El Ferial se queda sin vacas

En sus 35 años de historia, el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega ha sido testigo de todos los avatares de la cabaña ganadera cántabra. Y también los ha padecido. La reconversión sorda pero implacable del sector, que se ha llevado por delante a miles de pequeñas explotaciones y ha alumbrado un modelo de negocio ganadero más empresarial, ha tenido su reflejo en la actividad semanal del recinto torrelaveguense. Cada feria resulta más desangelada que la anterior, por la menor afluencia de animales y las razones son fáciles de entender. El censo ganadero se ha reducido sustancialmente, porque con muchas menos vacas se produce la misma leche, y las granjas empiezan a aplicar una estrategia de “ciclo cerrado” para autoabastecerse de ganado. Sometidos a una explotación intensiva, la vida útil de los animales se ha acortado tanto que pocos son los que pasan por más de dos manos, cuando antes podían llegar a tener cuatro o cinco dueños y otras tantas visitas al Ferial. Como resultado de todo ello, el Mercado Nacional, que ha sobrevivido a cierres por inmovilizaciones sanitarias, a huelgas y a presuntos competidores, se marchita, porque no puede adaptarse a un nuevo modelo de ganadería casi sin ganaderos.
El declive es lento, pero la puntilla puede dársela la aparición de otros canales para la compraventa de ganado, los que están creando las cooperativas y algunos agentes comerciales bajo el modelo de centros de agrupamiento de reses o encerraderos, unas concentraciones autorizadas por la Consejería de Ganadería en las que ya se realizan algo más del 20% de las transacciones de vacuno de la región.

Un problema común

Bajo la iniciativa privada se han creado estos centros de agrupamiento en ayuntamientos de tradición ganadera como Ribamontán al Mar, Entrambasaguas o Reinosa. Y la progresiva profesionalización de las explotaciones agropecuarias indica que cada vez se comprarán y venderán más cabezas de ganado en estos pequeños mercados alternativos, como reconoce el propio director del Ferial de Torrelavega, Isaac Bolado.
No se trata de un problema que amenace sólo al recinto torrelaveguense, sino que afecta por igual a los ocho mercados nacionales que existen en España. El de León, también de grandes dimensiones, registra concurrencias semanales de apenas 700 animales, una tercera parte de los que, de momento, se venden en el mercado de la capital del Besaya, y parecido declive se refleja en los feriales de Salamanca, Medina del Campo (Valladolid), Castro Rei (Lugo) o Silleda (Pontevedra).
Los mercados que mejor se defienden frente a los cambios que han sacudido las estructuras del negocio ganadero son los situados en el eje norte, formado por Santiago de Compostela (La Coruña), Pola de Siero (Asturias) y Torrelavega, ya que actúan como puntos de concentración de la recría que se envía a los grandes cebaderos de Cataluña, Aragón y Castilla-León y de la que se exporta. De hecho, el Ferial de Torrelavega es el único centro en Cantabria autorizado para el comercio intracomunitario.

