De la construcción a la rehabilitación

Los arquitectos son una víctima más del salto al vacío de la construcción. El año pasado se visaron en Cantabria 2.946 viviendas, una tercera parte de las cerca de 9.000 registradas en los dos años anteriores. La superficie construida en 2008, 986.000 metros cuadrados, se redujo a la mitad y no se salva ningún tipo de vivienda, ni siquiera las de protección oficial (618), que también se quedaron en la mitad que el año precedente.
Que las circunstancias no sean favorables no significa que no sea momento de celebrar, y el Colegio cántabro de Arquitectos tiene motivos para hacerlo al cumplir sus primeros veinticinco años. El principal, el de rendir tributo a la labor de los profesionales que vienen aportando sus propuestas, tradicionales o vanguardistas, a la estética de la comunidad.
A todos ellos va destinada la nueva sede de 1.100 m2 que el Colegio acaba de inaugurar en la santanderina calle Los Aguayos, en el Río de la Pila, un espacio concebido para la organización de exposiciones y otros eventos. No dejará de utilizar las oficinas que ha ocupado hasta ahora en la calle San José, una obra realizada en 1959 por Ricardo Lorenzo, pero las nuevas instalaciones servirán para aproximar al publico la labor de los arquitectos.
El vigésimo quinto aniversario del Colegio se ha cumplido el año pasado, puesto que la institución se fundó en el año 1983, tras su segregación del Colegio madrileño. Pero los actos conmemorativos se han extendido al 2009 y, de hecho, resta por celebrarse un ciclo de conferencias bajo el epígrafe ‘25 años después’ por el que van a pasar arquitectos que constituyen un referente intelectual para la profesión, como el vallisoletano Alberto Campo Baeza, Carlos Ferrater i Lambari, Víctor López Cotelo, Joseph Llinás i Carmona, Rafael Moneo o el santanderino Juan Navarro Baldeweg.

Oportunidades

El esfuerzo de los arquitectos de la región por recuperar obras del patrimonio urbano, rural e incluso industrial juega un papel importante en el fomento de la cultura de rehabilitación que poco a poco va calando en Cantabria.
El Colegio de Arquitectos ha sido el primero en dar ejemplo al emplazar su nueva sede en el degradado barrio de Entrehuertas, situado entre el Río de la Pila y la calle San Simón. No es la única iniciativa dirigida a recuperar espacios de la capital ya que, fruto de un convenio con el Ayuntamiento de Santander, los colegiados tratarán de encontrar ideas para dinamizar otros espacios urbanos infrautilizados.
Son muchos los profesionales que, en mayor o menor medida, trabajan para recuperar edificios emblemáticos de la región. El arquitecto Ignacio Pereda, que ha rehabilitado su propia vivienda familiar respetando el carácter de las casas típicas del Este de Gales y del vecino Palacio de la Magdalena, reivindica el valor de inmuebles construidos en el siglo XX que hoy en día pasan desapercibidos.
A falta de obra nueva, los proyectos de rehabilitación también son una de las pocas oportunidades de negocio que brindan los nuevos tiempos. Aunque, hay otras, como la de avanzar en el diseño de edificios eficientes desde el punto de vista energético y la de rehacer la gestión de los propios estudios de arquitectura, ahora que tienen más tiempo para formarse e innovar.
Cada edificio es un invento, decía el arquitecto suizo Zumthon, de modo que otro de los colegiados, Luis Pérez, insiste en que nadie puede pedir que se hagan obras arquitectónicas interesantes o novedosas que no impliquen cierto riesgo. La investigación en materiales, que trata de aprovechar todo su ciclo de vida, incluido su reciclado, o en nuevos conceptos arquitectónicos constituyen las herramientas de trabajo de muchos estudios cántabros.
El optimismo es importante, pero no oculta los problemas de fondo que preocupan al colectivo. Entre ellos, la falta de coordinación entre los diferentes organismos públicos que participan en el proceso urbanístico y constructivo y que exigen una relación interminable de informes de todo tipo (ruido, impacto, carreteras, costas, tendidos, saneamientos…), que pueden llegar a resultar contradictorios.
Lo que esperan para el futuro es que se establezcan cauces de comunicación más estrechos entre los equipos redactores, los ayuntamientos y la Comisión de Urbanismo; que se remuneren los trabajos en función de la complejidad que implica redactar un planeamiento urbanístico, y que se reduzca la fiscalidad del proceso constructivo para incentivar su recuperación.

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