ALVARO FERNÁNDEZ DE VILLAVERDE, DUQUE DE SAN CARLOS Y DIPLOMÁTICO
De noble cuna, pudo pensar que lo tenía todo hecho. Pero, nada más lejos de la realidad. A costa de pasarse los veranos en Los Hornillos, Alvaro Fernández de Villaverde se convirtió en el número uno de su promoción.
Diplomático de 62 años, casado con Enriqueta Bosch y padre de un hijo que también estudia leyes, el duque de San Carlos rompe tópicos: Habla de vacas con la misma soltura que de los cuadros que tapizan el palacio y es capaz de conseguir que tomar el té de las cinco en un palacio inglés situado en mitad de Cantabria parezca de lo más natural.
Pregunta.– ¿Qué hace un diplomático perteneciente a la nobleza y aficionado al arte rodeado de vacas?
Alvaro Fernández de Villaverde–. Desde joven me encargaron administrar los bienes de mi familia y eso, unido a que me gustaba Cantabria, me llevó a buscar una vinculación con esta región que encontré en la ganadería. Cabe preguntarse qué tiene que ver el arte con el ganado pero el arte es vida y lo mismo puede encontrarse en un cuadro que en una vaca tudanca o en una braña del monte.
P.– Resulta chocante ver cómo las vacas pastan junto a edificios tan notables, ¿es que son un buen negocio?
R.– Cubren gastos y, sobre todo, sirven para justificar la existencia de la finca y de las personas que trabajan aquí. Es difícil que salgan los números en un proyecto de aprovechamiento de carne para su venta directa al matadero. Es un problema de mercado. En nuestro país, el precio de la carne no se corresponde con la calidad. Se paga igual la criada con piensos que la de estas vacas que viven en el campo y se alimentan de forma natural.
P.– Hace años que fijó su residencia en Madrid. ¿Son frecuentes sus visitas a Las Fraguas?
R.– Haber nacido en Londres me da ventaja para escoger el sitio del que me siento más próximo y eso es lo que he hecho con Cantabria a la que estoy unido, primero, por decisión propia y, después, por vinculación familiar. Mi bisabuelo materno, el duque de Santo Mauro era jefe de palacio de Alfonso XIII y construyó Los Hornillos cuando la familia real venía a veranear a Cantabria. Siempre he pasado aquí los veranos, con mi abuela, mientras mis padres, diplomáticos, estaban fuera. Además, en Cantabria tengo muchos y muy buenos amigos que trato de cultivar cuando vengo. Hay empresarios, personas del mundo de la cultura o de la política como Miguel Ángel Revilla, al que me une una auténtica amistad desde hace años. Nos conocimos mucho antes de que se convirtiera en presidente regional por nuestro común cariño a la vaca tudanca. De hecho, él apoyó mi proyecto ganadero.
P– Los Hornillos siempre ha gozado de popularidad, entre otras razones, por sus innegables similitudes con el Palacio de la Magdalena, pero ¿hay un antes y un después de ‘Los Otros’?
R–. Sin duda. Fue una sorpresa porque nunca pensé que una película pudiera ser tan importante para llegar al conocimiento general. Desde entonces, nos vemos invadidos de curiosos, pero estoy encantado de haberla relacionado con una buena película, aunque algún amigo –bromea– nos pregunte cómo podemos seguir durmiendo aquí. Siempre que no estemos utilizándola, y dentro de un nivel de profesionalidad, no tengo inconveniente en arrendarla para cine o publicidad (se han hecho anuncios de telas, coches o ropa de niños) porque para mantenerla hay que sacar dinero hasta de las piedras.
P–. Hasta hace unos meses no sólo tenía que cuidar de esta propiedad. También era el responsable de las propiedades de la Corona, como presidente del Patrimonio Nacional.
R–. Ha sido un gran privilegio cumplir durante ocho años con el encargo que me hicieron el Rey y el Gobierno de abrir al público esos maravillosos bienes culturales que fueron de la Corona y ahora son del Estado. Aunque he tenido trabajos muy bonitos, ha sido el más interesante de los que he desempeñado, por la cercanía del cargo a Sus Majestades y la inmensa riqueza de nuestro país en este terreno. Es una colección mucho mayor que la de otras coronas europeas, a excepción de la inglesa, y la doble utilización de los bienes por la Familia Real y por el público es muy acertada.
