Ana y Gema Coria, responsables de Vega Pelayo y La Constancia

Estamos en el momento más dulce

Ana y Gema Coria tienen personalidades distintas pero se complementan tanto en lo humano como en lo profesional. Juntas están haciendo avanzar el proyecto que con esfuerzo levantaron sus padres y, anteriormente, sus abuelos, a partir de un pequeño obrador de panadería, cuyo origen se remonta a 1940. Convencidas de la responsabilidad que tiene cada generación de aportar valor a la empresa familiar, se enfrentan a proyectos ilusionantes como convertir La Constancia en una firma tan grande como Vega Pelayo o consolidar su marca Vega Pas como referencia en alimentación saludable.


P.- ¿Cómo definirían el momento que están viviendo?

R.- Sin duda, estamos en el mejor de nuestra historia. En el más dulce… porque trabajamos los cuatro miembros de la familia juntos y, aunque mis padres ya vengan menos horas y nosotras nos encarguemos del día a día, estamos logrando conjugar su experiencia con nuestra energía. Y todo ello con la ayuda de un equipo de personas estable y responsable, sobre los que se sustenta el proyecto.

P. ¿El año 2020 ha empezado con nuevos proyectos?

R.- Sí. En Vega Pelayo ampliamos nuestras instalaciones en cerca de 1.500 metros, lo que da garantía y futuro a nuestro proyecto, y este año esperamos inaugurar la cuarta línea de producción. En La Constancia, por una cuestión estratégica, la gestión del día a día estaba en manos de un directivo que no era de la familia pero, desde diciembre, hemos vuelto a asumir la dirección de la empresa para afrontar un 2020 cargado de proyectos. Hace años, mi padre se encargaba de la gestión de La Constancia y mi madre de la de Vega Pelayo. Algo que cambió a raíz del incendio de la fábrica en 2004. Mis padres centraron todas sus energías en remontar Vega Pelayo y mi hermana y yo nos hicimos cargo de la gestión de La Constancia. Tardamos diez meses en volver a reconstruir Vega Pelayo, fueron momentos muy duros… Cierto es que nosotras lo vivimos de una manera muy diferente a si hubiera sucedido ahora. Entonces estábamos aprendiendo y ahora nuestras responsabilidades en la empresa son muy diferentes.

P.- ¿Qué tal ha arrancado?

R- Afrontamos el proyecto con muchísima ilusión y ya estamos dando pasos muy importantes. El día a día es intenso y nos gusta vivirlo de cerca, estar con nuestra gente, aunque sea a las cuatro de la mañana. Todo es cuestión de tiempo y de mucho trabajo. En sus inicios, Vega Pelayo era una empresa pequeñita pero, poco a poco, fuimos creciendo. En el último año, hemos crecido un 12,5% y hemos llegado a convertirnos en especialistas en la fabricación de sobaos, con 44.000 piezas a la hora; hemos dado el salto hacia la internacionalización (iniciamos ahora la exportación a Estados Unidos) y cada vez tenemos mayor cuota de mercado en la fabricación de sobaos… Entonces,  ¿por qué no hacer lo mismo con La Constancia?

P.- ¿Dónde van a poner el foco para conseguirlo?

R.- Nuestra prioridad es lograr una mayor penetración en la zona norte y especializarnos en alimentación saludable. Aunque sigue habiendo hueco para los generalistas, queremos centrarnos en que todos los productos de nuestra panadería lleven la etiqueta limpia. Esta tendencia hacia los productos con un 0% de azúcares añadidos, sin conservantes ni colorantes, va acompasada con la estrategia que hemos seguido en Vega Pelayo durante los últimos años, en los que la marca ha ido ganando fuerza. Un ejemplo fue la crisis alimentaria de 2017, en la que demostramos tener la capacidad y la versatilidad para comenzar a producir rápidamente sin aceite de palma.

P.- Hacen continuas referencias al equipo humano. ¿Son empleados que llevan con ustedes muchos años?

R.- Algunos sí son veteranos que nos ayudaron mucho después del incendio. Son personas que sienten gran admiración y respeto por mis padres y que nos han permitido crecer y dar el salto. Junto a toda esa gente que lleva tiempo con nosotros, sobre todo en la fábrica, hay otros más jóvenes que se han unido recientemente y que nos identifican como líderes. En los últimos años, hemos tenido que incorporar profesionales con perfiles muy definidos para cubrir necesidades concretas y actualmente somos unos cien empleados.

