Editorial

En estas circunstancias iba a nacer Cantabria Económica pero, cuando salió a la calle el primer número, en otoño de 1991 –sólo tres meses después de concebir el proyecto–, Hormaechea había vuelto al Gobierno de Cantabria y comenzaba un cuatrienio disparatado de absoluta parálisis; Intra, un entramado financiero local que parecía el paradigma del éxito, se venía abajo estruendosamente, dejando un agujero de 34.500 millones de pesetas de la época y se fugaba Pepe el del Popular, hasta entonces prototipo del buen director de oficina bancaria, con otros 5.000 millones más que añadir a la cuenta de las desapariciones. Por si fuera poco, la región era la primera en anticipar una crisis que el resto del país sólo sufriría un año después, al concluir los fastos del 92.
Como no hay males que cien años duren, Cantabria Económica se dispuso a remar contra corriente durante el tiempo que fuese necesario, en la seguridad de que, antes o después, la región volvería a ver la luz algún día. Lo que no cabía imaginar es que sólo tres meses después suspendería pagos Sniace. La fábrica entró en una larga fase de muerte clínica y con ella toda la comarca de Torrelavega. Cantabria entera parecía venirse abajo.

La misma mala memoria que permite dar por hecho que el último temporal o la sequía más reciente han sido los peores, nos hace estar convencidos de no haber vivido nunca una crisis semejante a la que ahora nos preocupa, pero lo cierto es que aquella nos dejó un larguísimo rosario de cierres y suspensiones de pagos. Tantos que en Cantabria Económica tuvimos que plantearnos buscar cada mes iniciativas ilusionantes o empresas que gozasen de una mínima salud para no contribuir a la depresión general. Y no era tarea fácil, porque hasta 1996 sólo pudimos anunciar la apertura de una empresa de más de treinta empleados, a la que recibimos como si hubiera llegado la General Motors.

Para la revista, superar aquellos primeros años de plomo fue una prueba de fuego, aunque en la vida de la región cuatro años quizá no representen mucho y ya no los recuerde casi nadie. Cantabria tenía motivos de sobra para recuperarse en cuanto recobrase la confianza que había perdido al tener que pedir asilo entre las regiones pobres. Y lo consiguió, con la ayuda inestimable de los fondos europeos, ese regalo del que nunca hemos sido muy conscientes, pero que cada año nos inyectaba un 2% del PIB a cambio de nada. Ha sido la mejor fábrica que hayamos tenido nunca pero, en lugar de agradecerlo, sólo hemos echado pestes de cuanto viene de la Unión Europea.
Cantabria Económica sobrevivió para narrar tiempos mejores, pero nunca perdió esa incómoda dosis de realismo que, además de ser una obligación profesional para que los gobernantes no se duerman en los laureles, había quedado impregnado en su ADN. Así han pasado 200 números o, lo que es lo mismo, dieciocho años, desde que nos metimos en un proyecto equivocado, en un momento inadecuado y en el lugar erróneo. Ni había mercado para hacer algo semejante en una región tan pequeña, ni aparentemente noticias, ni era la ocasión. Pero los proyectos son así, y hasta en esas circunstancias tan desfavorables pueden salir adelante. Es un asunto de tesón y de tener una pizca de suerte: en nuestro caso, la de haber encontrado unos lectores y unos anunciantes que permitieron la continuidad y el éxito de una iniciativa tan improbable. Muchas gracias a todos.

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