P.–Su lista de títulos nobiliarios es interminable: VI duque de San Carlos, marqués del Pozo Rubio y del Viso, comendador de la Orden de Isabel La Católica. ¿Eso imprime carácter?
R.– Tener o no un título no le ocupa a uno el tiempo y, en principio, no debería interferir, ni para bien ni para mal, en la vida de nadie. En la mía son importantes porque he dedicado mucho tiempo y esfuerzo a defenderlos como decano de la Diputación de la Grandeza de España. Prueba de que nuestro país es la única democracia moderna que los apoya es que hace unos días, a raíz de una discusión sobre si las mujeres podían o no heredarlos, ERC ha querido abolirlos y el 96% del Parlamento ha dicho que no.
P–. Su bisabuelo conocía bien a Alfonso XIII y usted a Don Juan Carlos. ¿Hay semejanzas?
R.– Ni somos de la misma generación ni es un amigo personal. Sólo soy un servidor de la Corona; directo en los últimos años y, desde lejos, siempre que el Rey me necesite. Tenemos la enorme suerte de tener un rey que se interesa mucho por cuidar la herencia que ha recibido de sus antepasados y siempre he contado con su apoyo para mejorar la gestión de los bienes del Patrimonio Nacional.
P.– ¿Se interesaron tanto por los preparativos de la boda del Príncipe de Asturias, en los que usted tuvo una participación muy directa?
R.– Desde Patrimonio Nacional cumplimos las instrucciones de la Casa Real sobre cuestiones relativas a la iglesia, el banquete o las recepciones. Creo que fue un gran éxito y a los que trabajamos allí nos dio mucho ánimo ver que tanto el Rey como la Reina o los Príncipes seguían de cerca los preparativos. De hecho, el Rey llegó a subirse al techo de la cubierta construida para el almuerzo como cualquier padre del novio. Y es que la Familia Real está muy integrada en la vida nacional y vive en la misma España que todos.
P.– Con su relevo hubo cierto revuelo. La versión del Gobierno fue que la institución necesitaba modernizarse. ¿Cuál es la suya?
R–. El presidente Aznar, a quien no tenía el gusto de conocer, me preguntó si quería ser presidente del Patrimonio Nacional y le dije: “con mucho gusto”. Cuando dejé el cargo habían transcurrido ocho años y ya no contaba con el apoyo gubernamental que había tenido hasta entonces. Quedarme en un puesto donde ese apoyo es indispensable no tiene sentido, así que al dimitir me adelanté a lo que probablemente hubiera sido el deseo del Gobierno de cesarme.
P.– Antes de eso, usted ha tenido una trayectoria profesional variada e intensa.
R.–Siempre me han gustado los viajes y los cambios. Es lo mejor de un diplomático, que hoy es cónsul en San Francisco y mañana consejero cultural en Vietnam. Es verdad que he variado mucho de trabajos. Mis primeros pasos los di en Naciones Unidas, cuando España tenía poco protagonismo en Europa y la ayuda al desarrollo no interesaba demasiado. Desde entonces, he tenido ocupaciones tan dispares como la de formar parte del comité directivo del Instituto Nacional de Hidrocarburos, una etapa en la que aprendí muchísimo.
P.– Por el camino ha estado vinculado a instituciones públicas y privadas, entre ellas el Banco Hispano Americano. Pero, por encima de todo, a la cultura…
R–. He participado en muchos proyectos artísticos, el más especial, la exposición sobre Velázquez que se celebró en 1990 en Madrid y que, para mí, marca un hito en el interés de los españoles por las grandes exposiciones. Por entonces se habló con asombro de las largas colas que se formaban en el Museo del Prado para verla. Hoy eso ya no sorprende, porque ha crecido el interés de los españoles por la cultura.
P.–¿Cuáles son ahora sus proyectos?
R–. Por lo pronto, estoy centrado en salvar la Casona y que sirva para crear trabajo. Uno no puede arruinarse por las piedras pero tampoco dejar que se caigan. Además, siempre estoy buscando una disculpa para venir a Cantabria.