La corrupción empieza a tener precio en todo el mundo

Por Alberto Ibáñez

Los periodistas, además de contar la verdad, tenemos la obligación de decidir qué es noticia. Los políticos, si gobiernan, tiene la posibilidad de redactar a su gusto el Boletín Oficial, que no es poco, pero no son ellos quienes deciden lo que se publica (aunque a veces lo crean) ni con que importancia tipográfica o audiovisual. Esa selección es compleja, aunque algunos medios lo resuelvan con mucha facilidad: puesto que son centenares las noticias que llegan cada día, tiro a la papelera aquellas que no convienen a mi línea editorial y me recreo con las otras, las que hacen relamerse a mi clientela. Una estrategia que resulta más frecuente desde que el terreno de juego es internet, donde todo el mundo puede verlo casi todo sin pagar y, por tanto, para convencerles de que escojan esa página, se adereza con la complacencia hacia su forma de pensar (el cliente siempre tiene la razón) y toneladas de morbo, a veces donde no había ni un gramo.

Esta deriva de los medios informativos nos lleva a pensar que el mundo está peor que nunca cuando (al menos hasta la pandemia) estaba mejor que nunca. De hecho, ya lo estamos añorando. La prueba del algodón es que, por primera vez en la historia, hay controles sociales relativamente efectivos y cada vez resulta más difícil soslayar la acción de la justicia, aunque se sea el rey de España.

Eso, que solo solía ocurrir en Europa, EE UU y pocos lugares más del globo, empieza a ser moneda común en muchos otros países, porque cada vez resulta más compleja la ocultación. ¿De verdad se siente seguro alguien que hoy tenga una cuenta opaca en Suiza, a la vista de la facilidad con que ha aflorado la del rey emérito?

Los sobornos de la constructora Odebrecht ya han tumbado a la clase dirigente de once países latinoamericanos

Suiza ya no es el paraíso del secretismo, y los países iberoamericanos han dejado de ser el lugar donde el soborno era una forma más de hacer política. En los últimos años las donaciones hechas por la constructora Odebrecht (que probablemente sea una sola de muchas que actúan así), han hecho caer o tambalearse seriamente nada menos que once gobiernos de la zona. La constructora brasileña corrompió (si no lo estaban ya previamente por otras muchas dádivas) a más de mil funcionarios y ya han pasado por los juzgados o lo harán cientos de presidentes, ministros y altos cargos de todo el continente.

El tsunami que empezó en Brasil, y provocó la caída del Gobierno de Dilma Roseff y llevó a la cárcel al presidente Lula Da Silva, siguió por Perú, donde acabó con la vida política de los presidentes Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Ollanta Humala.  Otro expresidente, Alan García, directamente se pegó un tiro al ser imputado.

En Colombia, las sospechas de soborno por parte de la constructora dejaron maltrechos a los expresidentes Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe y en Panamá a otro ex, Ricardo Martinelli. Todavía no se sabe lo que pasará en Argentina, República Dominicana y Ecuador, donde las investigaciones continúan, y, por el momento, quedaba al margen México. Esta aparente anomalía en un terreno tan bien abonado en el país azteca como el del soborno, ya ha dejado de serlo. El exjefe de la petrolera mexicana Pemex, Emilio Lozoya, acaba de implicar en el caso a prácticamente toda la clase política del último siglo. Expresidentes, sus rivales a la candidatura (la oposición también entraba en el reparto, al parecer), los ministros más prestigiosos, senadores, diputados y gobernadores del PRI y del PAN, los dos partidos que han gobernado el país durante los últimos 90 años. La declaración ante el fiscal de Lozoya no han dejado títere con cabeza, salvo al actual presidente, al menos por el momento. Unos vídeos en los que se ve la entrega de maletas de dinero a personajes de la vida pública, han puesto patas arriba la política anterior, lo que López Obrador habrá recibido con regocijo, y si no lo ha expresado de una forma más nítida quizá sea porque en las grabaciones también se ve recogiendo dinero a uno de sus hermanos.

Ni es el primer escándalo en una zona donde ha habido tantos que resultan incontables, ni será el último, pero es el primero que se lleva por delante tantos gobiernos y el prestigio de muchos otros que pasaron por él. Con los acontecimientos que se agolpan por encontrar un hueco en las páginas de los periódicos, este tsunami de la política iberoamericana está pasando bastante desapercibido en Europa, incluso en España, donde los medios deberían mostrar más interés por la región (y no solo por Vanezuela), y demuestra lo mucho que están cambiando las cosas en todas partes.

No es que haya más corrupción que nunca, es que ahora se sabe e, incluso, se juzga.

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