El helado cántabro que conquista la Península

La heladería familiar Regma tiene 32 establecimientos repartidos por el país y alcanza los 160 empleados en la temporada alta

Cantabria tiene una gran tradición heladera y es una de las regiones que más helados consume de toda España, pero el gerente de Regma, Jaime Castanedo, reconoce que aún falta mucho recorrido para llegar a las ventas por habitante que se registran en Estados Unidos o en los países nórdicos. Regma es un buen ejemplo de cómo ha evolucionado el sector. Del local que Marcelino Castanedo abrió en 1933 en la calle Hernán Cortés de Santander ha pasado a 32 establecimientos, repartidos por la geografía nacional, y a unos 160 empleados en verano.


No se puede hablar de los helados cántabros sin referirse a la historia de Regma, una empresa tan familiar que la propia marca surgió de la fusión de Regina y Margarita, los nombres de las hermanas del fundador, Marcelino Castanedo. Ahora va por la tercera generación. Después de que su hijo Jesús heredase la dirección, ahora le toca a su nieto Jaime prolongar en el tiempo el éxito de la compañía.

Los cimientos se empezaron a levantar en 1933 cuando Castanedo adquirió una heladería regentada por unos italianos en la calle Hernán Cortés de Santander. La decisión no fue repentina pero tampoco premeditada. Marcelino conocía perfectamente el sector del frío industrial y aprovechó la puerta que dejaron abierta los anteriores dueños al marcharse de la ciudad.

‘La técnica de producción es igual a la de hace 50 años’

La empresa empezó con la maquinaria mínima imprescindible: Una cocina para hacer las mezclas, una heladora y una cámara frigorífica para conservar el producto.

En 1942, abrieron un obrador en la calle Amós de Escalante que permaneció activo casi cuatro décadas, hasta que en 1980 se unificaron ambos locales y se llevaron a Peñacastillo. Desde hace seis años, las oficinas y el obrador de Regma se encuentran en un edificio de Revilla de Camargo, junto a la carretera general.

Del primigenio puesto de helados, Regma ha pasado a tener 32 establecimientos, entre heladerías, confiterías y cafeterías. Aunque en los meses de temporada baja su plantilla es de alrededor de 90 trabajadores, en julio y agosto su personal se dispara hasta los 160 empleados, lo que indica el fuerte componente estacional que sigue teniendo el negocio.

Castanedo rechaza cordialmente que el crecimiento de Regma tenga algún secreto, salvo estar pendiente de hasta el más mínimo detalle. “Intentamos cuidar la ubicación de los puntos de venta, el precio del helado y su calidad”, dice.

Entre esos ingredientes del éxito también está el mantener un sabor artesanal y las generosas proporciones de las bolas que sirve en los helados más populares, los de cono. “El tamaño le da al cliente una buena relación calidad-precio”, reconoce.

La fuerza del destino

Aunque el negocio le venga de familia, la incursión de Jaime Castanedo en la empresa se produjo casi por casualidad. A los 24 años tenía varias ideas de lo que podría ser su futuro laboral y ninguna de ellas estaba vinculada al mundo del helado. “Tenía otras cosas entre manos”, recuerda.

Sin embargo, el mismo día en que hizo el último examen de la licenciatura de Económicas, quedó libre un puesto de trabajo en el departamento de administración de la empresa, al marcharse un empleado. Para no ejercer más presión sobre el chico, que estaba totalmente concentrado en el resultado de aquella prueba, su padre esperó a que la terminara para darle la noticia: debía incorporarse de inmediato a la empresa familiar.

La urgencia pesó más que las intenciones y que el ocio. “Había preparado un viaje, pero se alinearon las estrellas”, bromea Castanedo.

Desde su llegada, acompañó a su padre en las labores de dirección de la empresa, lo que no impidió que tuviese que atender en los puntos de venta cuando no había personal para hacerlo o implicarse en la elaboración del helado en el obrador cuando fue necesario.

A la izquierda, una dependienta de Regma prepara un helado. A la derecha, un empleado de Regma examina el proceso de elaboración de las tartas de queso que se preparan en sus confiterías.

Regma pasaba, poco a poco, de ser un negocio meramente santanderino a abrir heladerías fuera de la ciudad y en otras provincias, especialmente tras firmar varios convenios de colaboración, como el alcanzado en 2016 con la cadena de restauración Rodilla, especializada en sandwiches, que tiene una notable presencia en la península. El objetivo era distribuir los helados cántabros a través de más de cien locales de esta enseña repartidos por el país. “Somos dos empresas que encajamos bien y estamos contentos con la operación”, confiesa Castanedo.

