Pesqueros a la venta
El ‘Nuevo Pilín’ no es el único barco que espera en los muelles la llegada de un posible comprador. Junto a la reflotada embarcación, cuyo naufragio en noviembre de 2004 sembró el luto en esa villa marinera, cuatro embarcaciones de pesca santoñesas podrían cambiar de dueño en breve y, en al menos uno de los casos, trocar las aguas del Cantábrico por las lejanas costas de Marruecos. Estas ventas vendrían a sumarse a las dos que ya se han consumado: el ‘Mareny’ y el ‘Gran Azul’. Ambos, de la flota de cerco, han sido adquiridos por armadores gallegos.
El mayor de los buques en venta es el ‘Mar Océano’, uno de los cerqueros más modernos de la flota local. Otra de las embarcaciones que pueden cambiar de manos es el ‘Demar’ que, junto al ‘Nuevo Pilín’, es una de las últimas botadas. Los movimientos no se quedan aquí, ya que el ‘Angel y Pilar’ y el ‘Madre Asunción’ también podrían causar baja en el censo santoñés si sus futuros propietarios fijan su base operativa en otros puertos. Esta posibilidad parece bastante cierta en el caso del ‘Mar Océano’, ya que es una sociedad hispano-marroquí, con base en Agadir, la más interesada en la compra.
Cada barco es un centro de trabajo y el traslado a otra región de algunos de ellos tendrá un efecto significativo para la marinería local. Tan sólo el ‘Mar Océano’ necesita una tripulación de dieciséis hombres para salir a faenar.
Hasta el momento, en ningún otro puerto de Cantabria se está produciendo un fenómeno similar, pero el proceso de reducción de flota comenzado en Santoña puede ser un anticipo de lo que acabará ocurriendo en otras localidades cántabras. La falta de relevo generacional no sólo es evidente en el caso de la marinería, que al jubilarse a los 55 años necesita una rotación mayor que otros sectores. Los propios armadores se encuentran con problemas de sucesión, lo que va a producir, antes o después, una concentración de barcos en manos de quienes deseen continuar en el sector o provocar su traslado a flotas que, como la gallega, muestran un mayor dinamismo.
La dureza del trabajo y la posibilidad de encontrar ocupaciones mejor remuneradas ha alejado a los jóvenes de las faenas pesqueras. Aunque los barcos actuales están mucho mejor preparados y son más confortables, el trabajo en la mar sigue resultando más penoso e incierto que en tierra y, cuando existen otras alternativas, como la construcción o la hostelería, resulta difícil reclutar tripulaciones. No sólo es una ocupación sin horarios sino que, en costeras como la del bonito, puede transcurrir un mes sin tocar tierra, y los marineros están obligados a desenvolverse en un barco de apenas 30 metros de eslora en el que conviven 15 o 16 personas.
Esta dureza tampoco se ve compensada por las retribuciones económicas en un sector donde no hay sueldos fijos y las ganancias están al albur de las capturas en costeras que cada día son más exiguas, por la evidente sobreexplotación.
La huida de la mano de obra autóctona ha abierto un hueco para los trabajadores inmigrantes, cuyo número va en aumento en las tripulaciones pesqueras. De hecho, se estima que de los 1.100 marineros que integran la flota pesquera cántabra, aproximadamente el diez por ciento procede ya de otros países.
Marineros en nómina
Al menos en uno de los barcos vendidos en Santoña, la operación ha traído aparejado un cambio revolucionario en la manera en que se han venido gestionando los barcos de bajura desde tiempo inmemorial. En lugar del tradicional monte mayor, en el que armador y marineros se reparten las capturas en unos porcentajes establecidos por la costumbre, el nuevo propietario ha optado por contratar los servicios de la tripulación como trabajadores por cuenta ajena, como en cualquier empresa convencional. Esta modalidad de gestión, más común en la pesca de altura donde grandes firmas congeladoras cuentan con flotas en propiedad, no parece, sin embargo, que pueda cambiar los hábitos fuertemente arraigados en las embarcaciones de cerco de Cantabria, ya que los pequeños armadores no podrían mantener una plantilla.
Una flota renovada
Que las primeras ventas de barcos hayan tenido lugar en Santoña no puede sorprender si tenemos en cuenta que este puerto reúne la mayor flota pesquera de Cantabria. En la villa son cerca de medio centenar las embarcaciones que se dedican a la pesca, con una tripulación de unas cuatrocientas personas. Diecinueve de estos barcos son de cerco, con tonelajes que oscilan entre las 170 TRB de los mayores y las 30 o 40 de los más pequeños. El resto son embarcaciones de artes menores, aunque también salen a la pesca del bonito y a la cacea.
Por lo general, son barcos de reciente construcción o profundamente modernizados. El sector ha sabido aprovechar la oportunidad para renovar las flotas que hasta el 2004 ofrecían las generosas ayudas europeas del Objetivo 1, con subvenciones que alcanzaban hasta el 60% del coste del nuevo buque.
Amparada en la llegada de estos fondos, la flota cántabra ha experimentado un espectacular rejuvenecimiento. Cuando comenzaron a recibirse las ayudas del IFOP (Instrumento Financiero de Orientación de la Pesca), la edad media de los barcos superaba los 30 años, lo que suponía embarcaciones ineficientes y con elevados gastos de explotación. Además, muchas de ellas tenían serios problemas de seguridad, habitabilidad e higiene.
La euforia constructora fue tal que entre 1994 y 2003 se renovaron 117 barcos pesqueros y se modernizaron otros 72, con una inversión global de 71 millones de euros. Para conseguir las ayudas a la construcción, el armador debía enviar al desguace su antiguo barco. De esta forma, podía conseguir un pesquero nuevo de 100 TRB, cuyo coste en el mercado era de 150 millones de las antiguas pesetas, por tan sólo 60. Un negocio muy saneado que explica el mantenimiento de una flota sobredimensionada para los recursos pesqueros que ya por entonces eran menguados.
La venta ahora de algunos de esos buques, en un mercado en el que no se admiten incrementos netos de flota, puede asegurar una confortable jubilación a sus propietarios, después de la dura brega en el mar que les ha exigido su oficio. Sólo habría que lamentar que el destino final de las embarcaciones pueda estar en otras tierras. Y no deja de resultar reseñable que los máximos interesados en adquirirlas sean los armadores gallegos. Quizá se repita un fenómeno que se ha dado en el sector ganadero, ya que son muchas las vacas y las cuotas cántabras que han ido a parar a aquella región en los últimos tiempos.