Cien años de la Asociación de la Prensa de Cantabria

El Boletín de Comercio, una publicación de índole mercantil nacida en los años 30 del siglo XIX que durante años ha sido reproducido en facsímil por Cantabria Económica, publicó un editorial el 18 de marzo de 1914 que cubría la primera página. Ese día dejaba para el interior lo ocurrido en los mercados de Madrid y Londres o el movimiento portuario de Santander. La noticia del día era su propuesta de crear una institución profesional que respaldara económicamente a los periodistas, “ayudándoles a sobrellevar estas penalidades de la vida estrecha”, a semejanza de las que ya se habían constituido en otras provincias.
Si por algo se caracterizaba la prensa en ese momento era por la beligerancia con que los periódicos defendían posiciones abiertamente enfrentadas pero esa iniciativa fue secundada con entusiasmo por los tres que se editaban en la región: La Atalaya reprodujo íntegramente el texto del Boletín de Comercio; El Cantábrico, el más importante de todos, anunció la intención de toda su redacción de sumarse a la idea y también lo hizo una pequeña cabecera defensora de los valores del catolicismo tradicional, El Diario Montañés, que muchas décadas después se convertiría en el periódico hegemónico.
Todos eran conscientes de que, al margen de las causas políticas que defendían, la precariedad económica de los periodistas era norma común en todas las redacciones y las dificultades de su vida diaria apenas eran una pequeña cuita en comparación con las penalidades que les esperaban cuando se veían obligados a dejar de trabajar por enfermedad o por los años, ya que –y en eso no se diferenciaban de muchas otras profesiones– no tenían ningún sistema de previsión público ni privado.
Los periodistas habían comenzado a asociarse en otras provincias españolas, buscando en el colectivo un respaldo para los momentos difíciles. Eran épocas de mutualidades y asociaciones gremiales, pero lo que resultaba una reivindicación común en otras profesiones e, incluso una conquista, (el tipógrafo cobraba tres veces más que el periodista y había alcanzado ya alguns mejoras sociales) era una utopía para el periodista, por más que los levitones, las leontinas y su desenvoltura social disimulasen estas miserias.

Del periodismo de revólver a la hermandad

Por lo general, el periodismo se ejercía como un segundo oficio, un complemento económico para algunos funcionarios o escribanos de despachos e, incluso, como un tercero, porque las fuentes de ingresos siempre eran inestables y escasas, incluso para quienes trabajaban para la Administración pública, que hasta la Ley de Bases de Funcionarios de 1918 podían ser desplazados por cualquier cambio de gobierno. A partir de entonces fue más difícil salir, pero también entrar.
La iniciativa del Boletín de Comercio cuajó entre la profesión de forma casi unánime, lo que no deja de sorprender en una época en la que las diferencias de los periodistas llegaban a convertirse en duelos (el periodismo de revólver). Hasta ese momento, no fueron conscientes de pertenecer a una misma clase, incluidos los directores, independientemente de los intereses concretos que defendían las empresas para las que trabajaban, muchas de ellas imprentas que aprovechaban los medios técnicos para lanzar sus propias publicaciones.
El 13 de abril de 1914, hace ahora cien años, se constituía formalmente la Asociación de la Prensa de Santander en un acto celebrado en la Cámara de Comercio. Era elegido presidente José Estrañi, el director del principal periódico de la región, El Cantábrico, todo un ejemplo de profesionalidad, con un concepto del periodismo adelantado en varias décadas a su época. La vicepresidencia primera la ocupó Eusebio Sierra, director de La Atalaya y la segunda el director de El Diario Montañés, Ángel Quintana.
En una fiesta de fraternidad que celebró pocos días después la profesión en el Restaurante Miramar, de El Sardinero, aparecía la siguiente leyenda en el menú: “Banquete conmemorativo de la fundación de la Asociación de Periodistas en la capital de La Montaña, para bien moral y material de quienes trabajando siempre por los demás hasta esta fecha se habían olvidado de ellos mismos”.
Al día siguiente, El Cantábrico reseñaba el acto en primera página con un elogios a la fraternidad alcanzada por la profesión y un descriptivo “¡Bendito el día en que se selló la paz y la amistad y hagamos votos por que jamás se rompan!”
Obviamente, los medios en los que trabajaban mantuvieron sus derroteros ideológicos y empresariales, con enfrentamientos habituales, pero sí se produjo un acercamiento significativo entre los profesionales.

