Un Nuevo Orden Mundial

José Villaverde Castro

El fin de la Segunda Guerra Mundial, con la consolidación de Estados Unidos como primera superpotencia global, trajo consigo un nuevo orden geo-político y económico. Unos cuarenta años después, la caída del Muro de Berlín, el desmoronamiento de la Unión Soviética y la irrupción de China como gran potencia, agitaron una vez más el tablero mundial, cambiando significativamente el papel de unos y otros. Desde entonces hasta ahora se han producido algunos grandes movimientos, pero, según creíamos o queríamos creer, no tan importantes como para transformar el mundo. Para mí, los más relevantes han sido los conflictos de Rusia con algunas de las antiguas repúblicas soviéticas (la guerra con Georgia, la anexión de Crimea, la exigencia de independencia del Donbass), porque ponen de relieve que Rusia quiere volver a ser, a toda costa, una potencia mundial de primer orden, y la nada edificante salida de Estados Unidos de Afganistán, que evidencia la pusilanimidad del gobierno norteamericano y el desconocimiento que sus dirigentes tienen de cómo funcionan algunos países.

Con la invasión rusa de Ucrania, es previsible, aunque todo esté envuelto en un clima de incertidumbre extrema, que se produzca una reconfiguración del sistema económico y político global y que un nuevo orden empiece a gestarse; a partir de ahora nada será, probablemente, como fue en el pasado.

Desde mi perspectiva, y con una marcada impronta económica, amén de geopolítica, cuatro son los elementos que van a configurar este nuevo orden.

El primero de ellos es, sin lugar a dudas, China, que se va a erigir (ya lo está haciendo) como la gran ganadora del conflicto ucraniano. Aunque el gigante asiático no se ha alineado claramente con Putin en favor de la guerra, tampoco le ha criticado y, según todos los indicios, parece estar dispuesto a suministrar a Rusia ayuda de diversa índole. En consecuencia, y en la medida que Rusia se vuelva más dependiente de China, será esta última la que se llevará el gato al agua, convirtiéndose, de hecho, en una potencia mundial equiparable, en todos los aspectos, a Estados Unidos. La mayor dependencia económica de Rusia de China se traducirá en un incremento sustancial de los intercambios comerciales entre ambos países, con los efectos nada positivos que, al menos durante un largo periodo de tiempo, esto pueda tener en cuanto a seguridad de abastecimientos y estabilidad de precios para el resto del mundo y, sobre todo, para Europa.

En cuanto a los tres elementos restantes, lo cierto es que todos ellos están en el alero, pudiendo decantarse en una u otra dirección. El más problemático de todos me parece que es la evolución interna en Rusia. Si Putin sale victorioso del conflicto con Ucrania, es probable que intente alcanzar nuevos objetivos (¿Moldavia, tal vez? ¿Rumanía?), con lo que las cosas se complicaran mucho más; no sólo tendremos Putin para rato, sino que, también, tendremos problemas económicos durante mucho tiempo, tanto de abastecimiento de combustibles fósiles (gas y petróleo), como de suministro de otras materias primas, como trigo y maíz, amén de fertilizantes, aceite de girasol, etc., etc. Si, por el contrario, sin ser derrotado militarmente, Putin tiene que retirarse y conformarse con logros menores, es posible que el descontento prenda entre los que hoy le apoyan y, antes o después, intenten deshacerse de él. Esta alternativa podría aliviar temporalmente las tensiones económicas entre Europa y Rusia y permitir que se recuperaran los importantes flujos comerciales existentes entre Europa y Ucrania: recordemos que este último país es el cuarto mayor proveedor externo de alimentos de la UE y que proporciona el 52% de las importaciones de maíz, el 19% de trigo blando y el 23% de los aceites vegetales.

