El sordo que repara audífonos

PABLO MOCHÓN (fundador y gerente de Audifonorte)

Su madre recuerda con cariño que a los 12 años le dedicaron un reportaje a doble página en un periódico inglés. “Pablo rompe las barreras del sonido” decía aquel titular que resume la trayectoria de este emprendedor que, a partir de su sordera, ha sabido escuchar mejor que nadie a las personas con problemas de audición. Aficionado desde niño a construir maquetas y arreglar cualquier pequeño mecanismo que cayera en sus manos, estudió audiología y trabajó durante años en varios laboratorios audioprotésicos de Barcelona. El resultado de sus conocimientos es Audifonorte, uno de los pocos centros del país que cuenta con su propio taller para reparar audífonos e investigar en complementos que mejoren la calidad de vida de estas personas.


P.- Su mundo resulta un tanto complejo para las personas que no han convivido de cerca con los problemas de audición. ¿Podría explicarnos a qué se dedica exactamente Audifonorte?
R.- Lo que hacemos es buscar la solución al problema de audición que tiene la persona que acude a nosotros. Somos como los protésicos dentales, que se encargan de personalizar la dentadura a la boca de cada paciente. Nosotros no fabricamos los audífonos, somos audioprotésicos, es decir, fabricamos piezas de otoplastia que complementan al audífono y buscamos las mejores soluciones para cada tipo de pérdida auditiva.

P.- ¿En qué se diferencian entonces de otros centros auditivos?
R.- La clave de Audifonorte es la calidad en el servicio. No solo hacemos estudios auditivos, también tenemos un laboratorio propio en el que reparamos audífonos y otras ayudas auditivas. Nuestros profesionales conocen la lengua de signos y dominan todas las soluciones que existen en el mercado, entre ellas, las de Humantechnik, una marca alemana de la que somos distribuidores. Además, prestamos asesoramiento gratuito a personas sordas y somos uno de los pocos especialistas en Accesibilidad Auditiva, que hemos instalado en el Aula Magna de la Universidad, en el Palacio de la Magdalena y en los ayuntamientos de Santander y Colindres.

P.- ¿Cómo recuerda sus inicios en la profesión?
R.- Terminé de estudiar en 1999 y estuve muchos años trabajando en Barcelona, muy avanzada en audiología protésica. Allí trabajé en varios laboratorios para centros auditivos. Mi verdadera vocación siempre fue fabricar y reparar cualquier cosa, por eso antes también hice electricidad y mecánica del automóvil. Soy detallista, meticuloso y perfeccionista. Un ‘manitas’ al que le gusta solucionar los problemas. Con doce años ya hacía maquetas de la II Guerra Mundial y esa afición por las miniaturas me permitió destacar en mi trabajo desde que empecé a hacer prácticas. Al poco tiempo, ya tenía a mi cargo a 14 trabajadores y reparábamos audífonos para toda Europa.

P.- ¿Qué le hizo convertirse en emprendedor?
R.- Dediqué mucho tiempo a formarme y a investigar, porque para asumir el riesgo hay que estar muy preparado. Si decidí invertir fue por los conocimientos que tengo de los productos, porque me gusta mucho lo que hago y porque me siento muy cercano a las personas con problemas auditivos. Creo que me ven como uno más de la familia.

P.- ¿Se plantea abrir más centros?
R.- Llevamos desde 2008 en Colindres, donde también está el laboratorio. En 2014 nos establecimos también en Valencia, como consecuencia de mis frecuentes visitas allí como profesional y de la fidelización de mis clientes, pero de momento, no me planteo abrir más centros. Es suficiente con gestionar lo que ya tenemos y seguir investigando, ya que suelo viajar al extranjero y doy clases en la Escuela Universitaria Gimbernat, en Torrelavega. No me hice empresario para ganar dinero sino para encontrar soluciones que mejoren la calidad de vida de las personas como yo.

P.- ¿Cree que sus problemas de audición le hace entender mejor a sus clientes?
R.- Sí, por supuesto. Soy usuario y además conozco la lengua de signos, lo que hace que vengan a verme personas de otras comunidades. Yo mismo me quejaba de lo mucho que tardaban en reparar los audífonos y de lo caro que era, por eso buscaba soluciones para mí y para mis amigos. Cuando entran en la tienda y me explican lo que sienten o lo que les molesta se sienten comprendidos. Por eso, busco accesorios que puedan ayudar a las personas sordas a mejorar su calidad de vida.

