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Alemania y Cantabria
Cuando la General Motors estornuda, Estados Unidos se resfría y cuando Alemania se descuelga con un crecimiento del PIB negativo en Cantabria podemos echarnos a temblar. Hemos llegado a tener tal relación comercial a través de la industria de la automoción que todo lo que ocurra en el país germano nos afecta casi como si nos pasase a nosotros mismos. Alemania no sólo es nuestro primer cliente internacional, sino que le vendemos tanto como a todo el resto de la UE junta y eso es responsabilidad, casi exclusiva, de las industrias de componentes de automoción. Para lo bueno y para lo malo.
En los últimos años hemos conocido la cara más amable de esta relación. Ambas economías crecían deprisa y en Europa se vendían más coches que nunca, pero ahora las circunstancias han cambiado, tanto en lo que se refiere a la economía alemana, que va francamente mal, como a la venta de automóviles. Por si fuera poco, hay un tercer factor que nubla el horizonte: el temor a que los nuevos competidores del Este nos reemplacen en este papel de suministradores por el menor precio de su mano de obra, igual que nosotros le quitamos antes muchas fábricas a los alemanes y a los franceses.
El caso de Lear, que ha desmantelado sus industrias de fabricación de cableados para automóvil en España, o el cierre de la fábrica que Delphi tenía el Ólvega (Soria) no han pasado desapercibidas en el sector, que ahora teme conocer las decisiones que la propia Delphi y Valeo van a tomar en otras fábricas que tienen asentadas en nuestro país.
España es la tercera potencia europea en la industria de componentes de automoción y la novena del mundo, con 240.000 personas ocupadas en ella. Pero la concentración es aún mayor en Cantabria, donde buena parte de las grandes empresas metalúrgicas se han vinculado, por una u otra vía, a este mercado. El último año ha sido de estancamiento y ya comenzaron a producirse ajustes soterrados de plantilla por el procedimiento de no renovar contratos temporales. Este margen de flexibilidad ya se ha perdido y si son necesarios nuevos ajustes, afectarán a trabajadores de plantilla y comenzaremos a ver conflictos como los que ya afloraron este otoño en Trefilerías Quijano.
En cualquier caso, nuestras empresas están mucho mejor preparadas para aguantar el chaparrón de lo que estaban hace dos décadas y han llegado a grados de productividad que deben salvaguardarlas. Pero eso no impide ser conscientes de que se avecinan tiempos de incertidumbre para la economía cántabra si Alemania no repunta y la venta de coches también.

Torrente de informes
Prácticamente no hay semana que no aparezca un análisis macroeconómico sobre lo que ha crecido la economía regional o lo que crecerá y, por supuesto, con el morbo de poderlo comparar con los datos del resto de las autonomías. Y hay que reconocer los reflejos del Gobierno cántabro para tener siempre a mano un estudio que contradiga los datos desfavorables que suelen aparecer.
Todo ello se ha convertido en tal rutina que ha dejado de interesar a la opinión pública que opta por no creerse ninguno o sólo dar por buenos aquellos que coinciden con su percepción, que casi nunca es optimista. Pero no deja de ser curioso que empleemos tanto tiempo y dinero en algo que no interesa y que además es posible que ofrezca la misma fiabilidad que los consultorios de los videntes. En primer lugar, porque su porcentaje de aciertos a futuro es inversamente proporcional a su concreción y en segundo lugar, porque como casi todos los estudios, su resultado depende, y mucho, de quien los paga.
Es sintomático que sólo en el último mes han aparecido tres de estos análisis que valoran el crecimiento de la economía regional, sin contar con las publicaciones periódicas. Demasiada materia gris gastada para señalar lo que todos ya sabíamos y demasiada poca capacidad de prospectiva para abordar problemas concretos, como qué pasaría si se agravese la tendencia negativa del empleo que mantiene Cantabria desde julio del pasado año, en las circunstancias de fortísimo endeudamiento familiar que ahora se dan.
En cualquier caso, la mayoría de los informes no deja muy bien parada nuestra evolución hasta el día de hoy y, lo que es peor, demuestra que la riqueza se va concentrando en torno a las grandes ciudades del país y no por cierto en sus zonas industriales. Las fábricas son un activo muy importante, pero cada vez más, la generación de valor pasa por los grandes núcleos de servicios donde se toman las decisiones. Es posible que a los indonesios les venga muy bien tener allí las fábricas de material deportivo, pero quien realmente rentabiliza esas prendas es el propietario de la marca, que tiene su sede en Nueva York.
Los informes económicos siguen sin valorar los intangibles, como el poder o la capacidad de decisión que cada día es más importante, frente al proceso productivo puro (la esencia de la economía en el siglo XIX y en la primera mitad del XX). Y meter estas materias en ese cajón de sastre que es el sector servicios es absolutamente engañoso. No es lo mismo tener una economía de brokers, cabeceras de las grandes corporaciones y de financieras, que tener camareros. Es cierto que nuestra economía ya descansa básicamente en el sector terciario, pero el problema es que los grandes flujos de riqueza pasan ahora por el cuaternario que, con este u otro nombre, tendrá que empezar a ser definido para poder entender la economía moderna.

