‘Se valora mucho a los emprendedores pero no a los empresarios’

PALOMA FERNÁNDEZ, Grupo Sifer

Su infancia no huele a mar o a hierba, como la de tantos niños cántabros, sino a la cola de carpintero y a la chapa que su padre y su tío utilizaban para hacer puertas en un pequeño taller ubicado en la casa familiar. Ese fue el humilde origen de Sifer, una empresa que, con ingenio y exigencia, ha superado varias crisis de la construcción. Hoy da empleo a 80 personas en dos almacenes especializados en el mundo de la madera y sus complementos en Maliaño y Santurce, y una fábrica de molduras y puertas en Briviesca. Orgullosa del legado recibido, Paloma Fernández defiende la importancia de sus trabajadores y el valor de los empresarios familiares en la sociedad. Desde el mes de junio, los representa como nueva presidenta de ACEFAM.


P.- Sifer tiene varias sedes en distintos puntos del norte de España, pero ¿dónde sitúa su origen?

R.- Mi abuelo paterno, Aurelio Fernández Aja, emigró con su familia en busca de un futuro mejor y se instalaron en la frontera con el País Vasco. Yo nací allí, en Santurce, pero mi padre y mi tío son cántabros, de Riotuerto, cerca del Puerto de Alisas. La carpintería solo era un hobby para mi abuelo hasta que se planteó convertirlo en una oportunidad de trabajo. El negocio lo idearon con él su hijo mayor y un primo. Los dos jóvenes se llamaban Silverio, de ahí el nombre de Sifer.

P.- ¿Qué tipo de productos fabricaba su abuelo?

R.- Al principio, carpintería en general. Luego vinieron las puertas. Era el año 1958 e invirtieron unas 300.000 pesetas de la época en montar un pequeño taller que no llegaba a los 400 m2. Un vecino de la zona se dedicaba a la troquelería y ellos se fabricaban sus propias máquinas. Una de las primeras prensas que utilizaron tenía piezas de desguace de un portaviones de la Segunda Guerra Mundial. Se buscaban la vida y, lo que no existía, lo fabricaban. Las puertas las hacían en dos tandas, desde las cinco de la mañana hasta las doce de la noche. Con el tiempo, se incorporó mi padre, que era el pequeño de los hermanos. El primo se puso por su cuenta para dedicarse a las persianas. Hasta finales de 1965 trabajaron en esa lonja, donde almacenaban la chapa, fabricaban la cola y cortaban los listones para los bastidores de las puertas. Después se les quedó pequeña y construyeron una nave en las afueras de Santurce.

P.- Supongo que el boom de esos años les trajo buenos tiempos…

R.- Así fue. Fue una época de despegue, y salieron adelante porque en España estaba todo por hacer, y se vendía muy bien. Con los años, Sifer pasó a convertirse en un referente en la fabricación de puertas a nivel nacional y exportaban a través de Inglaterra a diferentes países de la Commonwealth.

En 1978 le dieron una nueva vuelta al negocio al levantar una fábrica en Briviesca (Burgos) para hacer molduras macizas, jambas, marcos, rodapiés, cornisas, esquineros y todo tipo de remates de diferentes maderas. También tarimas macizas de roble americano, elondo, jatoba, iroko, castaño, pino, haya… Hoy en día, casi todo el mundo pone en sus casas parqué flotante, pero entonces era la tarima maciza la que se comercializaba como un artículo de calidad. El suelo es lo primero que miramos cuando entramos en una casa.

P.- ¿Qué les hizo regresar a la tierra natal de la familia?

R.- Siempre tuvieron la inquietud de volver, pero el momento llegó cuando vieron que en Santurce ya no era suficiente con la producción de puertas. En 1984, deciden comprar unas parcelas en Raos y pasar toda la producción a Briviesca. Santurce y Maliaño se convierten en almacenes de distribución de tableros, molduras, puertas, ferretería, cocinas y suelos. Mis padres y yo nos vinimos aquí desde el principio y dimos al personal la posibilidad de trasladarse, si querían. Iniciamos la actividad en abril de 1986 y los primeros años fueron duros. Nuestra experiencia era como fabricantes, no como almacenistas, y no fue fácil abrirse mercado en Cantabria. Además, nos esperaba la crisis de los años 90.

P.- Si han llegado hasta aquí es porque son expertos en superar crisis. ¿Cuál fue el peor momento?

R.- Para todas las empresas familiares que crecimos de la mano de la construcción (ladrillos, electricidad, madera, azulejos, sanitarios…) la peor crisis ha sido la de 2008, que acabó con fabricantes históricos de nuestro país. No solo porque dejaran de hacerse viviendas, sino también por la competencia que supuso la aparición de los centros comerciales. Ahora, el mercado de la carpintería ha cambiado y en fábrica hemos tenido que diversificar mucho nuestra actividad, con otros productos como peldaños de escaleras, puertas de gran formato, tableros tricapa para puertas de muebles, mesas de estilo industrial… Europa es la que marca la tendencia y se ha impuesto la moda del bricolaje, un arma de doble filo porque te ahorras dinero solamente si sabes hacerlo o a quien encargárselo.