La mitad que en 1990

Los canales alternativos que se están autorizando para la venta de ganado empiezan a causar en los mercados nacionales el mismo efecto dilutivo que tuvieron las plataformas de los hipermercados y de las grandes cadenas de supermercados en los Mercas de alimentación. Suponen el fin de una situación de cuasi monopolio, aunque no todos los males del Ferial de Torrelavega vienen de la competencia privada, ni mucho menos.
El giro impuesto por las restricciones comunitarias desde una ganadería basada en la producción láctea hacia el sector cárnico, ya había modificado profundamente la actividad del recinto de Torrelavega. En épocas no muy lejanas, en el mercado semanal se llegaban a concentrar 4.700 animales, la mayoría ganado vacuno adulto y de producción láctea.
Ahora, gran parte del ganado que entra en el Ferial es recría, terneros sobrantes de las explotaciones de leche, bien porque son machos o porque son hembras no necesarias (las explotaciones suelen quedarse aproximadamente con el 20% de las terneras para la reproducción y se desprenden de las restantes).
La visita al Mercado de cada semana era obligada para varios miles de ganaderos de toda la región, no solo para los que querían comprar o vender. No hay que esforzarse mucho para comprender que las 18.000 cuadras que había hace quince años podían aportar un público que, ni de lejos, puede conseguirse ahora, cuando han quedado reducidas a una pequeña fracción.
También la gestión de los establos ha cambiado las necesidades. Al contrario de lo que ocurría en otras épocas, la vida útil de una vaca discurre en una sola explotación, de manera que los animales adultos que van al Ferial suelen ser lo que se conoce como ganado residual. Una vaca de aptitud láctea empieza su función reproductora a los 24 meses, mantiene un rendimiento productivo máximo durante dos o tres lactaciones y en ese tiempo es explotada con tal intensidad que a los cinco años da muestras de agotamiento y se destina a carne, con lo que apenas vive la mitad que sus antecesoras de hace dos décadas. Son pocas las que escapan a este patrón tan productivista y drástico; ni siquiera aquellas que hace algún tiempo hubiesen permanecido en la cuadra algo más por razones sentimentales, como reconocimiento a sus especiales méritos lecheros durante los años de plenitud.
A resultas de estas circunstancias, el Ferial, que en 1990 alcanzó una concurrencia de 200.000 animales, ahora sólo puede aspirar a no bajar de 100.000, la frontera a la que se aproxima. Y es que la tendencia no invita al optimismo, con un descenso continuado cada año y no solo en los momentos en que ha sufrido los efectos de alguna enfermedad epidémica, como la de las vacas locas en el 2000, la fiebre aftosa del 2001 o el actual brote de lengua azul.
En realidad, la caída de estos años hubiese sido mucho más drástica de no haberse producido la venta masiva de vacas que originaron los programas de abandono, unas reses que en buena medida han ido a parar a explotaciones gallegas. Pero, una vez vaciados esos miles de establos, ya no hay encubrimiento posible. Basta una visita a la feria de los miércoles para comprobar la crudeza del problema. Unos centenares de vacas parecen perderse en una nave que, por dimensiones, podría acoger un hangar de grandes aviones.

60 millones en ventas

Quizá por ese factor añadido de liquidación del negocio, el valor de las ventas en el Ferial no bajó. De los 53 millones de euros en transacciones de 2002 se pasó a los cerca de 63 millones de hace dos años y, dado que gran parte del ganado va a parar a otras regiones, han sido ingresos con una relevancia muy apreciable para la economía de Cantabria.
Para quien da acogida a ese negocio manteniendo el Ferial en condiciones, la situación es otra, ya que las tasas que recauda el Ayuntamiento de Torrelavega –su propietario– por los servicios que se prestan no bastan para cubrir los costes. Además de las tasas por desinfección del vehículo y por permitir su acceso al Mercado, los ganaderos deben pagar nueve euros por una vaca adulta y tres por ternero.
El descenso en la entrada de ganado mayor ha incidido negativamente en las recaudaciones, por lo que el Ferial es un servicio cada vez más deficitario. Hay que tener en cuenta que, aunque sólo opera una tarde y una mañana a la semana, el Mercado dispone de una plantilla de 20 personas, entre operarios de limpieza y administrativos, un número que ha ido creciendo, al contrario de lo ocurrido con la afluencia de ganado.
El Ferial es un inmenso edificio singular construido en 1973 y cuenta con una gran sala de 15.000 m2, que durante mucho tiempo fue la nave de estructura diáfana más grande de España. Junto a ella se construyó otra de 4.000 m2 exclusivamente para el ordeño que hoy bastaría y sobraría para hacer los mercados semanales. Además, el recinto dispone de una amplia campa de 22.000 m2 para aparcamiento y otros 2.000 más para muelles de carga y descarga.
El Ferial está claramente infrautilizado (los mercados apenas duran unas horas a la semana, durante la tarde del martes y la mañana del miércoles) aunque el Ayuntamiento ha cedido locales a las organizaciones ganaderas, que tienen allí sus oficinas, y ha asentado algunos servicios municipales, a los que se va a sumar la nueva sede de la Policía Local. Las campas asfaltadas del exterior también acogen los jueves el mercadillo semanal más importante de Cantabria, con cerca de 400 puestos, que hace veinticinco años fue empujado hacia lo que entonces era extrarradio de la ciudad por la presión de los comerciantes del centro, que lo consideraban una competencia incómoda. Paradójicamente, los mismos comerciantes pidieron años después que volviera al centro, al comprobar que producía un desplazamiento de la capacidad de compra hacia Nueva Ciudad, la zona donde se asienta el Ferial.
Las pocas propuestas para buscar otras utilidades al Ferial –la última la hizo el PP en las pasadas elecciones municipales– siempre han dado lugar a un rechazo frontal de quienes lo consideran una seña de identidad intocable de una ciudad que históricamente ha tenido dos almas, la industrial y la ganadera. Pero, a la vista de su actual situación, parece inexcusable abordar el estudio de usos complementarios a un inmenso edificio que ya resulta claramente sobredimensionado para el servicio que presta.

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