LOS PRINCIPALES EPISODIOS ECONOMICOS DEL SIGLO XX
En el otoño de 1929 la gente quería ser optimista pero no conseguía dominar la impresión de que aquello no marchaba por buen camino. Ahora bien, nadie predijo ninguna catástrofe a corto plazo, ni mucho menos que fuera a empezar en donde parecía que la estabilidad estaba más asegurada, o sea en los Estados Unidos.
Las relaciones económicas y políticas en el mundo se orientaban por entonces al pacifismo. Incluso se había firmado un ingenuo pacto internacional contra la guerra. Las condiciones para la producción y el comercio, que habían quedado muy tocadas después de la Primera Guerra Mundial, ya se habían restablecido. Sin embargo, en ese contexto estalló la crisis; en su origen un problema exclusivamente americano que se extendió a Europa y al Extremo Oriente, con una gravedad sin precedentes, hasta hacer crujir los cimientos de la civilización capitalista.
Más madera
Como en la película de los Hermanos Marx, el grito de “más madera” acabó dejando el tren de la economía en el esqueleto. En América, los hombres de negocios habían acuñado la convicción de que, para que la producción industrial continuara adelante de forma indefinida solo había que estimular la demanda también de forma indefinida. Así aumentaría el poder adquisitivo y despertaría nuevas necesidades en la masa consumidora. Más o menos, lo mismo que ahora.
En su humana obstinación, los americanos no habían percibido que, desde la mitad de los años 20, cuando Europa consiguió rehacer su estructura fabril destruida en la Primera Guerra Mundial, redujo las compras a EE UU. Nadie dio tampoco importancia a otra de las paradojas que abundan en la economía: la buena cosecha de 1928 provocó una bajada de los precios que, aunque no fue muy grave, sí tuvo consecuencias, puesto que los productores agrícolas norteamericanos estaban muy endeudados por sus inversiones en la nueva maquinaria y se vieron forzados a frenar bruscamente las compras de productos industriales.
Medidas
Ante esas primeras dificultades, el Gobierno y los bancos recurrieron a los estimulantes artificiales, es decir a la inflación del crédito, con lo cual los síntomas quedaron ocultos y se añadió otro problema más: la aparición de un movimiento especulador que alimentaba la Bolsa, cuyas subidas atraían a capas cada vez más amplias de la población hacia esta economía de casino.
Que suba la Bolsa o que baje solo quiere decir eso, pero no que paralelamente suba o baje la actividad económica real. De hecho, entre 1925 y 1930 los índices bursátiles pasaron de 105 a 220, mientras que los de producción lo hicieron de 105 a 120.
No hay peor ciego que el no quiere ver y nadie quería ver la burbuja que se estaba creando. Ni el gobierno ni la población ni los economistas advirtieron nada, pero siempre hay alguien con más olfato y, ante unas malas estadísticas industriales, algunos optaron por vender valores. La bajada de la Bolsa que se produjo fue neutralizada durante algunos días por las declaraciones tranquilizadoras de los grandes bancos, pero se produjo un extraño efecto de contagio. El 24 de octubre se hundieron los cambios en la Bolsa de Nueva York, y eso provocó un ataque de pánico en el mundo de los negocios para el que aún hoy carecemos de una explicación perfectamente hilvanada.
En cadena
Lo que vino después fue una especie de bola de nieve. Los bancos tenían dificultades y cerraron el grifo de los créditos a las empresas industriales, que se vieron forzadas a reducir su producción. Para colmo, una sequía puso a prueba la agricultura. En poco tiempo, nadie podía pagar a los bancos.
La crisis iba a repercutir en Europa con una virulencia desconocida. Las inversiones de capital norteamericano en esta parte del Atlántico eran muy considerables, sobre todo en Gran Bretaña y Alemania, y se cortaron de una forma radical. En realidad, el proceso llegó a cambiar el signo de los flujos, al repatriar gran parte del dinero colocado a corto plazo, lo cual provocó una contracción del crédito en Europa y la inquietud bancaria.
El primer país en sufrir los efectos fue Austria. Sus finanzas públicas estaban muy justas y la débil organización bancaria fue presa fácil de la crisis. Los austriacos andaban por entonces metidos en un proceso de unión aduanera con los alemanes, pero lo que teóricamente iba a solucionar todos sus problemas económicos, lo que consiguió fue agravarlos, ya que eso les incluyó en el perímetro de riesgo, en opinión de los inversores internacionales, y se produjo una retirada masiva de capitales. En 1931 quebró el Creditanstalft, el mayor banco vienés y, río abajo, se sucedieron las catástrofes financieras.
