poner el foco exclusivamente en el resto del año, evitando contribuir a una mayor masificación turística. Este año también lo ha dejado entender la alcaldesa de Santander, Gema Igual:“No es bueno que 60 o 70 días al año se diga que no se puede andar por una ciudad”, además de advertir el problema que genera a la hora de dimensionar los servicios públicos.

Cantabria tiene playas de sobra para acoger a los visitantes, lo que no impide que en algunas de ellas se llegue a la saturación.

En otro momento, cualquiera de estas reflexiones hubiese suscitado la queja de los hosteleros, pero esta vez no. ¿Hemos pasado a compartir la idea que es mejor que no vengan más visitantes en verano de los que vienen?


El reducto para librarse del calor

Incluso sin campañas de promoción, muchos visitantes nacionales llegan a Cantabria cuando se produce una ola de calor en el resto del país, algo que cada vez es más frecuente. Y estos clientes de última hora no solo son buenos para completar las habitaciones que quedaban por vender, también pagan precios más elevados.

Este año ha vuelto a ocurrir, lo que no obsta para que hosteleros cántabros teman que el balance de la estación no va a ser tan boyante como el de 2022. Cantabria ha registrado en las primeras semanas de julio una ocupación turística que ronda el 85% en las zonas costeras durante los fines de semana y del 60% entre semana, unas cifras que siempre se superan a finales de mes. En los primeros días de agosto en que ha alcanzado prácticamente el lleno, como es habitual.

El presidente de la Asociación de Empresarios de Hostelería de Cantabria (AEHC), Javier Bedia cree que, aunque no se repitan las cifras del verano de 2022, el año completo sí va a deparar un nuevo incremento del número de turistas y las cifras pueden acercarse a las históricas de 2019.


Las plazas reales se multiplican

Para quienes viven del turismo, cualquier porcentaje de ocupación que esté por debajo del 100% es mejorable. Por tanto, creen que aún hay margen de crecimiento. El problema es que nunca se cubrirá ese margen, aunque vengan cada año más turistas, porque miles de particulares se apuntan a este negocio poniendo sus pisos en el mercado turístico. Se calcula que solo en Santander hay unos 6.000 que ya ofrecen más plazas que todo el mercado hotelero. Y en este mes de agosto, su ocupación es del 88%, a pesar de que la tarifa media de estas viviendas es de 162 euros por noche, según un portal especializado.

La alcaldesa de Santander cree que, por el momento, estos alojamientos no representan un problema, “siempre que compitan en igualdad de condiciones con otros establecimientos”, pero la realidad es que nueve de cada diez no están registrados. El presidente de la Asociación de Turismo Rural de Cantabria, Jesús Blanco, que representa a uno de los colectivos que se siente más perjudicados por esta competencia sostiene que los pisos turísticos “están creciendo como setas” y la proliferación “debilita el tejido empresarial turístico debidamente reglamentado”.

Cansados de que la Administración se desentienda, Blanco ha hecho un llamamiento a sus socios para que “den publicidad a un problema que está poniendo en peligro la rentabilidad de nuestros negocios”.

También les pide que informen de todas viviendas de uso turístico de su entorno para enviárselas a la Dirección General de Turismo, con la pretensión de que este organismo haga un cribado de los que son legales y denuncie al resto.


¿Turismo de clase o de masas?

Los Baños de Ola recrean ese turismo inicial, del que solo participaban la nobleza y la alta burguesía que ha dejado una clara impronta en Santander, a pesar del tiempo transcurrido.

Con la recomendación médica de los baños de ola y los balnearios, Cantabria se posicionó a mediados del siglo XIX como uno de los destinos preferidos por las clases más pudientes, las únicas que podían tomar vacaciones. A comienzos del siglo pasado, la decisión de la familia real de veranear en Santander reforzó este liderazgo, porque al Rey le siguió toda la corte y a ésta la alta burguesía, colonizando el Sardinero con sus chalets y hoteles. Aún hoy, Santander aparece en el imaginario colectivo de los españoles como un destino de alto standing, aunque esa definición solo podría aplicarse en los establecimientos hoteleros, con precios bastante superiores a la media nacional, y en la restauración.

En realidad, Cantabria ya no es un destino elitista. La proliferación de alojamientos extrahoteleros (campings, apartamentos turísticos, casas que se alquilan por días, autocaravanas…) han cambiado este perfil. A la comunidad llegan muchas más personas de las que figuran en las estadísticas de pernoctaciones, y esa oferta complementaria desdibuja el perfil del turista y reduce el gasto medio por visitante. Es un proceso que viene de lejos, porque hace mucho tiempo que el veraneante fracciona sus vacaciones y que desaparecieron aquellos clientes que permanecían todo el mes de vacaciones en el hotel y acaban teniendo una relación casi familiar con los propietarios del establecimiento.

Ningún hostelero y mucho menos, ningún político, se atreve a pronunciarse en público sobre la conveniencia de seleccionar a los visitantes, porque eso resultaría muy polémico, lo que no impide que piensen así. En realidad, esa política la impulsaban hasta hace algún tiempo los propios hoteles a través de los precios, pero desde la crisis financiera de 2008 el sector hotelero local entró en una guerra de tarifas y la posterior multiplicación de las ofertas de casas particulares abre el abanico de clientes potenciales. Aunque una habitación de hotel de tres estrellas en agosto en Santander (incluso en un pueblo) puede estar por encima de lo que cuestan muchos hoteles de cuatro estrellas en Madrid o Barcelona, por internet es posible encontrar alojamientos compartidos en viviendas bastante asequibles. Esa ampliación de la horquilla de precios saturó las calles el pasado verano, las vuelve a saturar el actual y, con toda seguridad, lo hará en los próximos. Si a eso se añade que el cambio climático invita a una parte de los veraneantes que apostaban por el sur a buscar destinos menos calurosos, el cóctel de la congestión está servido.