Reconoce que para la evolución de su negocio ha sido de mucha ayuda que “Cantabria sea una región de mucho consumo de helado”. Eso no le impide precisar que las ventas por habitante está lejos de las cifras que se registran en EE UU o en los países nórdicos. “En España consumimos entre la mitad y una tercera parte de lo que consumen ellos” explica, y apunta un motivo: “Aquí asociamos el helado a una celebración, un día especial o un festivo. En esos países se consume como si fuese un yogur o unas natillas”.

El director de Regma se plantea por qué en España se han normalizado en pocos años nuevos hábitos culinarios, como la hamburguesa o la pizza, y en cambio no ha ocurrido lo mismo con el helado. Aunque admite que la compra en la calle dependa de la climatología, descarta que eso influya en el consumo hogareño. “El consumo del helado en casa no lo marca el sol, sino las costumbres de la gente”, sostiene.

La apuesta por lo clásico

Si hay algo constante en el mundo empresarial es el cambio. Las empresas deben ser capaces de sobreponerse a los nuevos retos, pero lo verdaderamente complicado es afrontarlos sin renunciar a su esencia.

Esa fidelidad a una filosofía ha llevado a Regma a mantener durante tres generaciones su apuesta decidida por los sabores clásicos: el chocolate, la nata y el mantecado. Y no parece que vaya a cambiar por el momento: “Yo podría hacer diez tipos de helados más, pero ¿cuál quitas?”, se pregunta Castanedo, no sin apuntar que “al cliente no le puedes quitar algo a lo que se ha acostumbrado”.

Si el sabor permanece, el método de elaboración también. Por mucho que haya cambiado el mundo en este tiempo, la técnica que aplican en los helados “es la misma de hace 50 años”, asegura.

Helados Miko: Una historia pasiega de éxito

La antigua fábrica de Miko en Francia, propiedad de la familia Ortiz, se ha transformado en un complejo de cines.

La modestísima economía de la Vega de Pas hizo que muchas de sus jóvenes salieran de temporeras a Madrid para ejercer de matronas y que los varones complementasen las tareas ganaderas con la venta ambulante de helados por el sur de Francia durante los veranos. Aquella aventura comercial de comienzos del siglo pasado dio lugar a algunas empresas y a que hoy se mantenga la fabricación de barquillos en el valle, pero no todo fueron historias de éxito.

Quien sí lo tuvo, y de una forma incontestable, fue Luis Ortiz, un vecino de San Pedro del Romeral, que como otros jóvenes de la época se fue a Francia en 1905 para dedicarse a la venta de helados. De aquel carrito de madera surgió Miko, que llegó a convertirse en una multinacional reconocida dentro y fuera de España.

Ortiz comenzó a vender los crujientes barquillos y los waffles (gofres) con helado. El depósito de los barquillos estaba coronado por una ruleta que, al ser girada por el comprador (casi siempre un niño), recorría los números dibujados a su alrededor. Dependiendo de en qué cifra se detuviera el mecanismo, el cliente se llevaba más o menos barquillos, aunque nadie se quedaba con las manos vacías.

Uno de los hijos del fundador de Miko, Jean Ortiz, vende un helado a una cliente subido en una pequeña camioneta en 1951.

Dado que la venta de helados era un trabajo de temporada y no quería volver a casa en otoño como sus paisanos, Ortiz se buscó un empleo en una fábrica de vidrio ubicada en Clichy, hasta que la I Guerra Mundial cambió por completo su vida.

En 1914, fue movilizado a los astilleros de Rochefort para colaborar en la fabricación de refrigeradores. Tras concluir el conflicto bélico, Luis decidió mudarse a Saint Dizier, una población del noreste de Francia donde retomó su actividad heladera.

Una vez instalados allí, la familia se equipó con carruajes para la venta de calle y más tarde con scooters, que ampliaban su zona de influencia. Los cinco hijos del empresario cántabro se implicaron al máximo en las ventas, primero con el carrito y luego con las motos.

Con el paso del tiempo, la innovación llegó a la fabricación de los helados. En 1930, se sustituyó la máquina de manivela por una turbina eléctrica y se pusieron en marcha unas instalaciones en frío donde se añadían conservantes al producto para que los clientes pudieran mantenerlo durante más tiempo en sus casas, ya que no había frigoríficos.

