Meruelo convertirá en compost todos los residuos orgánicos

Once años después de que el Gobierno de Gestión aprobase la construcción de una planta de tratamiento de residuos urbanos en Meruelo el proyecto va a plasmarse en la práctica. A partir de este mes, una gran planta de compostaje permitirá que todos los residuos orgánicos se conviertan en humus para la fertilización de tierras de cultivo. Con ello se produce un cierto retorno económico y se prolonga indefinidamente la vida del actual vertedero que, de lo contrario, tendría un horizonte temporal relativamente corto, ya que a pesar de su extensión, cada año es recrecido en una bancada más con las 233.000 toneladas de residuos que produce la población de Cantabria, aproximadamente 1,2 kilos de basura por ciudadano y día.
La nueva planta será la más importante del gigantesco complejo que se ha ido creando en torno al vertedero para el tratamiento de residuos. En el escondido monte de Meruelo ya hay una planta de lixiviados, otra de generación eléctrica que aprovecha las bolsas de gas metano que producen las basuras; un horno de incineración de residuos hospitalarios y está en construcción otro más para la destrucción de cadáveres de animales y los materiales de riesgo que tras la enfermedad de las vacas locas deben retirarse en los mataderos.
La planta de residuos orgánicos que ha construido y explotará durante 21 años Urbaser, ha costado casi 3.500 millones de pesetas y tiene unas dimensiones espectaculares, que sólo pueden entenderse cuando se comprueba la aportación que cada noche hacen los camiones con las basuras recogidas por toda la autonomía, vertidas en unos abismales fosos de hormigón.
Las bolsas de la basura que llega sin separar en origen son destripadas automáticamente y el contenido es volteado dentro de un enorme tambor que por la fuerza centrífuga separa los metales por peso, un trabajo que completan los electroimanes. El resto de los residuos –por lo general materia orgánica, envases y papeles– llegan a una sección de triaje donde medio centenar de personas, en su mayoría de la zona, procederán a seleccionarlos mientras circulan por una cinta transportadora hasta que finalmente sólo quede la materia orgánica, que en el caso de Cantabria, supone algo más de la mitad del contenido de una bolsa de basura. Estos residuos pasan a dos parques de fermentación cubiertos, cada uno de ellos del tamaño de un campo de fútbol.
A medida que el proceso de separación de los residuos se implante en los propios domicilios, las tareas de la planta serán algo más sencillas, pero esto requerirá por el momento algún tiempo. Aunque el contenedor amarillo ya está implantado en muchos pequeños municipios de la región, el proceso ni siquiera se ha iniciado en Santander, sin que se entiendan fácilmente las razones.
Cuando se implante la recogida selectiva en origen de las cuatro fracciones –papel-cartón, vidrio y las dos domésticas (orgánicas y resto)–, la planta de Meruelo tendrá parte del trabajo hecho y resultará mucho más eficaz, dado que es mucho más barato separar los distintos tipos de basuras antes de que se entremezclen y aplasten en los camiones.
Mientras no se produzca esa diferenciación previa, la planta tendrá que trabajar con dos modelos simultáneos, uno para el tratamiento de lo que se conoce en el sector como todo-uno (basuras mezcladas) y otro para las recogidas por métodos selectivos.

Se reduce el papel del vertedero

La nueva planta permitirá reutilizar los residuos orgánicos. El papel y los metales separados serán vendidos a los recicladores y el resto, en tanto no se introduzcan otros métodos de valoración, será destinado al actual vertedero. De esta forma, el vertedero pasará a ser exclusivamente un depósito de cola para los residuos que no han podido ser reciclados por otra vía en el sistema de gestión integral. Estos rechazos, con el tiempo, apenas supondrán el 10% del contenido total de las basuras domésticas, lo que significa multiplicar por diez el horizonte temporal del actual vertedero y rentabilizar mejor las grandes inversiones que en él se han realizado.
El centro de tratamiento de residuos orgánicos está situado a media ladera del complejo, que a su vez forma el extremo de un valle, rodeado por un espeso cinturón de eucaliptales que lo ocultan de la vista, aunque no hay zonas habitadas en los alrededores. La más cercada es San Miguel de Meruelo, a tres kilómetros. La quietud del monte se vuelve agitación en el interior del complejo donde durante meses se ha mezclado la actividad frenética de los camiones que llegan con las basuras y las máquinas que realizan la gestión diaria del vertedero con las de construcción.
Los residuos llegarán a la planta directamente de los camiones recolectores municipales (como ocurre en el caso de Santander) o procedentes de las plantas de transferencia instaladas en otras zonas de la región para compactar las basuras y reducir el número de desplazamientos. Hay que tener en cuenta que a Meruelo se envía basura desde ayuntamientos que están a más de cien kilómetros de distancia.
Cada camión se pesa a la entrada y se reconoce informáticamente, de forma que es identificado por su procedencia y el tipo de residuos que aporta. Seguidamente, se procede a su descarga en alguno de los enormes fosos de recepción (tienen 6.000 m3 de capacidad), según sean residuos previamente seleccionados o todo-uno. Aquellos que vienen separados desde el origen pasan directamente a la sección de materiales reciclables donde se recuperan el papel y cartón, los diferentes tipos de plástico, los vidrios, los metales magnéticos y los no magnéticos (latas de aluminio y briks, principalmente).
La materia orgánica se conduce a una nave de enormes dimensiones donde se procede a su fermentación por el efecto degradador de las bacterias que consumen oxígeno. Una gran volteadora la airea y desplaza lentamente a medida que madura. En ese largo proceso en el que se van convirtiendo en compost, los residuos orgánicos acaban por llegar al extremo opuesto de la nave mientras otros nuevos se incorporan al proceso. En ese camino se producen varios afinos para garantizar la calidad final del producto obtenido, dado que el mercado comprador se ha hecho cada vez más exigente y ya no es fácilmente admitida la presencia de pequeños objetos que eran relativamente frecuentes hace algunos años y que en la planta serán separados por diferencia de pesos específicos en cribas giratorias y en mesas densimétricas.
El resultado final es un compost muy rico en carbono, nitrógeno y potasio, bien aceptado por los agricultores, que se almacena en un parque cubierto a la espera de la comercialización.
A nadie se le oculta que el principal problema de una planta de fermentación de residuos orgánicos son los olores y eso ha obligado a instalar un complejo sistema de biofiltros que no sólo extrae permanentemente el aire del interior, para reducir los olores al mínimo, sino que lo depura antes de lanzarlo de nuevo al exterior.
El ciclo del tratamiento de basuras por este procedimiento dará lugar, según las estimaciones de la Consejería de Medio Ambiente, a la recuperación de 6.100 toneladas de metales, 9.300 de papel y cartón, 4.800 de diferentes tipos de plásticos, 1.800 de vidrios y 23.000 de compost.
En el proceso de reciclaje y compostaje desaparecerán 57.000 toneladas por año de agua evaporadas durante la fermentación y quedará un residuo inerte de 46.000 toneladas que irá a parar al vertedero actual. Otras 85.000 toneladas estarán dispuestas para su uso a medio plazo en una planta de recuperación energética.