P.- Ustedes ¿siempre quisieron trabajar en la empresa familiar?

Gema.- En realidad, hemos estado en contacto con ella de una u otra forma desde que éramos niñas. Vivíamos encima de la panadería y, mientras fuimos estudiantes, ayudábamos a nuestros padres y abuelos tanto en vacaciones como en fin de semana. Echar una mano en la oficina era algo natural y hemos pasado por todas las áreas de la empresa.

P.- ¿Nunca tuvieron otros planes para su futuro?

Ana: En realidad, yo estudié Empresas para trabajar en el mundo de la banca. Me encantaba desde que iba con mi madre al banco cuando era pequeña. Al acabar la carrera, entré en Caja Cantabria con una beca y, después, estuve contratada dos años y medio. Mis padres siempre me dieron libertad para elegir lo que quisiera pero aquella época coincidió con el incendio de la fábrica y eso me llevó a quedarme. Creía que era lo que debía hacer.

Gema: Yo nunca me planteé trabajar fuera. Desde el principio, tuve claro que quería estar en la empresa familiar porque me apasiona el emprendimiento y siento el orgullo de pertenecer a una familia empresaria. En el año 2000 me incorporé y he pasado por la parte financiera, por los puntos calientes de los supermercados, por la atención al cliente y por la fábrica.

P.- La empresa se remonta a la época de sus abuelos. ¿Qué les han transmitido las anteriores generaciones?

Gema: Mi padres han formado un tándem perfecto para dar continuidad al proyecto que iniciaron mis abuelos en los años 40. Él siempre ha tenido una visión global y ella ha sido capaz de bajarlo al terreno. Es una trabajadora incansable. Se hicieron cargo del negocio de panadería de mis abuelos y, en los años noventa, decidieron emprender su propio proyecto. Compraron dos obradores de fabricación de sobaos y, a partir del 2000, dieron el salto hacia una instalación automatizada y preparada para crecer, nuestra fábrica de Guarnizo. Con su ejemplo, nos han inculcado valores como la constancia, la perseverancia y el esfuerzo. Y también ha sido clave algo que hemos escuchado desde pequeñas: “Llegaréis donde os propongáis”.

P.- ¿De qué proyecto se sienten más orgullosas?

Gema.- Recuerdo con mucha emoción el momento en que afrontamos una inversión de cerca de cuatro millones de euros para instalar la tercera línea de producción. Era una decisión que liderábamos mi hermana y yo. Asumíamos un riesgo de mercado y teníamos que conseguir que funcionara. Cuando vimos que el proyecto salía adelante, sentimos orgullo, especialmente por nuestros padres. Era una pequeña demostración de que la nueva generación ya estaba preparada para liderar la empresa familiar.

P.- ¿Qué les preocupa del futuro?

Gema.- Tenemos muy asumida la responsabilidad de aportar valor a la empresa. Creemos que cada generación debe aportar riqueza al proyecto en el que está y esa es la enseñanza que estamos tratando de trasladar a nuestros hijos. Deben saber que lo que heredan no es una empresa, sino el trabajo de su familia. Nuestra obligación es lograr que lo entiendan con nuestro ejemplo y que sientan que disfrutamos con nuestro trabajo.

P.- El carácter familiar condiciona el funcionamiento de su empresa y eso tiene su parte buena y menos buena…

Ana- Lo que ocurre con eso es que, al final, hablamos de la empresa en todo momento. Intentamos no mezclar la vida personal con la laboral, pero es un proyecto que va unido a nuestra familia. Para que exista un buen fondo de familia ha de existir un proyecto empresarial que lo alimente, y viceversa.

P.- ¿Cómo llevan el hecho de pasar tanto tiempo juntas, dentro y fuera del trabajo?

Ana: Si mi hermana o yo hubiéramos tenido que seleccionar a un profesional que nos complementara, cualquiera de nosotras hubiera seleccionado a la otra, porque nuestros perfiles encajan a la perfección. Conocernos bien ha hecho que confiáramos la una en la otra desde el mismo momento en que comenzamos a trabajar juntas. Eso también conlleva respetar el criterio profesional de la otra. Sabemos que ninguna ha asumido una responsabilidad empresarial solo por ser hijas de nuestros padres. Si no estuviéramos cualificadas y capacitadas, si no fuéramos la mejor opción para el negocio, estaríamos trabajando en otro sitio.

Patricia San Vicente

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