Una de las primeras fotos de la familia Ortiz con sus puestos callejeros de helados.

La ambición y la constancia llevó a la familia Ortiz a los ambigús de los cines franceses, donde encontró un sistema de venta muy efectivo, tanto para los helados como para los productos de confitería, que también empezaron a elaborar. Era un trabajo limitado a las tardes de los sábados y domingos pero tuvo tanto éxito que estos puntos de venta llegaron a representar la mitad del volumen de negocio de la empresa.

La familia ya vivía con cierta holgura cuando la II Guerra Mundial volvió a interrumpir su trayectoria. Tres de los hijos de Ortiz fueron llamados a filas. Uno de ellos, Jean, resultó detenido en Alemania y otro escapó antes de que le movilizaran.

Concluida la guerra, los hermanos se hicieron cargo del negocio con la ayuda de sus esposas, que participaron en la fabricación del helado, la venta y la administración. Las tropas militares estadounidenses estacionadas en Saint Dizier se convirtieron en sus principales clientes.

Las claves de la expansión

Maquinaria para la fabricación de los barquillos y los helados, recopilada en el Museo del Barquillero, de Santillana del Mar. Debajo, los carritos y los bidones con ruleta en los que se realizaba la venta ambulante.

Tres años antes de su muerte, en 1945, Luis Ortiz fundó una sociedad denominada Miko, el nombre de su fox terrier. Empezaba una nueva época porque el sector heladero pasaba poco después de la era artesanal a la industrial. Louis, uno de sus hijos, trajo de Estados Unidos una máquina capaz de elaborar 6.000 helados por hora y con esta línea de producción, los helados Miko comenzaron a venderse en toda Francia y, más tarde, fuera del país.

En esta época se incrementó de forma significativa el número de consumidores. Para responder a la creciente demanda y a sus nuevos gustos, la empresa optó por diversificar su catálogo de productos. Además del clásico ‘Miko’, lanzó al mercado los ‘Frutti’, ‘Pepito’, ‘Mikorama’, ‘Jolly Cone’ y ‘Grand Miko’.

Los Ortiz ampliaron su red de distribuidores y federaron a cien artesanos heladeros, admitiendo que creasen sus propias especialidades bajo la marca Miko.

Era un buen momento, pero el crecimiento del mercado atrajo a grandes competidores  extranjeros que decidieron invertir en Francia: la italiana Motta, la suiza Nestlé y la holandesa Unilever. En 1964, el grupo holandés se puso en contacto con la empresa pasiega con la intención de adquirirla. Curiosamente, sucedió lo contrario. La familia Ortiz junto a varios amigos y comerciantes reunieron el capital suficiente para comprarle la marca Delico a Unilever.

La compra por Nestlé

En los 60, la llegada del congelador desestacionalizó la actividad del sector, al conseguir que los helados pudieran consumirse en cualquier temporada.

El crecimiento exponencial era ya una realidad y la familia Ortiz no concebía detenerse ni para impulsarse. A mediados de los 70, su facturación rondaba los 160 millones de francos y la plantilla ascendía a 1.100 personas.

Una de las furgonetas Renault Isotherme de Miko en los años 50.

Por entonces, un grupo de empresarios vascos, liderado por Juan Alcorta, fundador de la aceitera Koipe, puso en marcha en España una marca de helados con el mismo nombre. Miko no solo no se opuso, sino que logró tener presencia en el accionariado. Sin embargo, con el transcurso del tiempo ambas marcas dejaron de tener relaciones económicas.

En Francia, Unilever finalmente se hizo con Miko y dos filiales, que producían 78 millones de litros anuales, y en España, Nestlé compró la entidad vasca (la Miko española). 

El sector empezó un proceso de concentración muy rápido. En el 2004, Nestlé aglutinó bajo su matriz las marcas que había ido adquiriendo: Camy y las españolas Avidesa y Miko, y dio carpetazo a sus marcas, aunque algunos de los productos lanzados por Miko siguen comercializándose a día de hoy, incluso con su denominación comercial.

Ahora, la antigua fábrica de Saint Dizier no alberga ninguna actividad heladera, pero en cierto modo vuelve a sus orígenes, ya que el edificio se ha transformado en un complejo de salas de cine.

David Pérez                  

 

 

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