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La revuelta de los vecinos en EE UU

Quien sea el próximo inquilino de la Casa Blanca es más importante para cualquier vecino de cualquier país del mundo que quien sea su propio ministro de Asuntos Exteriores. No conviene hacer política ficción, pero lo probable es que, de no haber gobernado Bush, no nos hubiésemos embarcado en las guerras de Afganistán e Irak y el planeta no se hubiese dividido en dos bloques, musulmán y cristiano, como hace diez siglos. Unos hechos que nos han implicado a todos, por muy distantes que nos sintamos de lo que ocurre fuera de nuestras fronteras.
Pero, por mucho que los partidarios de las teorías conspiratorias opinen lo contrario, las grandes cosas suelen ocurrir a partir de una concurrencia de pequeños acontecimientos, unas veces incontrolables y otras directamente despreciados. Por ejemplo, hubiese bastado que quien eligió el desafortunado modelo de papeleta de Florida hubiese optado por otro modelo convencional, sin nada que perforar, para que se hubiesen evitado miles de anulaciones de voto y Gore se habría convertido en presidente hace ocho años, en lugar de Bush.
A priori, estas circunstancias tienen un valor casi anecdótico frente a la artillería pesada del dinero que se emplea en la campaña electoral o a los apoyos de las fuerzas fácticas. Pero no son despreciables, como se está viendo en la batalla de Barak Obama contra Hillary Clinton. La ex primera dama cuenta con el respaldo de todo el establishmen de su partido, frente a Obama, que partía como un perdedor, aunque fuese de esos competidores que suelen dar color (y no hay doble sentido) a las victorias de quienes están predestinados al triunfo. Sin embargo, las tornas pueden cambiar, exactamente igual que cuando Borrell le ganó la partida en las primarias del PSOE al candidato oficial, Joaquín Almunia, o cuando, más tarde, un casi desconocido Zapatero se quedó con el santo y la peana de Bono.
En EE UU, donde los partidos prácticamente no tienen estructura y la militancia sólo se activa en los periodos electorales, las primarias son el mecanismo que pone en marcha toda esa maquinaria y a veces la conduce por caminos absolutamente imprevistos. Pasó con Ronald Reagan y está a punto de ocurrir ahora con Obama, porque quienes eligen son los votantes más activos e inconformistas, que no tienen por qué coincidir en sus opiniones con el conjunto del país, pero que tampoco coinciden con el aparato de sus partidos.
En el fondo, muchos de estos electores inscritos de cada formación –los que pueden participar en las primarias– lo entienden como una cruzada, un espíritu que los militantes de las formaciones políticas europeas ya han perdido.
Yo vivo la experiencia con cierto asombro. Todo empezó hace ocho años, cuando envié un mensaje de ánimo a Gore durante los múltiples recuentos de las famosas papeletas de Florida. La primera respuesta, a vuelta de e-mail, resultaba desconcertante para cualquier europeo porque, en lugar de detenerse en agradecimientos, facilitaba un número de cuenta donde ingresar una aportación para apoyar económicamente la disputa legal, que se preveía muy cara. Una vez constatado que en Estados Unidos la gente no se pierde en disquisiciones y va directamente al grano, uno acaba por acostumbrarse a que las peticiones de dinero se incluyan en muchos de los mensajes a los simpatizantes, algo que cualquier elector español consideraría de mal gusto, quizá porque nosotros preferimos no saber de dónde sale el dinero, aunque sospechemos que no aflora de lugares confesables.
Gore creó con esa base de datos –supongo que tendría otras muchas direcciones de Internet– una gran red, a la que tuvo informada, a lo largo de toda la legislatura, de su actividad como jefe de la oposición. Kerry la heredó al ser nominado cuatro años después y, desde entonces ha ido anticipándonos el sentido de su voto en todos los debates polémicos que ha abordado el Senado, explicando sus opciones personales, a veces distintas a las mantenidas por otros destacados miembros de su partido. Algo que no hacen los partidos españoles con sus afiliados o votantes, si bien es cierto que en España los diputados o senadores se cuidarían muy mucho de votar otra cosa que no sea lo que su partido ha decidido.
Al comienzo de esta precampaña, Kerry nos anunció su preferencia por Obama a los tres millones de miembros que al parecer tiene ya esta especie de club –la inmensa mayoría, por supuesto, en EE UU– y nos ha pedido la autorización tácita para trasladar esta base de datos al candidato de color. Desde ese momento, la red se ha puesto al servicio de Obama. Por ella nos han llegado cartas de apoyo firmadas por otros senadores de peso, como Ted Kennedy, para demostrar que no todo el núcleo duro del Partido Demócrata está con Clinton, un elemento de convicción muy importante si partimos de la base de que las primarias son una elección interna dentro del partido.
Todo esto ocurre a través de Internet, con una comunicación directa de los líderes de una formación política con sus electores, lo que los españoles no cuidan demasiado. Pero lo más sugerente es la sensación de que la elección de quien puede convertirse en el jefe de Estado más poderoso del mundo acaba siendo tan sencilla o tan compleja como la de los padres que estarán en el APA de un colegio.
Las cartas de Obama, que ahora ejerce de titular temporal del club de Kerry, insisten frenéticamente en la importancia de las relaciones personales para poder ganar y pide a cada uno de nosotros que se convierta en un agente electoral desde su casa, para convencer a los vecinos, a los parientes y a los amigos. La tarea no es pequeña: hacer cien llamadas a la semana y un especial esfuerzo para los que sepan castellano, ya que es el electorado hispano el menos proclive a su candidatura.
Con ese espíritu misionero que lleva encima cualquier norteamericano, y que nosotros perdimos hace un par de siglos, va a conseguir la nominación y, posiblemente, la presidencia, en noviembre, de los EE UU. En unos caucus tan reñidos en el bando demócrata como para que media docena de delegados de cualquier estado rural resultan decisivos, las elecciones del país más poderoso del mundo pueden ganarse por lo que hagan un puñado de vecinos que, además de cuidar su jardín, están preocupados por cuidar su país. Para que luego nos creamos que todo esto es producto de una conspiración de multinacionales petroleras, sectas religiosas o de fabricantes de armamento en alianza con los poderes fácticos del Pentágono. ¿Y si, simplemente, fuese una conspiración de las amas de casa que están hartas de Bush?