En Alemania los americanos también liquidaron todo lo que tenían, que era mucho. Las divisas salían a chorros del país y el Reichsbanck, para tratar de evitarlo, elevó al 7% el tipo de descuento, pero no sirvió de nada. En julio de 1931 las arcas del banco central estaban vacías. Sin el apoyo público, el primer banco en caer fue uno de los mayores, el Darmstädter Bank. El Gobierno utilizó como solución alternativa el control de todas las operaciones bancarias pero los diques de contención servían de muy poco. Pronto cayeron más bancos y arrastraron a la primera gran industria de maquinaria.
Las crisis se extendió sobre los países limítrofes y contagió a los bancos ingleses, que habían invertido bastante en Alemania. El Banco de Inglaterra subió los tipos de interés para detener las salidas de oro, pero tras dos meses de lucha quedó exhausto. En septiembre, el Gobierno decidía abandonar el patrón oro. El efecto fue demoledor. La libra cayó casi un 40% y la crisis monetaria inglesa puso en quiebra el sistema financiero de veinte países vinculados a su economía esparcidos por todo el mundo, desde Finlandia hasta Colombia. Nadie podía haber imaginado unos efectos tan desastrosos.
Efectivamente, había quedado constatada la interrelación del sistema económico capitalista a nivel mundial y, en esta ocasión, para mal. Los precios bajaron en todo el entorno, pero eso no era para congratularse, porque la recesión incluía descensos en la producción industrial y en el comercio internacional, además de un espectacular aumento del paro que en Alemania llegó a afectar a casi el 50% de la mano de obra.
La crisis de La Gran Depresión duró tanto y fue tan profunda que temblaron los propios cimientos de la organización económica. La libre empresa y la libre competencia habían llevado a la catástrofe total y absoluta, con 30 millones de personas sin trabajo, y eso sin incluir los muchos países donde nadie se tomaba el trabajo de hacer estadísticas. Las máquinas estaban paradas, los productos se estropeaban sin comprador y las empresas buscaban en el estado una solución. No es de extrañar que muchos opinasen que el sistema económico capitalista había llegado a su fin.
El New Deal
Quizá influido también por esta idea, el presidente norteamericano Franklin Roosevelt propuso a los norteamericanos un auténtico pacto social, un programa de economía extremadamente intervencionista que se conoció como New Deal, o sea el nuevo compromiso. Una receta que combinaba inflación (se llegó a provocar una escasez artificial para forzar los precios a subir) con intervención pública en la producción, control sobre las materias primas, ingentes obras públicas, un salario mínimo para aumentar el poder adquisitivo y seguros sociales.
Como complemento esencial de aquella nueva política se añadía la desvalorización del dólar y el proteccionismo arancelario con la introducción de la llamada tarifa Hawley.
En Gran Bretaña, un gobierno de coalición también se veía obligado a abandonar su tradición de libre cambio, y empezaba a aplicar la preferencia imperial, aplicada en favor de los productos procedentes de las zonas que estaban bajo su dependencia política, además de estimular la demanda nacional.
Lo que hizo Inglaterra, lo hicieron Alemania e Italia elevado al cubo, hasta llegar a una autarquía en la que el estado lo controlaba absolutamente todo.
En 1933 se reunió una conferencia internacional para buscar remedios conjuntos a los males económicos internacionales, pero lo que quedó meridianamente claro es que a cada país le preocupaban, exclusivamente, sus propios problemas. Allí, Roosevelt se negó a comprometer una relación estable entre la libra, el franco y el dólar ya que eso podría perjudicar el éxito de su New Deal.
Quien acabó pagando el pato fue el propio sistema democrático ya que ese nuevo tipo de economía disminuyó el papel de las instituciones parlamentarias y acabó en un régimen de decretos leyes tanto en los EE UU como en Inglaterra y Francia. Pero nada comparable a lo que ocurrió en Alemania: ese mismo año llegó Hitler al poder y prescindió por completo del régimen constitucional. El país salía de Guatemala para meterse en Guatepeor.