Editorial

Esta falta de sensibilidad era una bomba de relojería y no se ha traducido en una fuga de votos a otros partidos, como algunos suponían, sino en un protesta mucho más pasiva, la de la abstención. La misma que echó a la izquierda del poder en 2011. Y eso es algo que los partidos no llegan a entender del todo: En España quien quita y pone gobiernos son los abstencionistas. Cualquiera que maneje las encuestas del CIS puede comprobar que hay más españoles de izquierdas que de derechas pero eso no significa que gane siempre la izquierda. Gana o pierde cuando la propia izquierda decide votar o decide quedarse en casa. Esta vez, el pasotismo le ha correspondido a la derecha, que suele ser mucho más fiel a la hora de acudir a las urnas. Para la izquierda, quién va en el puesto número ocho en la lista de no se sabe dónde es suficiente como para enfadarse con el partido al que habitualmente vota. Para la derecha, más práctica, todo eso son minucias, porque lo importante es que no gane el rival… Hasta esta vez.

Ocho años de sufrimiento, con una crisis devastadora, han deparado miles de situaciones familiares dramáticas que han conseguido romper estos patrones habituales de comportamiento. Diego, en Cantabria, y Rajoy, en Madrid, probablemente no podían hacer mucho más, pero hubiesen perdido muchos menos votos con un lenguaje más compasivo. Sin embargo, han creído que bastaba, como otras veces, con segar la hierba bajo los pies del rival, para impedir la alternativa. No calcularon que con nuevos partidos emergentes y con un electorado propio en desbandada eso iba a resultar insuficiente. Y lo peor es que tampoco tenían un plan B, el de los pactos. Con un lenguaje dirigido a los convencidos es muy difícil seducir al resto y con la prepotencia a flor de piel es casi imposible cultivar futuros aliados. Cuando la victoria ha resultado insuficiente, el PP no tenía puertas a las que llamar. Veremos si le abre Ciudadanos y a qué precio, porque Rivera sabe que se juega mucho de cara a las elecciones de noviembre.

Si los asesores de Diego no fueron capaces de convencerle de que tan importante como tener un índice de popularidad aceptable es no tener un índice de rechazo demoledor, los de Revilla tenían que conseguir que su líder volviera al día a día del Parlamento, que tan poco motivador resulta para quien ya ha tocado poder y se siente estrella televisiva.
El resultado de Revilla ha sido sorprendente incluso para el PRC, porque los medios de comunicación locales le han hecho el vacío. Una paradoja más para quien triunfaba en las televisiones, como también es motivo de reflexión que tras estas elecciones, que han supuesto un cambio generacional de la política, dos de los personajes más populares del país, Revilla y Carmena, sean unos abuelos.
El fundador del autonomismo cántabro sobrevive en la brecha cuarenta años después y ahora que definitivamente ha desaparecido la España de la burbuja, al llevarse los últimos rastros que quedaban en la Comunidad Valenciana, en Madrid o, mucho más cerca, en Noja y Castro Urdiales.
Revilla, con más años y menos fuerzas, tendrá que enfrentarse a un escenario muy poco idílico: el doble de la deuda que dejó al marcharse y con un PIB regional 500 millones de euros inferior. Ni él ni nosotros tenemos un horizonte fácil, porque no hay soluciones mágicas cuando uno tiene que pagar cada día un millón de euros de la deuda e ingresa lo que ingresa, pero si hace que todos nos sintamos un poco más comprendidos, ya notaremos el cambio.

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