Fernando Cervigón: un biorreactor para capturar y transformar el CO2

El madrileño realiza proyectos de reforestación ambiental en todo el mundo a través de una ONG fundada por él

La fascinación por Cantabria de Fernando Cervigón ha impulsado al emprendedor madrileño a poner en marcha un laboratorio de innovación en Golbardo donde quiere desarrollar y probar tecnologías enfocadas a mejorar el medio ambiente. Uno de sus proyectos más relevantes es la creación de un sistema biomecánico destinado a absorber CO2 del aire a través de cultivos de algas que luego podrían convertirse en biodiésel.


Golbardo albergará un laboratorio de innovación para desarrollar tecnologías que faciliten la sostenibilidad ambiental. Aunque dicho así parece un concepto abstracto, la iniciativa impulsada por el madrileño Fernando Cervigón en ese pueblo de Reocín persigue objetivos tan concretos como ambiciosos.

El emprendedor, un confeso enamorado de Cantabria incluido por la revista Forbes entre las 100 personas más creativas del mundo en el campo de los negocios, pretende diseñar un biorreactor. Su intención es que ese espacio también sea un punto de encuentro para científicos nacionales e internacionales y un lugar al que se acerquen los estudiantes de los colegios cántabros.

El bioreactor en cuestión consiste en un sistema mixto de absorción de CO2 que combina ventiladores con unos compartimentos con algas y rocas ígneas. “Los árboles, las algas y los manglares absorben CO2 de forma orgánica. Nosotros buscamos hacerlo de forma artificial”, explica Cervigón.

El laboratorio y el personal que lo atienda estará en una casa ya existente, porque el promotor pretende ser respetuoso con los modelos de arquitectura tradicional de la región. Allí se implantarán también varias tecnologías energéticas sostenibles: “Incorporará aerotermia, geotermia, energía solar térmica, fotovoltaica e incluso hidráulica, ya que habrá pequeños generadores en el arroyo cercano a nuestra finca”, explica Cervigón.

Junto a estas tecnologías ya probadas, se instalará un biorreactor de pequeña dimensión (más o menos como una estufa de pellets), porque el objetivo es comprobar su eficacia antes de construir la versión definitiva. El aire absorbido pasa por los filtros biológicos que capturan y transforman el CO2. “Luego tenemos que ver qué uso darle. Habrá que estudiar si se puede convertir en biofuel”, plantea.

Un grupo de mujeres en Uganda prepara las hojas secas de las plataneras. A la derecha, las macetas biodegradables ya manufacturadas.

Para que este sistema biomecánico pueda emplearse, por ejemplo en una fábrica, baraja la posibilidad de que esté conectado directamente a la fuente emisora de CO2. “De esta manera, conseguiríamos que el biorreactor capte el dióxido de carbono antes de ser emitido al exterior”, comenta.

Eso sí, tiene claro que antes de afrontar un desafío de tal envergadura, es prioritario centrarse en un reto más abordable y aplicarlo a pequeña escala. En cualquier caso, la estrategia pasa por producir cosechas de espirulina y chlorella vulgaris –algas– para retener CO2  y generar biomasa.

Macetas biodegradables en Uganda

Fernando Cervigón es un desconocido en Cantabria pero no en otros lugares, ya que está implicado en varios proyectos de reforestación ambiental. Hace años fundó para ello Trees 4 Humanity, una ONG que, al tiempo que contribuye a recuperar la masa arbórea en regiones deforestadas, busca la manera de sustituir los plásticos que se usan en estas plantaciones, donde se acumulan miles de macetas desechables en las que llegan las semillas y los pequeños árboles.

Cervigón buscó un material biodegradable para sustituir estas macetas de plástico y esa iniciativa ya ha dado lugar a una actividad lucrativa en Uganda, que soluciona dos problemas a la vez.

Las semillas utilizadas en los proyectos de reforestación de la ONG.

Más de dos millares de mujeres de aquel país han encontrado trabajo en la ONG que fabrica macetas compostables con hojas secas de las plataneras. Ellas se encargan de tejerlas artesanalmente para fabricar estos recipientes que, una vez utilizados se degradas de forma natural transformándose en compost. “Logramos una opción distinta al plástico y dar trabajo a grupos de mujeres que siempre han estado orgullosas de sus habilidades. Es el hito más importante de nuestra organización hasta el momento”, explica este joven madrileño.

Cervigón cree que para abordar con éxito la sustitución o el reciclaje de los plásticos es esencial actuar a varios niveles. Por eso, también ha creado Todarus, una start up que fabrica artículos sostenibles a partir de derivados de vegetales. La idea se le vino a la cabeza en medio de uno de sus proyectos de reforestación en Borneo al observar de primera mano la avalancha de plásticos que afectaba el mar.

El catálogo de Todarus  incluye carcasas ecológicas para móviles y cepillos de dientes ecológicos, protectores solares, pajitas ecológicas y varios modelos de botellas que mantienen el líquido frío durante mas de 24 horas y el calor durante 12.

Al adquirir un cepillo de dientes, el cliente puede decidir a qué proyecto quiere destinar la ayuda y con cada compra financia la retirada de plásticos del mar. La ONG realiza limpiezas de playas en lo que se conoce como Triángulo de Coral –situado en el Pacífico, entre el Sudeste Asiático y Oceanía–, una de las regiones con mayor biodiversidad marina del mundo.

Eliminar el miedo a donar dinero

Otro de los proyectos que piensa acometer en Golbardo es el desarrollo de un sistema basado en tecnología blockchain que permitirá donar dinero a ONG’s para financiar proyectos ambientales garantizando al usuario que su contribución ha llegado a buen puerto. “La mayoría de la gente tiene ganas de ayudar y participar, pero está un poco reacia porque ve que hay muchas estafas. Nosotros queremos solucionarlo”, concluye.

David Pérez

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