P.- En Santander le llegó el turno a usted. ¿Le dio su padre algún consejo antes de ponerse al frente de la empresa?

R.- No tuve funciones de dirección hasta el año 2003. Los Fernández son de los que piensan que para aprender hay que empezar desde abajo, conociendo al cliente y el producto. Tuve que pasar por todos los departamentos para poder entender bien el proceso. Mi familia siempre ha tenido un lema, que es pisar sobre firme. Como ellos al principio tuvieron que endeudarse, nos transmitieron que lo primero era que cobrara nuestra gente; luego, los proveedores; y, por último, si sobraba algo, los de casa. Tanto mis padres como mis tíos fueron muy generosos a la hora de transmitirnos alguna de las empresas cuando éramos jóvenes y ellos aún no se habían jubilado y eso supuso una gran responsabilidad para nosotros, que tuvimos que tomar decisiones. El relevo es uno de los grandes retos de las empresas familiares y, en muchas de ellas, se convierte en un auténtico problema.

P.- ¿Cómo se repartieron los roles?

R.- Nos vino todo muy rodado. Hemos sido siete accionistas en esta generación, aunque ahora quedamos cinco, por desgracia nos faltan los dos más jóvenes. Solo tengo una prima que no se dedica al negocio, aunque sí es parte de la propiedad. El resto hemos trabajado siempre juntos, respetando mucho la parcela de cada uno. Mi padre y mi tío eran muy exigentes con nosotros y eso nos ha forjado el carácter. Yo me ocupo de parte de la gestión financiera y también de recursos humanos. Somos pequeños y todos hacemos un poco de todo. La empresa comenzó con media docena de personas y hemos llegado a ser casi 100 en plantilla. Ahora somos unos ochenta. Muchos han estado con nosotros desde que eran adolescentes.

P.- Trabajar en la empresa familiar fue para usted algo natural, pero ¿quiso alguna vez dedicarse a otra cosa?

R.- Nunca me lo planteé, porque me he sentido parte de ella desde que nací. Cuando era pequeña, vivía junto a mis dos primos mayores en unos pisos situados justo encima de aquella lonja donde mi padre y mi tío empezaron a fabricar las puertas. Nos prohibían entrar, porque apenas éramos unos bebés, pero nosotros bajábamos las escaleras a gatas. No he olvidado el olor a la cola, a la chapa cuando está caliente en la prensa, ni el ruido de las regruesadoras que cortaban listones para los bastidores de las puertas… Todos los trabajadores nos conocían y la relación era muy cercana.

P.- Algunas empresas se quejan por no encontrar personal especializado en oficios como carpintería, electricidad o fontanería. ¿Les ocurre a ustedes?

R.- Sí, nos pensamos que todo se soluciona con gente que haya ido a la universidad y hace mucha falta la mano de obra profesional. De ahí que la Formación Profesional Dual, que combina la enseñanza con periodos de formación en la empresa, sea una de nuestras primeras demandas. Nosotros intentamos que la gente sea polivalente y que encuentre el puesto en el que esté más a gusto. En nuestro sector el aprendizaje es largo y todos tienen que entender un poco de todo. Mi padre y mi tío siempre nos han insistido en que lo más importante es que los trabajadores estén contentos en su trabajo.

P.- Acaba de ser nombrada presidenta de la Asociación Cántabra de la Empresa Familiar. ¿Qué objetivos tiene en su nuevo cargo?

R.- Pertenecemos a esta organización desde hace 17 años, casi desde el origen de ACEFAM. En la junta directiva llevo ya nueve y mi objetivo es seguir trabajando en la misma línea que los anteriores presidentes. Colaborando con el resto de las asociaciones territoriales y de la mano del Instituto de la Empresa Familiar. Procuramos traer a los mejores expertos y compartir experiencias con otras empresas familiares. Mi mayor ilusión es reivindicar el papel del empresario familiar en España ya que en nuestro país se valora mucho a los emprendedores y las startups, pero no a los empresarios. Es curioso que suceda esto cuando, para ser empresario, antes has tenido que ser emprendedor.

Los empresarios familiares son los más afectados por la crisis y los que más han luchado por defender los puestos de trabajo y creo que la sociedad debería ponerlo en valor.

P.- Siempre hay alguien que sorprende con sus aficiones. ¿Cuáles son las suyas?

R.- Siento decir que las mías son las de mucha gente: hacer deporte, viajar para conocer nuevas culturas, leer historia y escuchar música. De pequeña estudiaba solfeo y tocaba la guitarra y otros instrumentos… Y, siempre que puedo, me gusta visitar fábricas para conocer los procesos de producción.

Patricia San Vicente

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