P.- ¿Hay algún invento o avance del que se sienta especialmente satisfecho?
R.- He buscado muchas soluciones por mi cuenta, investigando por internet y viajando a países como Alemania. Incluso para mi uso particular, por ejemplo, para poder despertarme por la mañana. ¡Con un cubo de agua no, por favor! (ríe). Entre los inventos de los que más orgulloso me siento están los auriculares Earpods, unos moldes personalizados para los cascos del Ipad que han tenido mucha aceptación y que incluso me han pedido desde el extranjero.

P.- La gente cada vez tiene menos reparos a usar audífono u otros dispositivos para mejorar su audición.
R.- Yo creo que se vive con mayor naturalidad, como ocurre con las gafas. Antes se recurría más a las lentillas por vergüenza y ahora hay personas que llevan gafas hasta por afición. Con los audífonos está pasando algo parecido. Ahora se hacen con moldes de colores y diseños modernos y tecnológicos, no solo para personas sordas sino para otros usos, como hablar por teléfono o impartir una conferencia. Apenas se ven y son mucho más ergonómicos y cómodos. El problema es que muchos centros siguen anunciando ‘aparatos para sordos’ cuando en las ópticas no se venden ‘gafas para ciegos’. Hay muchos problemas de audición que nada tienen que ver con la sordera.

P.- Supongo que otro problema para su popularización sea el precio. ¿Cuánto puede costar un audífono?
R.- Los audífonos son las prótesis más caras que hay, por supuesto, mucho más que las gafas pero también que las sillas de ruedas. Muchos clientes dependen de una pensión y deberían existir más subvenciones, como en otros países, donde los cubren hasta el 100%. El precio varía en función de las prestaciones pero un audífono de gama media oscila entre 1.500 y 2.000 euros y uno de gama alta puede adquirirse a partir de 3.000 o 3.500 euros.

P.- ¿Por qué fijar su base de operaciones en Colindres?
R.- Mi madre y yo hemos viajado por muchos sitios, yo nací en Valencia y ella es manchega. La que es cántabra es Laura, mi mujer. Nos conocimos en un encuentro de personas sordas, porque ella también tiene problemas de audición, y a los pocos meses empezamos a salir. Nos veíamos en Barcelona pero ella, que es de Laredo, echaba mucho de menos el paisaje de Cantabria, así que, como yo estoy acostumbrado a adaptarme a cualquier lugar y en el Norte no había laboratorios especializados, me vine aquí. Laura es farmacéutica y no es fácil compaginar los horarios pero, al menos, podemos trabajar los dos en Colindres.

P.- Me ha contado Carmen, su madre, que tiene otras muchas aficiones además del trabajo…
R.- (Ríe) Sí, la verdad es que nunca he sabido lo que es aburrirme. Todo lo que sea aprender me interesa mucho, ahora tengo mucha afición a volar drones. Pero hago muchas más cosas. Colaboro con programas de televisión para personas sordas (Web Visual TV o ‘En lengua de signos’, de La 2) y, como siempre me han gustado los deportes de riesgo y la pasión de volar sobre dos ruedas, organizo los Encuentros de Moteros Sordos. Me disfrazo, grabo videos y me conocen como ‘el sordo bailarín’ porque me encanta bailar.

P.- Está claro que usted no conoce límites…
R.- Soy una persona de pocas palabras pero claras y, ante todo, disfruto de la vida. De pequeño practicaba artes marciales porque, al no oír bien, era una forma de defenderme e incluso de proteger a las personas más débiles. En un periódico de Portsmouth (Inglaterra), donde vivía, publicaron este titular: “Pablo rompe las barreras del sonido”. Les extrañaba que un niño sordo fuera capaz de aprender no un idioma, sino dos. Mi madre me cuenta que, cuando venían compañeros de cole a casa, yo me dedicaba a buscarles defectos (ríe): “Mi madre usa gafas, yo llevo audífono… ¿y tú qué?”. Y entonces alguno acababa enseñándome las cicatrices.


Patricia San Vicente

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