Consultoras vascas y precios
La demagogia es un arma peligrosa no tanto por su capacidad para confundir a la opinión pública como por excitar lo peor del alma humana. Para combatirla no hay nada como el sentido común y, sobre todo, la memoria. Basta comparar y sacar uno mismo las conclusiones.
Hace poco más de un año, el anterior consejero de Industria se escandalizaba de que el CES hubiese encargado a una empresa vasca ¡y por 16 millones de pesetas! un informe sobre el futuro económico de Cantabria. Obviamente, el escándalo estaba motivado por el temor de que los resultados no coincidiesen con la política oficial de que si España va bien, Cantabria va mucho mejor. Se ocultaba que la elección fue el resultado de un concurso y el hecho de que la compañía adjudicataria tenía una amplia experiencia en lides semejantes. Pero eso, al fin y al cabo no es lo sustancial. Lo insólito es que se descalificase la independencia del CES para elegir y que se atacase con tanta vehemencia el carácter “vasco” de la empresa, aunque curiosamente está presidida por un cántabro. Y qué decir de todo lo que se criticó desde el Gobierno el que pudiesen pagarse 16 millones por el informe.
No ha tenido que pasar mucho tiempo para que sepamos que la misma Consejería que hacía unas críticas tan desaforadas contra el Consejo, había contratado todo el Plan Tecnológico de Cantabria a otra empresa vasca, a un precio que probablemente nunca sabremos y con unos resultados tan absolutamente decepcionantes que después de leído el plan nadie puede sacar otra conclusión que, como en las novelas por entregas, habrá que comprar la separata de cada ejercicio –los autores sostienen que será necesario hacer un miniplan cada año, que a buen seguro nos venderán– para saber algo mínimamente concreto.
La casualidad ha producido otra paradoja y es el hecho de que el Plan Tecnológico tiene casi las mismas páginas que el denostado estudio del CES que tan criticado fue por Alvarez Redondo por no haber empleado más papel en decir lo que tenía que decir.
Se pueden poner otros ejemplos. El propio Alvarez Redondo contrató en Madrid, en la primera legislatura, un Plan Industrial para Cantabria, a precio de oro, que hubiese servido para cualquier comunidad autónoma quitándole 16 páginas, las únicas que hacían referencia a la región. Y en cuestión de precio, acaban de pagarse 16,6 millones de pesetas por un estudio para analizar el impacto económico que pueda tener la autovía de la Meseta.
¿Qué se pretendía entonces con semejantes acusaciones al CES? Simplemente, el descalificar a un organismo colaborador del Gobierno por el delito de lesa gravedad de tener ideas propias y de ejercer el papel para el que fue constituido, el de valorar la política económica y social.
Afortunadamente, da la sensación que esa belicosidad contra todo el que piensa por su cuenta parece haber remitido, con un notable cambio de talante en la Consejería de Industria, pero se siguen pagando demasiados informes inútiles para que digan lo que deben decir y se gasta dinero público con alegrías de nuevo rico en algunas materias donde más dinero no significa más modernidad, como en las superpáginas web del Gobierno que nos van a salir a casi 250 millones de pesetas la unidad. Lo más probable es que eso no signifique ningún avance tecnológico de la región, pero de lo que no cabe duda es que aumentará sustancialmente el gasto en I+D. Quizá sea ese el objetivo.

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