Prórroga en la concesión del vertedero

Por el momento, Medio Ambiente tiene que decidir si la gestión del vertedero, que realiza Ascan-Sadisa, se llevará conjuntamente con la de la nueva planta, en cuyo caso pasaría a Urbaser, o continuará siendo diferenciada. La concesión se encuentra vencida y se ha arbitrado una prórroga en tanto se toma la decisión definitiva. Lo que es evidente es que el volumen de residuos que se gestione en el vertedero será muy inferior al actual.
La filial de Dragados se adjudicó el derecho a la construcción de la nueva planta al ganar hace once años el concurso convocado por el Gobierno regional, un derecho que no ha podido ejercer hasta ahora. Como estaba previsto, la empresa financia la obra junto con la autonomía, que aporta los 2.563 millones concedidos por la Unión Europea. Dragados podrá rentabilizar su inversión a través de un canon por el tratamiento de las basuras y a través de la comercialización del compost y los materiales recuperados.
Una vez aplicado el canon, se estima que el coste que paga la Empresa Regional de Residuos por la gestión de las basuras, y que repercute a los ayuntamientos para que estos hagan lo propio con sus vecinos, pasará de las 2.700 pesetas por tonelada actuales al entorno de las 3.000.
La nueva planta también permitirá adaptarse sin traumas a la nueva legislación europea sobre vertederos y reducir los conflictos que causaría buscar otro emplazamiento antes o después. El vaso de Meruelo tiene capacidad aún para 19 años al ritmo actual de depósitos, pero su gestión se va encareciendo ya que ha pasado a recibir el 100% de las basuras urbanas de la región (hasta el cierre de El Mazo sólo llegaban el 60%) y las tierras de cubrición, que durante años se obtuvieron de las laderas del vertedero, ahora tienen que ser compradas fuera y transportadas hasta allí.

Una solución cara, pero políticamente eficaz

Meruelo ha resultado muy costoso, tanto por las inversiones realizadas como por el gasto que supone el traslado diario de toda la basura de la región, pero ha sido una solución impagable para el Gobierno regional, si se tienen en cuenta los conflictos que había generado anteriormente la gestión de las basuras.
El vertedero se ha convertido en un gran centro de tratamiento de residuos. Junto a él se ha construido una planta de desgasificación, que aprovecha el metano producido por la descomposición de los residuos orgánicos enterrados para alimentar cuatro motores que generan electricidad. De esta manera no sólo se resuelve un problema (las peligrosas bolsas de gas que durante treinta años produce la descomposición de las basuras allí vertidas), sino que se obtiene un rendimiento por la venta de energía a la red.
El complejo también cuenta con una planta de incineración de las basuras hospitalarias, que por su posible carácter biocontaminante deben tratarse por separado y una planta de tratamiento de lixiviados, los líquidos que rezuma el vertedero, donde la concentración de contaminantes es muy alta y que en época de lluvias se multiplican en volumen, aunque, como es obvio, disminuyen en concentración de la carga contaminante.
El vaso del vertedero está completamente impermeabilizado y los lixiviados son recogidos en unos canales desde donde se bombean a la estación de tratamiento. Allí pasan a unas enormes piscinas donde son tratados por procedimientos bioquímicos. Uno de ellos es la siembra de bacterias que degradan parte de las sustancias contaminantes presentes en el líquido. Las agrupaciones de estas bacterias se aprecian como una sombra más oscura sobre la superficie de estas piscinas donde unos agitadores contribuyen a la aireación y, con ello, al proceso de degradación. Después de varios sistemas de filtrado y retirada de los lodos resultantes, el lixiviado que en origen presenta un color ferroso muy oscuro y denso, acaba con un aspecto de agua corriente, con el que finalmente es enviado hasta la EDAR de Meruelo, aguas abajo, donde se procede a una última depuración.

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