Florencio Gómez Cuétara, el padre de las galletas más populares

Con cien años cumplidos ha muerto el cofundador de Galletas Cuétara, Florencio Gómez Cuétara, que con su hermano Juan hicieron las Américas en España, dado que fue a su vuelta cuando crearon uno de los grandes grupos alimentarios del país. Nada menos que seis de los ocho hermanos Gómez Cuétara abandonaron Liébana para probar suerte en México, donde comenzaron a trabajar en la tienda de abarrotes (ultramarinos) de un familiar que, tras participar en la guerra de Cuba como capitán, optó por quedarse en México.

Como hicieron otros muchos, tras esa primera experiencia, los hijos del maestro de Bejes se independizaron para crear su propia tienda. Isaac y Florencio, más emprendedores, crearon, a su vez, otro negocio independiente, y dieron un paso más, al fundar la fábrica de pasta La Espiga, para abastecerse. Eran los años de la Gran Depresión norteamericana, que influyó en la economía de sus vecinos del sur. Uno de los afectados fue la fábrica galletera Gamesa, el primer productor mexicano de la época, que se vio obligada a abandonar un proyecto de ampliación. Gamesa optó por liquidar la maquinaria que no llegó a utilizar y la adquirieron los hermanos Gómez Cuétara.

A pesar de las duras condiciones de la época, el negocio compuesto por la fábrica y la tienda comenzó a prosperar y volvió a reunir a cuatro de los seis hermanos. El fallecimiento prematuro de uno de ellos –Raimundo– y el regreso a España de Isaac dejaron al frente del negocio familiar a Juan y a Florencio, cuya vinculación con Cantabria se reforzó con su matrimonio en México con las también hermanas Concepción y Pilar Fernández Bravo, nacidas en Estados Unidos, pero descendientes de lebaniegos.
Una de las decisiones más difíciles de interpretar es el retorno a España. A pesar de los años transcurridos desde su salida del país y de la floreciente aunque sacrificada marcha del negocio, Florencio Gómez Cuétara decide regresar a la tierra natal. Llega al puerto de Santander en 1945 con diez familiares. Un año más tarde lo haría su hermano Juan.

Sin materia prima

Crear una fábrica de galletas en la España de la época, que apenas tenía harina y la poca existente estaba contingentada, no resultaba sencillo. Los Gómez Cuétara abrieron una primera instalación galletera en Reinosa y otra de caramelos en Peñacastillo, pero las circunstancias bloqueaban cualquier expansión. Para conseguir la escasísima materia prima tuvieron que recurrir a comprar una panadería de Málaga y canjear sus cupos de harina y de remolacha azucarera. No era mucho, pero aquello permitió abrir una auténtica fábrica en Reinosa, un emplazamiento elegido por su proximidad a las zonas cerealeras castellanas.

La fábrica empezó a levantarse en 1949 y fue inaugurada en 1951, cuando se incorporaban al negocio los primeros miembros de la segunda generación de la familia. La planta ya contaba con una amasadora, cinta transportadora y un sistema de precintado, pero las restricciones de un país que doce años después de acabada la guerra seguía desabastecido de todo, apenas permitían producir mil toneladas al año. Una actividad insuficiente para rentabilizarla, y que obligó durante algún tiempo a transferir recursos de los negocios de México.

A medida que iba creciendo la producción cerealera, y a pesar de la fuerte competencia de las industrias galleteras de Aguilar de Campoo y del País Vasco, el negocio de los Gómez Cuétara se expansionó con fuerza. En 1961 levantaron un segunda fábrica en Jaén, para atender con mayor eficacia los mercados andaluz, manchego y levantino.

Las galletas Cuétara se convirtieron en una enseña nacional y el éxito había hecho de la popular maría el sinónimo de galleta para desayuno. Apoyada por los primeros spots de la televisión del blanco y negro, modesta e ingenua, pero con audiencias multimillonarias, dieron a la marca una notoriedad que probablemente no haya alcanzado nadie más tarde, y el espectacular crecimiento de las ventas en la España del desarrollo fue respondido por los hermanos Gómez Cuétara con una política de crecimiento a ultranza. La familia decidió no repartir beneficios y dedicar los recursos propios que generaba el negocio a la apertura de nuevas fábricas. Así nacieron otras seis a lo largo de todo el territorio nacional, ubicadas en Valencia, Dos Hermanas (Sevilla), Granollers (Barcelona), Murcia, Santiago de Compostela y Torrejón de Ardoz (Madrid), que más tarde serían reestructuradas. Al tiempo que se opta por el cierre de la fábrica de caramelos de Peñacastillo, para concentrarse únicamente en las galletas, Cuétara construye la gran fábrica de Villarejo de Salvanés (Madrid) y reconvierte en centros comerciales las factorías de Granollers, Santiago, Dos Hermanas y Murcia.
A finales de los años 60, Cuétara producía alrededor de 30.000 toneladas de galletas al año, con una gama muy amplia que facilitaba la penetración en varios segmentos y una red de ventas en todas la provincias. La cima de la empresa, no obstante, se alcanzaría en 1981, con una cuota de mercado del 26%, lo que por entonces suponía una producción de 50.000 toneladas.

Un mercado más difícil

La llegada de la grandes multinacionales al mercado español, a través de sonoras adquisiciones, y un cambio en los gustos de los consumidores hicieron más difícil a partir de entonces la evolución de la empresa. Por otra parte, la familia Gómez Cuétara se había multiplicado extraordinariamente en tercera generación. Cada uno de los fundadores tuvo una decena de hijos, y varias docenas de nietos comenzaban a tener capacidad de decisión.

Desde comienzos de la década de los 90, los propietarios optaron por buscar profesionales ajenos a la familia para hacerse cargo de la dirección y evitar de esta manera las tensiones, pero los sucesivos directores generales no siempre consiguieron sus objetivos en un mercado muy endurecido por la irrupción de las grandes cadenas comerciales y la creciente importancia de las centrales de compras, que han ido adueñándose de los canales de distribución.

La compra de Fontaneda por Nabisco hizo perder a Cuétara el primer puesto del ranking nacional, pero la empresa cántabra lograría preservar una cuota del 18% hasta finales de la centuria, con producciones cercanas a las 65.000 toneladas y una facturación de casi 25.000 millones de pesetas. Las dificultades crecientes para mantener estos ratios crearon disensiones en el interior de la extensa familia, donde la rama de Juan y la de Florencio comenzaron a apostar por soluciones diferentes y las tensiones se reflejaron en la contratación de cuatro directores generales en apenas seis años.

Con el paso del tiempo, creció el número de descendientes partidarios de aprovechar alguna de las numerosas ofertas de compra que recibían por parte de empresas ya instaladas que ambicionaban la cuota de Cuétara, o de multinacionales que querían entrar en el mercado español. A comienzos del año 2000, la empresa que durante cuatro décadas había sido líder del sector galletero español era vendida en 22.000 millones de pesetas al grupo arrocero Sos Arana.

En ese momento, la compañía fundada por Florencio y Juan Gómez Cuétara facturaba –junto a su filial portuguesa Bogal– 21.000 millones de pesetas, y tenía un beneficio de 1.300. En sus cinco fábricas trabajaban 975 empleados y la planta matriz de Reinosa hacía algún tiempo que había dejado los honores de cabecera de grupo a la fábrica madrileña de Villarejo de Salvanés, situada en medio de los enormes campos cerealeros manchegos.

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