Editorial

Los chinos acaban de comprar la división de alternadores y motores de arranque de Robert Bosch en unos 600 millones de euros, y tenemos que dar las gracias de que así se asegure el futuro de una de las principales fábricas de la región. Bosch fue un obrero alemán con ideas muy progresistas que montó un imperio industrial cuyo paraguas permitió para salvar, a finales del siglo XX, tres factorías vitales para Cantabria: la antigua Corcho, la fabrica de frenos de San Felices de Buelna y la planta de FEMSA en Treto. El acorazado alemán las dio fortaleza, una marca de calidad, un mercado mundial y eficiencia. Bosch ha sido, y sigue siendo, uno de los mejores aliados que ha tenido la región. Aún en estos dos últimos años ha creado cerca de trescientos empleos en la planta de Treto, más que todas las nuevas implantaciones industriales juntas. Pero la Fundación que maneja el legado del sindicalista alemán también tiene sus estrategias, y los motores de arranque son productos demasiado maduros para una firma que quiere estar en sectores más innovadores y con más valor añadido.

Quienes van a sacarle partido son, curiosamente, los chinos, que aportan un mercado inmenso, de forma que compensarán los rendimientos decrecientes con una mayor dimensión del negocio. Y quizá ese sea el secreto de la nueva economía: el fabricante es subsidiario de quien tiene el mercado, y el ejemplo nacional más claro es el de Mercadona.
Los chinos ya no son los de la hucha de loza, ni siquiera los de los bazares, que están cerrando al constatar que los españoles hacemos ya de chinos, utilizando su escala de precios y sus proveedores. Ahora son los que compran nuestras industrias, aunque por el momento prefieran no dar la cara. Ellos adquirieron EdP, que nos suministra el gas (ahora esta división acaba de revenderse) y la electricidad; se han quedado con la división de medio ambiente de Urbaser, que controla la planta de basuras de Meruelo; también ha pasado a ser suya la conservera Albo y hasta han hecho ofertas por los negocios de Villar Mir. No se les ve, pero están ahí, y no precisamente en las tiendas de barrio ni en los casinos.

Tenemos que prepararnos para esta nueva realidad. No son las industrias cántabras las que se van a asentar en China para captar aquel gigantesco mercado, como suponíamos hace solo una década, sino que son las empresas chinas las que vienen a por el nuestro. Traen una fortísima base de capital y quizá no sean tan eficientes como se mitifica, pero han sabido evolucionar. Ya no necesitan imitar. Pueden hacerlo todo por sí mismos y sólo necesitan un poco de tiempo para que sus marcas adquieran el prestigio que ahora no tienen. En ese momento ya no habrá ningún obstáculo para una implantación masiva, y sus productos pueden llegar a ser tan hegemónicos como lo son desde hace medio siglo los de las multinacionales norteamericanas, una prueba de ello está en el avión comercial que va a competir con los Boeing y Airbus a mitad de precio.
La geopolítica que tanto preocupaba a Occidente mientras el mundo estaba partido en dos bloques, ha sido sustituida por la geoeconomía, a la que nadie parece dar importancia. Pero vaya si la tiene. Por lo pronto, hagámonos a la idea de que nuestro futuro jefe será chino.

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