Cómo quedarse sin clientes

Muchos piensan que la voracidad del capitalismo en genérico (las grandes corporaciones, los ricos…) es infinita y se apropiarán de toda la riqueza del mundo en poco tiempo. En realidad, si ocurriese así sería la ruina del propio sistema capitalista, porque al hacernos pobres a todos los demás estas empresas ya no podrían vender ni un lápiz. Regresar a la sociedad feudal, con unos poquísimos privilegiados y el resto en una economía de mera supervivencia no resulta muy sugestivo ni siquiera para los teóricos ganadores, porque, como ocurrió tras colapsar el Imperio Romano, dejaría de avanzar la ciencia, la cultura y la medicina, algo que los ricos también necesitan.

El capitalismo necesita que haya dinero en el mercado; cuanto más, mejor, porque así habrá muchos compradores. Por eso resulta especialmente oportuna la advertencia que le ha hecho a las eléctricas el director de la Asociación de Empresas Grandes Consumidoras de Energía en Santander: “Si no aceptan ganar menos, tendremos que cerrar, y se quedarán sin sus principales clientes”. Mas obvio, imposible.

Arruinar a quien es tu cliente es una estupidez, porque el acero o las ferroaleaciones se seguirán fabricando, pero en otros países, y serán otros los que les vendan la energía.

‘Si las eléctricas no aceptan ganar menos, se quedarán sin sus principales clientes, porque les habrán forzado a cerrar’

La gran industria electrointensiva española factura al año 20.000 millones de euros y el 60% de su producción se vende en el extranjero, donde se trabaja con costes eléctricos menores. Con respecto a Francia y Alemania, nuestros competidores más directos, han sufrido tradicionalmente una diferencia de entre 20 y 30 euros por megavatio, pero ese escalón ha crecido significativamente en los últimos tiempos. A todos los países les está penalizando muy severamente el incremento del precio del gas (salvo a los productores, claro) y la especulación salvaje que vive el mercado de derechos de emisión de CO2, pero no en todos ha subido de una forma tan radical el precio de la energía eléctrica que pagan estas empresas. Mientras que en marzo el coste medio del suministro para la gran industria española era de 45 euros por MW/h, en octubre pagaban 125. En Francia, donde seguía vigente el contrato de suministro firmado con las nucleares, continuaban pagando 41 euros y en Alemania el promedio era de 87 euros. Es cierto que en ambos casos se dan circunstancias muy específicas: el modelo francés de generación se basa en las centrales nucleares, que aportan el grueso de la energía eléctrica consumida en el país, y el alemán en el carbón, porque siendo un gran productor, no pude lanzarse a un rápido proceso de descarbonización sin causar un grave problema social.

Es muy difícil competir con semejantes diferencias cuando se trata de un factor tan sustancial en los costes de estas industrias, hasta el punto que en alguna de ellas ha llegado a representar en las últimas semanas el 80% de todos sus gastos. En Solvay, por ejemplo, a pesar de contar con  cogeneración y derechos de emisión para más de 715.000 toneladas de CO2 al año, la factura eléctrica de septiembre le supuso tres millones de euros más de lo presupuestado para ese mes.

El fortísimo crecimiento de las renovables no ha impedido que España siga siendo muy dependiente de los combustibles fósiles importados, y eso es algo que las empresas eléctricas no pueden resolver a corto plazo, pero sí pueden aplazar los cierres de las centrales térmicas de carbón, a las que han dado el carpetazo de la noche a la mañana después de haber invertido cantidades ingentes en modernizarlas y reducir sus emisiones. También pueden ampliar las horas de funcionamiento de los pocos grupos térmicos que mantienen activos para evitarnos a todos que sea el gas (ahora carísimo) el que marque el último precio en la subasta eléctrica, con el que luego se remunera a todos los demás (saltos de agua, eólica, solar, nuclear…), aunque tengan unos costes operativos muy inferiores.

Las eléctricas pueden mantener este juego durante algún tiempo, porque les resulta muy rentable, pero si siguen tirando del hilo se quedarán sin sus principales clientes. Los consumidores domésticos no tenemos más remedio que seguir pagando lo que nos pidan, pero las fábricas cerrarán y sobrarán muchas de las centrales de generación existentes, por falta de clientes. Un mal negocio, se mire por donde se mire.

Si el sector no es capaz de entenderlo, no habrá más solución que regular el mercado. Es curioso que sean los propios empresarios (las fábricas, en este caso) quienes pidan este intervencionismo, pero no quedará otro remedio. El Gobierno ya ha tomado medidas (el director del lobby industrial reconocía que, aún siendo muy insuficientes, han evitado que el megavatio superase en octubre los 300 euros) y habrá que evitar que los derechos de emisión queden en manos de los especuladores financieros, que han colaborado a la tormenta perfecta de la electricidad, al disparar el valor de estos derechos desde los poco más de veinte euros por tonelada que costaban en primavera a más de 60, lo que en el caso concreto de Solvay (que acude a ese mercado para poder producir más carbonato) supone otro añadido de unos 700.000 euros.

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