El Día de Cantabria y la Corrida de la Prensa

Como el resto de las asociaciones, sus principales fuentes de ingresos no podían ser las cuotas de las menguados emolumentos de sus socios y optaron por organizar fiestas, rifas y corridas de toros. Pronto se instauró La Corrida de la Prensa, que aún hoy continúa existiendo, y la Asociación de la Prensa de Santander puso en marcha el Día de Cantabria, una fiesta que desapareció tras la Guerra Civil y fue recuperada a mediados de los años 70 por el Ayuntamiento de Cabezón de la Sal, convirtiéndose en uno de los gérmenes de la autonomía.
Estrañi murió al poco tiempo de crearse la APC pero la Asociación consiguió consolidarse muy rápidamente, tanto que en 1922, siendo presidente José Segura, director de El Cantábrico, se atrevió a convocar en Santander a representantes de todas las asociaciones que habían ido surgiendo por el país para constituir la Federación de Asociaciones de Prensa de España (FAPE).
Aprovechando el tirón veraniego de Santander y la presencia de los Reyes, se celebró en la capital cántabra el acontecimiento gremial más importante de la historia de la prensa española del siglo XX, una asamblea en la que, por primera vez, todas las asociaciones surgidas en el país quedaban integradas en un mismo organismo que, desde entonces, ha defendido la profesión. Eso sí, en aquel acto fundacional de Santander no se pudo llegar a definir lo que es exactamente un periodista y cómo se llega a la profesión, pero casi cien años después, se mantienen las mismas dudas. También fue en Santander, 62 años después, cuando la FAPE optó por tirar la toalla en su batalla de que únicamente estuviesen inscritos en las asociaciones los licenciados en Periodismo y se rindió a la evidencia de que hay ejercientes con muy diversas procedencias.
El despligue de periodistas llegados a la ciudad hizo que la prensa nacional recogiera los actos con un gran realce y para los periódicos de Madrid fue memorable el discurso que Alfonso XIII improvisó ante los presentes, insistiéndoles en que pensasen también en el ámbito hispanoamericano. Tampoco cabe olvidar el que hizo el pensador Eugenio D’Ors, vicepresidente de la Asamblea (el presidente era el Rey), que lamentó con enorme melancolía el papel que había hecho la prensa en la reciente Guerra Mundial desuniendo a los pueblos, en lugar de acercarlos, por intereses que consideró más espúreos que patrióticos, y lo contrapuso con el papel de la Iglesia, que no se había plegado a los intereses de cada parte.
Los asambleistas llegados de todo el país aprovecharon para conocer la región (por entonces no había restricciones para entrar en la Cueva de Altamira) y se obsequiaron con una Corrida de la Prensa de las que hacen época, con la intervención de Ignacio Sánchez Mejías (el torero llorado por Lorca), que dio la alternativa a Gitanillo, además de Marcial Lalanda, Manuel García y Maera; y una función de gala en el Teatro Pereda, en las que obviamente estaba el todo Santander, que en aquellos veranos era tanto como decir el todo Madrid.
Fue un gran avance para la profesión aunque hay que reconocer que el periodismo no cambió por la presión de estas organizaciones gremiales sino por la aparición de periódicos auténticamente industriales, como ABC, El Debate o El Sol, con un modelo empresarial mucho más sólido, aunque cincuenta años antes ya había ensayado esta vía El Imparcial, de Gasset.

Aparece La Hoja del Lunes

En 1935 se producía otro hito, la aparición de la Hoja del Lunes de Santander, órgano de expresión de la Asociación y fuente de ingresos. Hay pocos precedentes profesionales de una fórmula parecida: Durante la semana, los periodistas eran trabajadores por cuenta ajena y un día a la semana eran empresarios de su propio periódico. Un sistema revolucionario que, les reportaba unos ingresos extra muy bien recibidos y que solo puede entenderse por la imposibilidad que tenían las empresas ya establecidas de sacar sus publicaciones los lunes, como consecuencia de una normativa impuesta a los periódicos en tiempos del dictador Primo de Rivera tras la que se conoció como ‘huelga de los poetas’ (en realidad, eran periodistas) que extendió la Ley del Descanso Dominical a periódicos y agencias.
Bajo esta fórmula cooperativa, los periodistas eran los únicos autorizados a romper el descanso semanal y podían rentabilizar un mercado que ese día quedaba exclusivamente para ellos. A lo largo de la semana, los lectores tenían muchas cabeceras entre las que escoger pero los lunes sólo podían elegir La Hoja.
Su redacción estaba formada únicamente por tres periodistas, incluido su director, José Simón Cabarga, que a lo largo de la semana acumulaban el material para el número del lunes siguiente. Tampoco necesitaba una imprenta propia, ya que se editaba en los talleres de El Diario Montañés.

Un buen negocio

La Hoja, de tamaño sábana, permitía un formato periodístico algo distinto, más reportajeado pero, sobre todo, era el periódico deportivo por antonomasia, ya que no había más jornada liguera que el domingo y no había otro lugar donde leer lo ocurrido en los partidos de fútbol que en las Hojas del Lunes. Eso generaba unos ingresos muy importantes y unos beneficios que trimestralmente se repartían entre los asociados que, de esta forma, rentabilizaban su propia cabecera semanal. Pero fue a mediados de los años 70, con la llegada de la democracia y el acceso a la dirección del periodista Juan González Bedoya cuando La Hoja, y su artículo semanal ‘Sin mala intención’ se convirtieron en la referencia periodística de una comunidad que no estaba acostumbrada al periodismo político crítico (hoy, esos artículos parecerían benevolentes) y en la que empezaba a surgir un movimiento regionalista de cierta importancia que no encontraba reflejo en otros medios.
En ese momento, la difusión fue máxima y el reparto de dividendos llegó a equivaler a un tercio del salario de los periodistas mejor pagados, aunque la Asociación mantuvo siempre una política financiera conservadora que le hizo reservar buena parte de los recursos para formar un patrimonio que aún hoy mantiene.

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