Otro elemento crucial que, en mi opinión, queda un tanto en entredicho es el papel que va a desempeñar en el mundo Estados Unidos. Pese a seguir siendo la potencia hegemónica a escala global, tanto en lo económico como en lo militar y político, los fracasos que ha ido cosechando en estos dos últimos frentes (sobre todo, el desastre afgano, la incapacidad para conformar un Irak más estable y, ahora mismo, su titubeante actitud frente a la agresión de Rusia a Ucrania e, indirectamente, a toda Europa) hacen que sea difícil confiar exclusivamente en Estados Unidos como el gran guardián del mundo, que es lo que, para bien o para mal, era/es hasta ahora. Cual sea, entonces, el papel de Estados Unidos en este potencial nuevo orden mundial es algo que está por definir, pero que depende mucho de su capacidad de liderazgo sensato, algo que perdió con Trump y que, me parece, no ha recuperado del todo con Biden.

Aparte de la emergencia de China como potencia equiparable a Estados Unidos, creo que el hecho más relevante que ha traído consigo la invasión de Ucrania es, y este sería el último de los cuatro elementos antes mencionados, el fortalecimiento de la unidad europea. La crisis en Ucrania, que ha puesto de relieve la enorme debilidad de la UE en materia de suministros de materias primas y la fragilidad de su sistema de defensa, está funcionando como un aldabonazo para que reformule su papel en el mundo. De golpe y porrazo, hemos tomado conciencia de que la dependencia de Rusia en el suministro de gas y petróleo (el 41 y el 27% respectivamente de nuestras importaciones de estos productos provienen de ese país) y de cereales (un 22% del trigo importando es ruso) hace que nuestras economías sean extremadamente vulnerables, máxime cuando, como se ha evidenciado, Rusia no es un socio comercial (ni, por supuesto, político) fiable. Ello nos está obligando a buscar nuevas fuentes de suministros en otros países y a intentar ser más autosuficientes. Aunque muy loables, estos dos objetivos son, por desgracia, difíciles de alcanzar en un corto periodo de tiempo, por lo que, al menos de momento, no queda más remedio que soportar precios de la energía (y otras materias primas) más elevados y, quizás, retrasar algo el abandono del uso de algunos combustibles fósiles (carbón). Cabe la posibilidad, incluso, de prorrogar e incluso incrementar el uso de la energía nuclear y  hasta de repensar el fracking. Más fácil podría ser, por otro lado, lograr la reducción de la dependencia en materia de cereales.

En cuanto a la defensa de Europa, lo cierto es que no la hemos prestado mucha atención, pues no éramos conscientes de las potenciales amenazas; quizás por ello, la habíamos confiado (subcontratado) a la OTAN, es decir, a Estados Unidos. También aquí, de la noche a la mañana, hemos visto que, como sucede tantas veces, las cosas no son lo que parecen, por lo que la inmediata reacción de los países europeos ha sido intentar incrementar sus reducidos presupuestos de defensa (se ha pasado del 2,5% del PIB en los años 70 y 80 al 1,6% en 2019) para, llegado el caso, tener una capacidad de maniobra y/o disuasión notable. Este movimiento, que aún tendrá que concretarse, no va en contra de la OTAN, pero sí pone de manifiesto que con la actual OTAN no es suficiente. Por desgracia, el problema de gastar más en defensa es que, dada la enorme deuda pública que todos los países del viejo continente (unos más que otros, naturalmente) mantienen, no va a quedar más remedio que reordenar el gasto y reducirlo en otros ítems presupuestarios. Como subrayó muy didácticamente el Nobel de Economía, Paul Samuelson, se trata de tomar la decisión entre cañones o mantequilla, y me temo que, ante la previsible dificultad con la que nos vamos a encontrar para reducir gastos en servicios públicos básicos (sanidad y educación) y en prestaciones sociales, las partidas más afectadas durante bastante tiempo van a ser (salvo que la UE arbitre nuevos mecanismos de financiación) las de inversión.

En definitiva, que, aunque la pelota está aún en el tejado y resulte prácticamente imposible hacer previsiones cuantitativas concretas, todo apunta a que un nuevo orden geo-político y económico mundial está emergiendo. Y, pese a que la voz cantante la lleven Estados Unidos y China, la UE puede salir muy reforzada si mantiene la unidad y fortalece los mecanismos de solidaridad interna. Rusia, tengo la impresión, va a ser la más damnificada a medio y largo plazo; estará más aislada (al menos por el flanco occidental) y será menos creíble.

José Villaverde Castro es Catedrático de
Fundamentos del Análisis Económico.
Universidad de Cantabria

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