Editorial
El malestar por lo ocurrido en la CEOE cántabra con las contrataciones probablemente sea exagerado porque, al fin y al cabo, la patronal es un club privado, y la necesidad social de un justiciero, en este caso Yves Díaz de Villegas, indica que el hartazgo es mayor que nunca. Y es curioso, porque la corrupción no es mayor que en otras épocas. La diferencia está en la existencia de Internet. Algunas cosas se han acabado para siempre y una de ellas es la de esquinar al ciudadano, como hacían los reyes del absolutismo con desparpajo y como hacen las democracias con bastante más disimulo. Antes o después se sabe todo. Y cuando no se sabe, como dice el Rey, se inventa, pero el efecto es parecido.
Si los políticos estuvieran mejor asesorados, se dejarían de estúpidos mensajes en sus twitter con los que intentan parecer modernos ante una juventud que directamente pasa de ellos y empezarían a pensar en cómo volver a la botella el champán que está saliendo a toda presión después de descorchado. Con un presidente del Gobierno cuya cota de confianza pública es ínfima y un jefe de la oposición que tiene unos índices de confianza aún menores, da la sensación de que la política no encuentra la forma de satisfacer al personal y que el elector vota a los que se presentan porque no encuentra nada mejor. Pero en estas condiciones, y con un mar de fondo como el que agitan las nuevas tecnologías, pueden aparecer personajes o soluciones imprevisibles. Y como lo imprevisible en una sociedad tan estructurada como la occidental no suele ser nunca bueno, es mejor que quienes están al frente de la política y de las organizaciones sociales empiecen a pensar en qué están fallando antes de que ese viento de la historia que ha empezado a soplar por Internet se los lleve por delante, sin tiempo siquiera de instalar la veleta que les permita saber por dónde viene.
Gobernar no es ser popular, ni siquiera es tratar de hacer muchas cosas. Tampoco es como gestionar una gran empresa, porque Ruiz Mateos creó un partido contratando gerentes regionales como el que ficha futbolistas y ya vimos el resultado. Es saber interpretar las tendencias sociales. Aznar fue derribado con mensajes de teléfono y de poco le sirvió dejar un país en plena euforia económica porque no pudo imponer su candidato. Zapatero ha conseguido dinamitar la complicidad social que le aupó al cargo después de una concienzuda política de desorientación. Revilla, el más intuitivo de todos, ha conseguido navegar en esta nueva era sin la menor idea de las nuevas tecnologías y Gorostiaga parece aferrada a una idea paternalista del poder que solo produce aliados temporales –y mientras duren las subvenciones– pero no votantes. El manual de instrucciones para manejarse en este nuevo mundo está por escribir, pero ya empezamos a percibir que la mayoría no seremos reciclables.