Pulmonía por contagio

Cuando la banca de EE UU coge una pulmonía, la española también, da igual que esté vacunada, que gane más dinero que nunca, que no tenga subprime “ni esas cosas raras” que dice Botín. En este mundo tan paradójico de las agencias de calificación y de la Bolsa, no es bueno ir a contracorriente, ni siquiera para acertar. Si los demás están en el hoyo, lo mejor, al parecer, es el hoyo.
En estos primeros meses del año se han presentado los resultados de los principales bancos mundiales y, como se esperaba, son malos. La mayoría de ellos han quedado tocados por el efecto de las hipotecas basura que, como consecuencia de los productos financieros derivados de ellas, no sólo han afectado a quien las concedió, sino también a una ristra interminable de intermediarios, puesto que los riesgos y los beneficios fueron extendiéndose por una multitud de manos, a menudo inconscientes de cual era el origen de los productos financieros que suscribían.
Tanto da cuál sea el punto de partida del problema, porque el problema se prorratea entre todos, que para eso el mundo está globalizado: Las bolsas europeas caen mucho más que las norteamericanas y los causantes de la crisis extienden las sospechas sobre todos los demás, para que nadie salga indemne.
En una economía donde todo el que no es comprador pasa a ser candidato a ser comprado, los bancos españoles quedaban en una posición demasiado sólida, frente a las debilidades de los demás y, quizá para evitarlo, se han lanzado todo tipo de rumores sobre su solvencia. Por esa estrategia o por el hecho de que nuestra Bolsa sobrerreacciona a todo lo que pase en el exterior, han visto descender bruscamente sus cotizaciones cuando presentaban las mejores cuentas de la historia.
Si la Bolsa cotiza expectativas, resulta difícil entender que los negocios más sólidos por haber demostrado una trayectoria de beneficios crecientes durante décadas y por la severidad de los controles públicos –mucho mayores que para cualquier otra actividad– coticen a siete veces los beneficios y negocios cuya posibilidad de tener rendimientos recurrentes es más que dudosa, puedan tener unos múltiplos (PER) de treinta o cuarenta veces.
Es apostar por la lotería frente al trabajo y a veces sale bien, pero son tan pocas…

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