Las grandes orquestas se mueven desde Santander

Que Cantabria llegue a tener algún día una orquesta propia parece un inalcanzable sueño de melómanos. Sin embargo, desde Santander se gestionan muchas de las giras que las grandes orquestas sinfónicas realizan por España e, incluso, por países de tanta tradición musical como Alemania. La razón no es otra que la de ser la ciudad de residencia de Sorín Melinte, un pianista rumano transformado en organizador de conciertos y eventos musicales. En 1994, tras un accidente que le impidió seguir su carrera pianística, optó por estabecerse en Santander y reorientar su vida profesional, haciéndose representante, para seguir vinculado al mundo de la música.
Santander fue tierra de acogida para Melinte que, como tantos compatriotas, trataba de escapar de la asfixiante dictadura de Ceaucescu, y él le ha devuelto el apoyo que encontró creando en esta ciudad la Sociedad Musical Armonía que, con el tiempo, se ha convertido en la mayor agencia de España en el campo de las orquestas sinfónicas.
Dieciséis años después de su fundación, ningún auditorio nacional o festival de importancia hace su programación sin contar con la agencia cántabra para asegurarse la participación de las orquestas más prestigiosas, aunque la labor que desarrolla Sociedad Musical Armonía va más allá de la simple intermediación.

Una tierra de acogida

La primera toma de contacto de Melinte con Santander se produjo en 1981, cuando fue invitado a participar como alumno en uno de los cursos de piano organizados por Paloma O’Shea. Fue en aquella estancia, y en posteriores visitas ya como concertista, cuando se fraguaron los vínculos con esta región que tanta importancia llegarían a cobrar para aquel joven pianista rumano. En 1984, el régimen de Ceaucescu decidió evitar las fugas de la siniestra cárcel en que había convertido el país retirando el pasaporte a los pocos privilegiados que lo tenían. Los músicos con alguna proyección internacional formaban uno de los escasos colectivos que podían obtener un permiso para viajar al extranjero, pero los resultados no fueron precisamente los que el régimen esperaba. En lugar de contribuir a ensalzar internacionalmente su imagen, hubo tantas defecciones que en aquella época circulaba un chiste en el que se definía a un grupo de cámara como una orquesta sinfónica rumana a la vuelta de una gira por Occidente.
La amenaza de que esa retirada general de pasaportes se consumase animó a Sorín Melinte a buscar asilo político en un país europeo y desarrollar en él su carrera como concertista. Con este objetivo, no es de extrañar que su primera elección fuera buscar acogida en países con una gran tradición cultural, como Suiza, Francia o Alemania, pero en ninguno de ellos encontró la respuesta que esperaba. Incluso en Francia, el más receptivo a concederle un estatus de refugiado político, los plazos para poder ejercer su profesión eran tan dilatados que ponían en riesgo su futuro como concertista. “En cambio –cuenta el propio Melinte– España estaba en un momento de apertura enorme. Yo llegué aquí con el despertar cultural de este país y fui recibido con mucho afecto y con todas las posibilidades para desarrollarme, hasta el punto de que, dos años después de mi llegada, tocaba más que todos los pianistas nacionales juntos”. Entre 1984 y 1988 Melinte llegó a dar cerca de 600 conciertos sólo en España, una media de 120 actuaciones al año; una cifra que habla de la avidez musical del país y del esfuerzo descomunal que Melinte desplegó en aquella etapa.
Pero aquel sobreesfuerzo y los continuos desplazamientos por carretera que exigía una agenda tan apretada, se cobró su tributo y su trayectoria como pianista se vio truncada cuando a finales de 1988 un grave accidente de automóvil le ocasionó múltiples fracturas, algunas de ellas en la mano izquierda que le impedían proseguir su brillante carrera como concertista.

Una actividad alternativa

Mientras aún alentaba la esperanza de conseguir una recuperación total que le permitiese volver a interpretar, Melinte se planteó hacer algo que conocía bien: la organización de conciertos. Para no dar una imagen empresarial que le alejara definitivamente de los escenarios, optó por crear junto a otros músicos españoles una asociación sin ánimo de lucro denominada Armonía, en la que iba a resultar muy útil su conocimiento del medio y su dominio de varios idiomas.
Aquella iniciativa tuvo un enorme éxito, al coincidir con un momento de extraordinaria agitación cultural como el que se vivía en España a finales de los ochenta. El país estaba embarcado en la organización de varios eventos de enorme importancia, como la Olimpiada de Barcelona, la Expo de Sevilla o la elección de Madrid como capital cultural europea. Al finalizar 1990, y tan solo un año después de su creación, aquella asociación sin ánimo de lucro ya se había convertido en la mayor organizadora de conciertos de música clásica de España, ayudada, según reconoce el propio Melinte, por el clima de emulación que se había creado en muchos ayuntamientos socialistas tras conocer la devoción del entonces vicesecretario general del partido, Alfonso Guerra, por la música de Mahler. “Hasta el último alcalde –recuerda Melinte– quería escuchar a Mahler en su pueblo, pero ese compositor escribió para grandes orquestas y lo que yo quería fomentar con la asociación, la música de cámara, no era lo que mas atraía a la gente, así que acabamos haciendo lo que nos pedían, que era traer orquestas sinfónicas”.
Aquel fue el principio de la especialización de Melinte como organizador de conciertos, pero la brillante trayectoria de aquella primitiva asociación terminó bruscamente cuando, nada más concluir los fastos del 92, y para corregir la grave situación económica, el Gobierno decidió devaluar la peseta en un 30%. Aquella medida supuso un quebranto para la asociación de la que no se pudo recuperar, atrapada como estaba por las obligaciones contraídas con artistas internacionales, cuyos emolumentos estaban pactados en francos, marcos o dólares, mientras que los contratos que la asociación había firmado con las entidades organizadoras de conciertos se habían estipulado, como es obvio, en pesetas. El exiguo margen de ganancia de una asociación sin ánimo de lucro era incapaz de absorber ese incremento del 30% en el coste de las orquestas impuesto por la devaluación.
A Melinte, como presidente de aquella asociación le tocó responder de ese naufragio económico y, aunque pudo hacer frente a las deudas, las pérdidas acabaron con aquella experiencia.

La importancia de la logística

En 1994 el antiguo concertista de piano dio el paso definitivo hacia la que, de hecho, ya era su nueva profesión y creó una auténtica agencia para la organización de conciertos, aunque adoptó el nombre de la desaparecida asociación. La nueva Sociedad Musical Armonía se apoyaba, también, en los mismos colaboradores que habían venido trabajando con Melinte en la anterior etapa, hasta crear una empresa que hoy cuenta con diez personas, parte de las cuales se ocupan de la compleja logística de transportes y hoteles que hace falta para mover toda una orquesta sinfónica.
Después de varios años de experiencia con estos grandes grupos, Melinte optó por crear su propia agencia de viajes para controlar un gasto que, entre transportes y alojamiento, puede llegar a suponer la mitad del presupuesto que se requiere para conseguir una orquesta sinfónica. Trasladar hasta nuestro país al centenar de músicos que suelen componerla puede costar entre 50.000 y 80.000 euros, en función de la procedencia, al margen de lo que cobren por su actuación que en el caso de las dos orquestas más cotizadas, la Filarmónica de Berlín y la Sinfónica de Viena, es de unos 200.000 euros.
Además de abaratar costes, contar con una agencia de viajes propia le permite asegurar la coordinación de unos traslados en los que la puntualidad es un requisito innegociable para que el concierto pueda tener lugar en la fecha y hora programados.
El acceso a las mejores orquestas y trabajar con un presupuesto cerrado, a salvo de contingencias –los riesgos los asume la propia agencia– es lo que anima a las entidades a contratar con la empresa cántabra su programación de conciertos. Pero no son los únicos factores que han propiciado su éxito. Hay intangibles con un peso significativo, como el íntimo conocimiento que tiene Melinte del mundo musical y de las cualidades de cada orquesta y cada director o el servir de traductor. Todos los integrantes de la plantilla de Armonía hablan al menos dos idiomas, mientras que Sorín Melinte se desenvuelve en media docena de lenguas, entre ellas un español tan fluido que podría pasar por su idioma natal.

Abrirse a Europa

Como ha ocurrido en tantos otros campos, la crisis ha hecho mella en el mercado musical. Cada convulsión económica tiene una inmediata repercusión en los recursos que se asignan a la cultura y si en 1992 el número de gobiernos autonómicos, ayuntamientos, cajas de ahorros o fundaciones que programaban conciertos se aproximaba al millar, la crisis económica del 93 dejó ese censo reducido a la tercera parte y nunca se recuperó. Hoy, en medio de otra crisis, los clientes potenciales no llegan a cien. El resultado es que de los 500 conciertos anuales que Armonía llegó a organizar en aquella época dorada de principios de los noventa ha pasado a apenas 70, lo que no impide que la agencia cántabra facture más de tres millones de euros al año.
La agencia ha respondido asomándose al exterior, a pesar de que en un territorio tan maduro musicalmente como Europa es muy complicado abrirse paso. Aún así, Armonía consigue organizar unos treinta conciertos al año en países como Alemania, Francia, Portugal o Rumanía, que alberga el Festival Enesco en Bucarest, el segundo en importancia del continente, después del de Salzsburgo.
La agencia creada por Melinte ha trabajado para todos los grandes auditorios de España y por sus manos han pasado orquestas como la Scala de Milán, London Philharmonia, Royal Philharmonic, Orquesta Nacional de Francia, Radio de Baviera, Filarmónica de Dresde o la Concertgebouw de Amsterdam y directores como Ricardo Muti, Zubin Metha o Lorin Maazel, ademas de solistas como Michel Plasson, Roberto Benzi, Uto Ughi o Pierre Amoyal.
Uno de los puntos culminantes de su actividad fue la organización del concierto con el que la Sinfónica de Viena, una de las dos orquestas más prestigiosas y caras del mundo, clausuró la Expo de Zaragoza; una petición expresa del alcalde Juan Alberto Belloch, un gran aficionado a la música.
La caída de la actividad musical también ha tenido su reflejo en otra de las áreas en las que se había introducido la agencia cántabra, la producción de espectáculos propios, con hallazgos como el grupo coral Kontakion y su música bizantina, o producciones como el ‘Simón Bocanegra’ que inauguró el Festival Internacional de Santander de 2003. También ha hecho apuestas innovadoras como la ópera contemporánea ‘La Casa de Bernarda Alba’, con música de Miguel Ortega, que a punto estuvo de ser elegida como la mejor producción operística en España el pasado año.
Mientras llega el momento de retomar esa faceta, Armonía trabaja con la vista puesta en el 2012, cuando Oporto tendrá que justificar su elección como capital cultural de Europa. A más corto plazo, su compromiso inmediato es llevar la orquesta de la Scala de Milán al Festival del Xacobeo.
Son dos ejemplos de la actividad desplegada por esta empresa cántabra creada por un rumano que ha convertido Santander en un centro clave para la gran música de nuestro país, y no solo por el prestigio del FIS o el de la Fundación Albéniz, sino porque desde un despacho de esta ciudad se hace posible que la mejor música sinfónica del mundo viaje por toda España.

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