Una solución para dos problemas

Quien observe los pozos de los sondeos de Solvay puede pensar que son simples lagos naturales de escasa profundidad, pero la realidad es muy distinta. Aunque el diámetro del cráter formado por el hundimiento no suele sobrepasar el centenar de metros, se calcula que en algunos de ellos puede llegar a contener medio millón de metros cúbicos de agua salada en la que por su concentración salina, resultaría muy difícil sumergirse.
Los hundimientos del terreno donde se ha extraído la sal siempre han sido un problema, pero ahora parecen ser la solución con la que el Ayuntamiento de Polanco y Solvay pueden resolver otro problema, el de los vertidos de los áridos que se producen en las obras cántabras y que no hay donde depositar. En el fondo de los lagos podrán desaparecer los escombros de toda la región, aunque presumiblemente serán utilizados por las constructoras que trabajen en el entorno de Santander y Torrelavega, donde las distancias no son cortas, pero al menos no resultan disparatadas. Hay que tener en cuenta que las tierras que se han sacado del aparcamiento subterráneo que Ascán construye en Castelar ya se han trasladado más de veinte kilómetros a otra instalación de Solvay próxima a los sondeos, la cantera de Cuchía, donde se han utilizado para hacer rellenos, y muy pronto habrá que retirar no menos de 250.000 metros cúbicos de estériles en Nueva Montaña para acometer el plan de viviendas previsto por el Ayuntamiento de Santander.
Hasta ahora, todo el plan de vertederos para inertes que la Consejería de Medio Ambiente quería repartir por siete municipios ha sido un completo fracaso, ante la oposición vecinal, lo que está creando muy serios problemas a constructores y excavadores que se ven obligados a pagar a particulares para que acepten estos escombros o a deshacerse de ellos de forma subrepticia. El problema ha llegado al punto que la Asociación de Constructores ha amenazado con paralizar las obras públicas si en el pliego de licitación no se especifica, como obliga la ley, el lugar donde se deben verter las tierras retiradas. A su vez, la Consejería ha optado por otra solución drástica: no aprobar ningún planeamiento municipal que se presente si no establece un punto para el vertido de residuos de este tipo.

Una carambola a cuatro bandas

La iniciativa del Ayuntamiento de Polanco y Solvay, que ha encontrado el interés de la empresa de excavaciones Cuevas para hacerse cargo de la gestión, dará lugar al primer depósito de inertes de la construcción que se pone en marcha en Cantabria. El convenio que han firmado tendrá una duración inicial de cuatro años y se centra en los pozos de sondeos 474 y 26, que tienen una capacidad estimada de entre 500.000 y 700.000 metros cúbicos, aunque existe la posibilidad de ampliar esta iniciativa a otros cinco pozos más, que permitirían albergar, en total, entre 1,5 y dos millones de metros cúbicos de tierras y escombros.
El acuerdo se ha convertido en una carambola a varias bandas, ya que resuelve un problema a la Consejería de Medio Ambiente, otro a los constructores que no tenían donde depositar los escombros, tranquiliza a los vecinos de Polanco, al dar estabilidad al terreno, y descarga a Solvay de una responsabilidad.
Miguel Ángel Rodríguez Saiz, alcalde de Polanco también trata de conseguir la restauración paisajística de la zona que ocupan los antiguos pozos (se plantarán 5.000 árboles una vez rellenada y se convertirá en un parque), y tampoco desdeña los significativos ingresos que obtendrá el municipio por tasas y permisos para el depósito de estériles que, según el acuerdo, serán el 25% de lo que facture la empresa concesionaria.