El representante de los alojamientos rurales cree que la sociedad no ha tomado “conciencia de la magnitud del problema”. Por el momento, al contrario de lo que ocurre en otros lugares turísticos donde este tipo de alojamientos está muy concentrado, en Cantabria no hay una queja formal de la ciudadanía más allá de tener que convivir con los atascos, las playas llenas o las calles más sucias que de costumbre. Lo auténticamente incómodo para la población local no es el efecto directo del turismo sino el inducido:está disparando el precio de los alquileres. Pero ese efecto no es inmediato sino que se mueve como una gran mancha de aceite, que al principio se circunscribe a las zonas más turísticas y va permeando barrio a barrio. Lo que pueden pagar unos turista por unos días de vacaciones no lo puede pagar una familia local que necesita una vivienda para todo el año. Por tanto, esos usos turísticos reducen la oferta de alquileres ordinarios, empujan los precios al alza y ponen en evidencia un desajuste del mercado: las rentas de los residentes no les permiten acceder a las viviendas que teóricamente les estaban destinadas.

Hace años que Lugo estableció un cupo diario de 5.000 personas para entrar en la playa de Las Catedrales, tras llegar a una situación de colapso cuando sus asombrosos acantilados empezaron a divulgarse masivamente por internet. Algo parecido ha ocurrido con el Faro del Caballo, en Santoña o con el bosque cántabro de las sequoyas, a la salida de Cabezón de la Sal. Una curiosidad poco conocida, incluso en la región, hasta que un vídeo colgado en internet vino a cambiarlo todo. A partir de ahí se multiplicaron las visitas y se multiplicaron los vídeos y fotografías. El flujo acabó por crear un problema circulatorio, porque los coches se dejaban en la calzada y tanto la Guardia Civil como la Dirección General de Medio Ambiente tuvieron que intervenir y crear un aparcamiento, que tampoco es suficiente para canalizar la afluencia de visitantes.

Nadie habla de ponerle cuotas, como sí se han puesto, por otros motivos, en la Cueva de Altamira, donde apenas pueden entrar unas decenas de visitantes en todo el año. Altamira tiene una réplica, con la que se consuelan muchos, pero ¿habría que hacer réplicas de otros monumentos a la vista de que el interés popular desborda su capacidad? En Venecia ya ha tasado el número de cruceros que puede amarrar al día, y en Barcelona y Palma, también. Pero a Cantabria los visitantes llegan en sus coches, y no resultaría tan sencillo decidir cuántos pueden pasar. Ni siquiera es posible calcular el número de turistas de la región, cuando muchos de ellos se alojan en pisos sin registrar o en autocaravanas que pernoctan en lugares donde no deberían, en lugar de hacerlo en las zonas expresamente reservadas. ¿Hay 100.000 personas residiendo en Laredo este verano, como dice el Ayuntamiento? ¿Y 90.000 en Noja? ¿Y en Suances…? Nadie puede asegurarlo.

En Santander ya hay más plazas de alquiler turístico que en la hotelería profesional.

La economía local empieza a adaptarse a estos fenómenos y los mismos ganaderos que hace años reclamaban la presencia de la Guardia Civil para deshacerse de las autocaravanas ‘invasoras’ ahora les abren gentilmente sus fincas a cambio, claro, de que paguen. Una realidad que, como la de los pisos turísticos, empieza a generar una economía alternativa para muchas familias.

Este modelo turístico se está estableciendo de forma espontánea y cada vez va a ser más difícil ponerle coto. Ya se vio con la normativa regional para regular los pisos turísticos, que apenas ha pasado de ser un mero registro y que ni siquiera así ha conseguido un cierto control de este fenómeno.

El problema no es solo de Cantabria, pero la región está más expuesta, porque le afecta tanto en las zonas urbanas como en las rurales. Y no siempre la convivencia entre quienes se han apuntado al negocio turístico y el resto es fácil, basta recordar el conflicto entre los usuarios de una casa rural de Herrera de Ibio que no podían soportar las campanadas de la iglesia contigua durante toda la noche, y las manifestaciones de los vecinos en contra de la decisión del cura de que dejasen de sonar entre las once de la noche y las ocho de la mañana.

Suben los precios

La gran patronal regional de la hostelería, la AEHC, no parece muy alarmada este verano por la nueva competencia, porque por el momento hay negocio para todos. Los establecimientos profesionales han vuelto a subir las tarifas, esta vez una media del 7%, después de dos años de alzas sucesivas cercanas al 20%, aunque señalan que eso no cubre el incremento experimentado en los suministros, salarios y otros costes laborales, que sitúan en el “13 o 14%”.

Las alzas no han supuesto pérdida de ocupación, y tampoco parecen hacer mella en los restaurantes, dado que un portal especializado en reservas telefónicas indica que en Cantabria han subido este verano un 13%, más que en ningún otro lugar de la España peninsular. Pero en lo que sí se ha notado es en el ticket medio, que según los propietarios tiende a reducirse, porque el bolsillo del cliente no da para tanto.

Pero el auténtico problema del sector es la “falta tremenda de personal”, en palabras de su presidente, que está provocando que algunos negocios se vean obligados a echar mano apresuradamente de familiares porque no encuentran trabajadores que contratar.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora