Un tiempo intenso que nos llevó de la ruina a la euforia
En 1991 España hablaba en pesetas. Tardaría mucho en entenderse en euros, aunque se había puesto de moda un término periodístico, el patacón (los mil millones de pesetas), que supuestamente manejaba un ingeniero cántabro Jacinto Pellón encargado de poner en pie la Expo de Sevilla. Tal era el volumen de gasto en que se había metido el país para simultanear la Exposición Universal y los Juegos Olímpicos de Barcelona que las cantidades inferiores a los mil millones parecían ya insignificantes. Pero pronto comprendimos que no lo eran y en Cantabria lo supimos un año antes que en el resto del país.
En realidad, fuimos los primeros en aguar la fiesta. En noviembre de 1991, en medio de la euforia que vivía el país, nacía Cantabria Económica, la primera publicación de este tipo en la región y una de las pioneras fuera de Madrid.
La revista iba a recoger esa pujanza pero un encadenamiento siniestro de factores hizo que la burbuja se pinchase de forma inesperada. Un simpático y eficiente director de oficina bancaria desaparecía de la noche a la mañana y cuando quedó claro que se trataba de una huida en toda regla y no de un secuestro, varios cientos de comerciantes, empresarios y otros clientes del Banco Popular se encontraron con el alma en vilo. Lo que temían era verdad: sus cuentas bancarias eran totalmente irregulares y con la desaparición de Pepe, su hombre de confianza, podían perderlo todo. El estupor fue como una racha de viento helado sobre un alegre día de playa: de repente se esfumaban algo más de 5.000 millones de pesetas.
Como los males suelen venir acompañados y, a veces encadenados, lo de Pepe el del Popular sólo era una consecuencia de otro agujero mucho mayor: el que había dejado la suspensión de pagos de Intra: 34.500 millones de pesetas, la mayor parte de ellos propiedad de inversores cántabros.
El enorme y complejo entramado financiero montado por los hermanos Serrano Goyría, donde se mezclaban sociedades patrimoniales con otras del grupo, se cayó como un castillo de naipes el día en que el Banco Santander decidió cortar el grifo de la financiación. En realidad, estaba tocado de muerte desde que José Miguel Serrano perdió la opa por Cementos Lemona en una disputa con el Banco Bilbao-Vizcaya en la que no calculo bien las fuerzas, lo que le llevó a pagar cantidades exorbitantes para alcanzar una mayoría de control. Se quedó a un milímetro de conseguirlo, pero esa era la diferencia entre el éxito y el fracaso. Una vez decidida la batalla, el valor cayó radicalmente y la inversión de Intra se redujo como un souflé fuera del horno.
Otro factor en el que ellos nada tuvieron que ver colaboró a apuntillar el imperio de los Serrano: la Guerra del Golfo. El empeño de Sadam en invadir Kuwait y las consecuencias posteriores hundieron las bolsas internacionales y el valor de los activos de Intra, cuyos cimientos más sólidos se asentaban en un importantísimo paquete de acciones del Banco Santander, que en ese momento bajaron en picado.
Si Pepe el del Popular no pudo seguir pagando los intereses a sus clientes por culpa de sus inversiones fallidas en Intra o por otra causa, lo vamos a saber ahora porque, recién regresado y con las responsabilidades prescritas, el huido anuncia su disposición a ir desvelando lo ocurrido. En cualquier caso, los dos acontecimientos dieron al traste con un ciclo de bonanza que en el resto del país aún duró un año más.
La vuelta de Hormaechea
En realidad, tanta responsabilidad no debería recaer sólo sobre sus hombros. Seis meses antes Juan Hormaechea había desaparecido temporalmente de la política, a consecuencia de una moción de censura a la que se sumó su propio partido, Alianza Popular. Hormaechea había hecho manifestaciones en público muy poco compasivas con varios dirigentes de AP, especialmente con José María Aznar, que dio orden tajante de acabar con el problema. Pero el problema, en realidad, empezaba entonces.
Hormaechea había dejado en la Diputación de Cantabria un endeudamiento superior a los cien mil millones de pesetas, que en buena parte ni siquiera estaba documentado, porque los contratos y los incrementos en los precios de obras los pactaba de palabra.
La cantidad suponía cinco veces los ingresos corrientes de la región y era tan inasumible que, para poder salir del paso, el nuevo Gobierno de coalición, presidido por Jaime Blanco, decidió hacer dos presupuestos: el ordinario, famélico, y uno extraordinario, destinado a pagar las deudas ya conocidas y las que podían aflorar.
La máquina de la Diputación de Cantabria, que entre 1987 y 1990 había funcionado a toda presión, comenzaba a detenerse por falta de dinero y, aunque Hormaechea volvió al Gobierno sólo seis meses después, rescatado por el PP, estaría cuatro años completos en la más absoluta penuria. Las excavadoras se quedaron al borde de las carreteras sin trabajo; las constructoras se arruinaron por falta de obras y no poder cobrar lo adeudado y se abandonaron, incluso, las tareas de mantenimiento, porque el Gobierno regional ni siquiera podía pagar el combustible de los vehículos de Obras Públicas.
Todo lo que tenía que funcionar se detuvo en Cantabria aquel otoño, incluida la política. Y si quedaba alguna esperanza, desapareció con la llegada del invierno: Sniace suspendía pagos y paraba toda la actividad. Durante más de un año la fábrica estuvo cerrada y sólo el empeño de sus trabajadores, que mantuvieron un larguísimo encierro, y el de algunos directivos logró una supervivencia en la que ya nadie confiaba. Sniace reanudó las fabricaciones cuando parecía imposible que las máquinas pudiesen arrancar de nuevo, pero las consecuencias de aquella crisis no han llegado a disiparse en todo este tiempo.
El cierre de una de las mayores fábricas de la región causó una auténtica debacle en Torrelavega, una ciudad que quedó sumida en un estado de depresión colectivo, como consecuencia del descenso del consumo, de los bloqueos diarios que sufría por las protestas de los trabajadores y de la absoluta falta de expectativas que vivía.
En los cuatro años siguientes, Cantabria Económica se vio obligada a recoger en sus páginas otras muchas crisis y muy pocas noticias positivas: En todo ese tiempo, apenas aparece reseñada la apertura de dos empresas, de modesta dimensión por entonces, vinculadas al sector del automóvil.
El cambio de legislatura, en 1995 supuso la llegada de aire fresco en todos los sentidos. El país empezaba a recuperarse económicamente y Cantabria se desprendía de un presidente procesado, un Gobierno que no era gobierno, porque había pasado a formar parte del Grupo Mixto (situación sin precedentes en la Democracia) y con una cámara donde 29 de los 35 diputados estaban en la oposición, ya que el PP había vuelto a optar por abandonar a Hormaechea.
El despido de Berlanga
Con Hormaechea fuera ya de la política, su formación tuvo un resultado electoral pobre y el nuevo Gobierno se formó a través de una coalición entre el Partido Popular y el PRC presidida por José Joaquín Martínez Sieso. Comenzaba la vuelta a la normalidad que Cantabria Económica había reclamado insistentemente en sus editoriales. Precisamente ese fue el eslógan que utilizó Martínez Sieso como leit motiv de su primera legislatura.
El cerrojazo en los gastos que impuso Hormaechea en su segundo mandato, tan distinto al primero, no sólo acabó por restablecer el equilibrio financiero del Gobierno, sino que le dejó a Martínez Sieso una amplia capacidad de endeudamiento. Tampoco la necesitaba. Al recuperarse la economía crecían rápidamente los ingresos fiscales y el habernos desprendido de la servidumbre de la deuda, ya bastaba para volver a la liquidez.
Las empresas aún no llegaban, pero la recuperación de las ventas de la construcción, sobre todo en la zona oriental de Cantabria que tenía una pujante demanda procedente del País Vasco, empezó a crear una sensación general de alivio que tres años más tarde era ya claramente de euforia.
Frente a la fórmula anterior, exclusivamente basada en la promoción del turismo, volvía a apostarse por la industria, con la creación del polígono de Santoña, a donde se trasladaban todas las industrias conserveras –con fortísimas subvenciones comunitarias que casi pagaban la inversión– y el de Ambrosero.
La demanda de suelo industrial se concentraba en la costa y la recuperación no llegaba al interior, donde ni se habían revalorizado los terrenos, al contrario de lo que ocurría en las fincas del litoral, ni se instalaba empresa alguna. Además de no sumar, su economía ganadera tradicional no encontraba suelo en su declive. Su única salida era la misma que había tenido la España rural en los años 60: Olvidarse de su economía agrícola tradicional y buscar trabajo en la construcción.
Para el Gobierno regional no resultaba fácil convencer a los inversores de que apostasen por la Cantabria interior. Ni los promotores ni los industriales querían saber de otra cosa que no fuese la costa. Quizá por eso, cuando un grupo costarricense de materiales de construcción pidió 120.000 metros cuadrados para instalar una gran fábrica de paneles de fibroyeso, el Ejecutivo de Martínez Sieso pensó que por fin podía resolver el problema: sólo en el polígono de Reinosa podía ubicarse un proyecto semejante. En cualquier otro sitio hubiese llevado años el desarrollo del suelo.
A regañadientes, el industrial costarricense aceptó, pero pronto se vio que en Reinosa había tantos o más problemas para el asentamiento y estaba demasiado alejado del puerto de Santander, donde se embarcaría el producto terminado. El proyecto poco a poco se desinfló y sólo revivió cuando una legislatura después el nuevo Gobierno, presidido por Miguel Ángel Revilla, ofreció nuevas condiciones de ubicación, esta vez en la costa, y muchas ayudas. Otra legislatura después, con la fábrica ya construida, el proyecto ha vuelto a quedar empantanado.
La vuelta de las máquinas
Entre 1995 y 1990 retornaron las máquinas a las carreteras y se inició un plan de renovación de los 2.000 kilómetros de red viaria regional, la mayor parte de los cuales se encontraban en un estado lamentable. El banderazo de salida coincidía con la inauguración del último tramo de la autovía entre Santander y Bilbao, un hito histórico, y con la puesta en servicio del tramo de autovía Bezana-El Sardinero, que complementaba la autovía con Torrelavega.
El fuerte repunte de las inversiones públicas estatales y regionales estaba muy relacionado con la entrada de Cantabria en el Objetivo 1, que ha resultado decisivo para su desarrollo, si se tiene en cuenta que suponía una transferencia neta de alrededor de 20.000 millones de pesetas por año a las cuentas autonómicas, un regalo del 2% del PIB cántabro. Lo único que la región ha podido lamentar es que su presencia en el Objetivo 1 sólo haya durado un periodo y medio (el phasing out). Antes de esa fecha, Hormaechea se había pronunciado despectivamente sobre la posibilidad de estar “entre las regiones pobres”. Más tarde, la Unión Europea decidió que había otros más necesitados en las regiones del Este recién asociadas y no hubo prórroga posible.
Cuando el empuje de la inversión pública coincide con una fortísima inversión privada en vivienda, el boom es inevitable y eso es lo que ocurrió en los últimos años del siglo XX. Cantabria comenzaba a crecer deprisa, aunque no lo bastante para ganar terreno frente a otras autonomías, después de la humillación de haber pasado de ser una de las provincias más ricas del país al comienzo de los años 60 a estar muy por debajo de la renta media nacional.
El tirón de Bosch
El Gobierno Sieso empezaba a plantear proyectos como la nueva sede, encargada a Moneo, el Parque Tecnológico o el nuevo puerto de Santoña. Pero, aunque comenzó a asentarse alguna nueva empresa, no fueron las suficientes como para impedir que la aportación de la industria a la economía regional disminuyese cada año. Afortunadamente para la comunidad autónoma, la adquisición de la fábrica FEMSA, de Treto, por la multinacional alemana Robert Bosch resultó providencial, porque con el enorme impulso que dio a la planta reflotó la economía de la comarca, fomentó el asentamiento de empresas auxiliares y convirtió algunos talleres de la zona en auténticas factorías. La comarca volvió a resurgir después de una larga crisis, que se había iniciado con el hundimiento del grupo Magefesa, dos de cuyas fábricas estaban en Cantabria: Cunosa, en Limpias, y Gursa, en Guriezo, la localidad natal del fundador.
La economía cántabra se dejó arrastrar por el enorme impulso que adquirió la economía nacional pero tuvo que llegar el siglo XXI para que la región pudiese empezar a recuperar parte del terreno perdido y siguió haciéndolo a lomos de la construcción. Con crecimientos anuales que llegaron a superar el 14%, era muy difícil que los poderes públicos pusieran trabas o que intentasen apretar las riendas a un caballo que caminaba desbocado, pero que empujaba tras de sí toda la economía regional y creaba un auténtico espejismo de riqueza en cuantos poseían una vivienda o una parcela construible.
El Gobierno de Martínez Sieso no pudo llegar a poner en pie el Plan de Ordenación del Litoral tras varios intentos, ni un Plan de Ordenación del Territorio, a pesar de que en el horizonte empezaban a vislumbrarse los nubarrones de un sinfín de causas judiciales, las que provocaron, a partir de 2002 un rosario de sentencias de derribo que obligan a demoler nada menos que 600 viviendas.