Un suelo cada vez más problemático

El depósito de inertes afecta a una superficie de casi 15 hectáreas entre las localidades de Polanco y Posadillo, casi en el centro del municipio, donde existen siete pozos que estuvieron en actividad en la primera mitad del siglo pasado.
La situación de estos sondeos antiguos es conflictiva y causa no pocas preocupaciones tanto a Solvay como al Ayuntamiento de Polanco. Un estudio del Instituto Tecnológico Geominero de España constata la «necesidad imperiosa» de efectuar el relleno de los antiguos pozos debido a la poca estabilidad del terreno, ya que, como consecuencia de las técnicas extractivas utilizadas antes de 1964, es muy difícil evitar los hundimientos.
La explotación en esos años se realizaba en el diapiro de Polanco, un afloramiento del yacimiento salino que apenas estaba cubierto por una estrecha capa arcillosa. Esta escasa consistencia de las capas y el hecho de que no se preservasen entre pozo y pozo vigas de sal suficientemente potentes como para sostener el terreno ha acabado por producir esta situación de inestabilidad.
A consecuencia del último hundimiento importante, ocurrido en 1988, Solvay no pudo seguir controlando con sondas ultrasónicas la configuración y dimensiones de las bóvedas de los pozos inestables y pidió a la Consejería de Obras Públicas el cierre de un tramo de la carretera que atravesaba los sondeos en dirección a Posadillo. Las soluciones técnicas que a partir de 1940 se emplearon durante la explotación para sostener el terreno, como la inyección de aire o la de líquidos, no han sido suficientemente eficaces para los sondeos superficiales que se hicieron hasta los años 60 y parece que la única solución a largo plazo para los pozos antiguos es el relleno con residuos sólidos que, como en el caso de los inertes de construcción, no sean contaminantes.

Una montaña de sal cada día

Solvay extrae cada día alrededor de 4.500 toneladas de salmuera del monte de Polanco, donde hay un diapiro de origen marino semejante al que dio nombre a Cabezón de la Sal. Para la fábrica de Barreda, esta sal que quedó atrapada en alguna época prehistórica antes de que una nueva glaciación provocase la retirada de los mares, es tan imprescindible como la piedra caliza para la elaboración del carbonato de sosa y tiene la suerte de tenerla en abundancia a una distancia de apenas dos kilómetros de la fábrica. Desde las torres de perforación se introducen dos tuberías concéntricas. Por el tubo exterior se inyecta agua dulce a gran presión, lo que provoca la disolución de la sal formando una especie de caverna abobedada. El agua retorna en forma de salmuera saturada por el tubo interior. Una vez en el exterior, la salmuera baja por gravedad hasta la factoría de Barreda a través de una tubería enterrada de 2,5 kilómetros de longitud.
El yacimiento de sal había sido localizado en 1903 por los geólogos de Solvay, gracias a unos manantiales salados que brotaban del subsuelo y fue una de las razones de que la fábrica se instalase en Barreda, junto con la abundancia de caliza y de agua en la zona. En 1907 se perforó el primer sondeo, a la altura de Posadillo y comenzó la explotación por el sistema de disolver la sal con agua para hacerla salir al exterior. No obstante, durante algunos años, la fábrica de Barreda tuvo que completar sus necesidades con sal belga que llegaba en barco cada mes.
La salmuera se utiliza como electrolito. Al pasar por él la corriente eléctrica se disocia en cloro y sodio, los dos elementos básicos que dan lugar a la amplia gama de compuestos químicos que produce la factoría torrelaveguense.
Las perforaciones que se hicieron hasta los años 60 se realizaron a poca profundidad y con escasa previsión. El problema que planteaban estas extracciones se empezó a ver pronto, al producirse los primeros hundimientos, que dejaban un cráter inundado de agua salobre. El terreno cedía y eso obligaba a crear una amplia zona de protección en torno a los pozos.
La fábrica cada vez necesitaba más cantidad de sal y el progresivo aumento de las extracciones amenazaba con acabar creando un gran lago en toda la zona. Las nuevas técnicas de perforación permitieron conciliar el problema del suelo con las necesidades de producción. Desde 1964 las perforaciones se hacen a una profundidad muy superior –hasta 1.700 metros–, lo que permite aprovechar el mineral que está fuera del diapiro, en la zona de Soña y Rumoroso, y mantener la estabilidad del suelo, ya que son lugares de capas mucho más sólidas. A esto se añade la precaución de que los pozos se separen entre sí lo suficiente para que entre las oquedades producidas al disolver la sal queden vigas de mineral sólidas que garanticen el sostenimiento del terreno.

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