Doctorados sin tesis

La rabia social, que derriba cada día un ídolo, incluidos los recién creados, es un síntoma manifiesto de que algo no marcha bien. Cuando la economía está exultante, el dinero fluye y llega, antes o después, a todas las capas sociales, y eso serena los espíritus. Las preocupaciones de la ciudadanía están más en lo que se va a comprar o en sus expectativas personales que en el Gobierno. Cuando las cosas van mal, se piensa en cómo pagar lo comprado y en cómo llegar a fin de mes, y entonces sí que el Gobierno está muy presente, porque se le considera origen de todos los males e incapaz de encontrar soluciones.

Seguimos en esa fase y todo lo que tenga que ver con el Gobierno es sobredimensionado hasta la desmesura. Si no queda del todo claro que una tesis doctoral está copiada, se arremete contra su calidad, pero el problema no es que la tesis del presidente del Gobierno no aporte nada nuevo, porque al fin y al cabo eso no va a influir en su gestión. Lo relevante es que la inmensa mayoría de las tesis doctorales no aportan nada. Son una mera recolección de teorías y publicaciones anteriores, que apenas se aventuran en nuevos caminos, porque lo realmente importante es no arriesgar. Un humilde doctorando no va a atreverse a rebatir lo publicado por un eminente catedrático, por mucho que discrepe de él, y así nos encontramos que en pleno siglo XXI, cuando basta darle al botón de un ordenador para tener compilada toda la información que necesitemos sobre cualquier tema, seguimos haciendo esos ejercicios universitarios vacíos, en los que, paradójicamente, no se defiende ninguna tesis. Las conclusiones –las de Sánchez son un buen ejemplo– son de una absoluta vacuidad, que dejan perfectamente claro lo innecesario de perder el tiempo leyendo las 350 páginas anteriores. Pero, no nos engañemos, ese es el patrón general: un 10% de novedad (a lo sumo), un 40% de recopilación y otro 50% de peloteo a los autores reconocidos, a los que hay que citar muy abundantemente para llenar páginas y poder añadir una inmensa bibliografía.

Si las tesis doctorales son una muestra del espíritu investigador de la universidad española, hay que poner muy en duda la creatividad innovadora de la institución. Y si esas inmensas compilaciones de páginas que nunca llegan a ninguna conclusión relevante indican cómo serán los futuros profesores, hay que temer que aburran solemnemente a sus alumnos, porque en el siglo XXI o se va al grano rápidamente o la gente tiene muchas mejores cosas que hacer, incluidos los colegas profesorales para los que presuntamente se escriben estas tesis, que no para el avance de la ciencia, y una muestra muy evidente es que muchas de ellas ni siquiera puedan consultarse.

La vacuidad de muchas tesis, y no solo la del presidente, hace que ni siquiera defiendan una posición propia

Uno de los textos más divertidos de Cervantes es el preámbulo del Quijote, del que nadie habla. En él pone en solfa a todos los autores de teatro y de novelas de caballerías de la época por sus excesos de erudición. Estaba de moda incluir en los textos teatrales numerosas referencias a los clásicos y en los libros caballerescos citas con una inmensa bibliografía de respaldo, para tratar de demostrar que tal caballero (por supuesto, inventado) o determinado monstruo están perfectamente acreditados, puesto que han sido citados por otros muchos autores de novelas igual de fantásticas. Y esa cita sobre cita que hacen estos autores, no se sabe muy bien si para darse más importancia o para reforzar la sugestión de veracidad ante el lector, acaba por crear una verdad paralela. A Don Quijote, por ejemplo, tantas citas de autoridad de autores con nombres fastuosamente rebuscados le parecen irrefutables. Cervantes, como relator, en cambio, propone burlonamente que los autores tan hondamente ilustrados se pongan de acuerdo para elaborar un catálogo bibliográfico único, de la A a la Z, lo que les permitiría citar cómodamente a todos a la menor oportunidad.

Escribir sobre lo ya escrito es una tautología y en la mayor parte de los casos, absolutamente innecesario. Los médicos, que acostumbran a hacer ponencias de quince minutos o poco más, tienen mucho que enseñar en este terreno y también con sus tesis, que van directamente al meollo: o se tiene algo nuevo que decir o no se tiene.

A este mal, que ya es endémico en España, se le une otra circunstancia reciente. En los últimos años se han creado cientos de carreras nuevas en Universidades de toda la vida o muy recientes y el organismo de acreditación exige, para darles vía libre, que en todas ellas haya un porcentaje mínimo de doctores, por lo que ellas mismas han propiciado que se multipliquen el número de doctorandos y que se presenten las tesis a uña de caballo.

En esta vieja España que durante siglos no se sacudió el polvo, en otras ocasiones queremos ir demasiado rápido. Pero no saquemos la conclusión de que solo en nuestro país se cuecen estas habas. En Alemania, que se suele poner de ejemplo de muchas cosas, cuando una web empezó a someter las tesis doctorales de los prohombres del país al filtro anticopia, una ministra tuvo que dimitir y muchos relevantes personajes y hombres de empresa quitaron discretamente de sus tarjetas de visita el tratamiento de Doctor, algo que para cualquier germano supone un reconocimiento social superior, incluso, al de haber triunfado en los negocios o en la política.

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