La inesperada coalición entre el PRC y el PSOE en 2003 se encontró con una administración saneada y una economía a velocidad de crucero. Era el momento de hacer una política ambiciosa y a través de las 700 medidas del I Plan de Gobernanza se impulsaron muchas estrategias de crecimiento y se frenaron algunos descontroles. La herramienta del POL y la mayor severidad de la Comisión Regional de Urbanismo –iniciada en la época de Martínez Sieso– fueron sustanciales, pero eso no impidió que los ayuntamientos siguiesen con el ritmo desenfrenado anterior.
Recursos ingentes
El nuevo Gobierno disponía de presupuestos holgados y, además, descubrió la financiación estructurada que le permitía llegar aún más lejos; multiplicó las empresas públicas, y se encontró con cantidades ingentes de dinero, muy superiores a las que ningún otro Gabinete había manejado hasta entonces.
Todo se aceleraba en Cantabria, aunque a veces más en los deseos que en la realidad: se iniciaban proyectos para duplicar de la noche a la mañana todo el suelo industrial que había en la región. Se fraguaban varias nuevas sedes administrativas. Empezaba a haber subvenciones públicas para todo y se extendía la idea de que el Gobierno podía resolverlo casi todo.
Esta aureola de conseguidor se reforzaba con el Proyecto Comillas y el rescate de la iniciativa para construir una fábrica de placas de fibroyeso, aunque no en Reinosa, sino en Orejo, donde había que crear el suelo industrial ex profeso. La llegada inesperada de la fábrica Haulotte parecía la guinda a un pastel que se completaba con las obras del Parque Tecnológico, un proyecto del PP que nunca llegó a iniciar.
La primera legislatura en la que los socialistas estuvieron en el poder probablemente haya sido la más prolífica en gastos y proyectos para la región, pero el PSOE no le sacó ningún rendimiento electoral, porque su resultado empeoró. Sí lo capitalizó su coaligado, el PRC, que aceptó reeditar el pacto para la actual legislatura, en la que las circunstancias económicas son muy distintas: Después de años de superávit público, la región ha entrado en barrena en el déficit, el proyecto de GFB se ha ido al traste y el II Plan de Gobernanza está lleno de inconcreciones. La tabla de salvación es ahora el Plan Eólico, en el que el protagonismo pasa a la empresa privada y, en el ámbito social, la Ley de Dependencia, una cara conquista en la que Cantabria ha sido adelantada pero que no está teniendo el rendimiento en votos que los socialistas suponían.
Obras históricas
El sector público ha sido el motor de estos últimos años, con unas inversiones gigantescas en infraestructuras, si se suman las estatales y las regionales. Aunque el motor renquee por la fortísima caída de ingresos fiscales que se ha producido con la crisis, el sector público está dispuesto no sólo a mantener ese protagonismo, sino a aumentarlo, a pesar de que la mayor parte de las grandes obras ya están hechas: En estos 18 años de vida de Cantabria Económica se ha completado el Puerto de Raos, se ha duplicado el aeropuerto de Parayas, han aparecido los vuelos internacionales y se han puesto al día todas las carreteras regionales. La Autovía del Cantábrico atraviesa la región de Este a Oeste; la Autovía de la Meseta dejó de ser una quimera y la del Agua ha acabado con la paradoja de sufrir cortes de suministro en una región húmeda; estamos a punto de completar los saneamientos, que han resultado casi tan caros como las autovías, y la Universidad de Cantabria ya imparte medio centenar de titulaciones.
Siempre quedarán cosas por hacer, como el trazado de alta velocidad (el tren ya ha llegado, aunque por vías convencionales) pero hay algo difícilmente discutible: en la larga historia de la región no hubo otro periodo ni siquiera parecido al que le ha tocado vivir a esta publicación, tanto en creación de riqueza privada como en acumulación de capital público en infraestructuras, centros de enseñanza, sanitarios, deportivos o de ocio.
Las páginas de Cantabria Económica han tratado de recoger este proceso intenso con un análisis un poco distinto al de la prensa diaria. Ahora que ya tenemos una cierta perspectiva histórica de algunos periodos, basta releerlas para comprobar que han resistido el paso del los años. Y, frente a la severidad con que la región suele juzgarse a sí misma, un solo hecho serviría para constatar que no hemos perdido el tiempo: en ningún otro lugar del mundo un banco local –el Santander– ha conseguido convertirse en poco más de dos décadas en uno de los mayores del planeta.